No demasiado interesado en hablar sobre algunas de las ocho películas que estrenó en los últimos dos años, Alfonso Tort elige el bar más cercano a su hogar, pide un café y comienza la charla con la diaria trayendo a cuento la saga de Terminator: “No sé vos, pero yo estoy muy interesado en la inteligencia artificial. De hecho, arranqué un curso esta semana”. Lo dice en un tono más bajo que el habitual y gestos de evidente entusiasmo.
“No me quiero quedar atrás. Dentro de muy poco el asunto ya no serán las pantallas, sino los cyborgs”, admite, al tiempo que desenvuelve escenas del premonitorio argumento cinematográfico y fundamenta su inquietud en su estado de reciente paternidad de una hija de dos meses y medio.
Es el actor que la mayoría del público empezó a conocer hace un cuarto de siglo, cuando se estrenó 25 watts, pero ahora, con otras películas filmadas a la espera de su estreno y con el reconocimiento de la crítica y el público por sus actuaciones en La noche de 12 años (Álvaro Brechner, 2018) y Un pájaro azul (Ariel Rotter, 2024), y su monólogo teatral de El cuerpo más bonito que se habrá encontrado nunca en este lugar (escrito por Josep Maria Miró y estrenado en la sala Verdi en 2022), Alfonso tiene la cabeza en otro lugar del que sólo da algunas pistas en esta entrevista, pero quizás no se trate de un asunto nuevo.
En la película La ruptura, dirigida por Marina Glezer y de reciente estreno en Uruguay, su personaje, el aparente dueño de un rancho en Cabo Polonio, trata de mantenerse en pie mientras el mundo –el de su pareja, su hogar y su rutina feliz– se le viene abajo, aunque controla meticulosamente el funcionamiento de su cocina. “En esas cosas soy muy ordenado”, reconoce, y en el corte de la sentencia deja afuera cualquier otro tipo de méritos sobre su trabajo personal. Tal vez por simple casualidad, y en un breve instante, la película lo vuelve arrojar en el conflictivo espacio de un partido de fútbol, y en el resto, sin moverse demasiado, con pocas palabras y gestos contenidos, construye uno de los mejores papeles de su carrera.
Para aquellos que todavía no vieron La ruptura, ¿quién dirías que es Pablo, tu personaje?
Un pibe que vive en el Cabo Polonio. No se sabe mucho más de su vida, si es de Rocha, de Montevideo, si vino porque fue una vez y se quedó. Tampoco queda del todo clara la relación que tiene con la novia, ni de qué trabaja, salvo que pinta otras casas. Es una de esas fichas que se van a vivir al medio de una playa.
Vale decir que en Pablo hay cosas de la directora de la película, que pasó muchos veranos en ese lugar. No fue una decisión estética filmar en el Polonio. Hay mucho del imaginario de la película, vinculado a todas las vacaciones que pasó ahí. El guion está escrito desde ese lugar.
¿Cómo te eligió para esta película, que es su ópera prima?
No me acuerdo exactamente. Creo que se fueron cayendo otros actores que ella había visto y no sé cómo le llegó mi nombre. No me conocía, puede que haya visto algo de mi trabajo, creo que algo vio. Justo estaba de visita por Buenos Aires. Nos conocimos. Yo había leído el guion previamente y la cosa fue creciendo. Después se sumó Arauco Hernández a la fotografía, que le sumaba mucho al proyecto también desde su lugar como tutor de guionistas, y Alejandro Castiglioni en la edición de arte. Además, estaba la gente de la productora Nadador Cine, en la que confío plenamente.
Después estaba el desafío de hacer la película en el Cabo Polonio, que fue lo primero que me dijo Marina cuando nos reunimos. Así se le fueron cayendo actores: era un mes en el Cabo. Entonces, también tenía que ser alguien que quisiera meterse en esa aventura. El Cabo es intenso. De hecho, debe de haber sido el rodaje más intenso que tuve en mi vida, en todo sentido.
¿Por qué?
Fue un mes sin poder salir de ahí y filmando una película. Fue duro, pero a mí me copan esos rodajes. Naturalmente, te preocupás por que salga todo bien con tu actuación, pero a mí particularmente en los rodajes se me van los ojos en muchas otras cosas. Pueden ser de grandes presupuestos o muy chicos, pero alrededor, en cualquier locación, hay toda una vida sucediendo todos los días. En este caso, la locación cambiaba porque llovía, o se formaba barro, salía el sol, o comías mal tres días seguidos, y de repente te querés ir para tu casa y se te entrevera la vivencia personal con la experiencia de trabajo.
Una cosa es ir a laburar y volver con el equipo a un hotel, otra quedarte en el mismo rancho con la gente con la que estás laburando. Ahí no cortás nunca, y la parte creativa también se vuelve algo constante. No hay forma de no hablar del rodaje.
La última vez que te crucé me contaste que habías sacado una entrada para ver a The Cure, y todavía faltaban muchos meses para su show en Montevideo. ¿Será que tu verdadera pasión está en la música?
En el fondo creo que sí: el cine y la música. Hace poco me compré sintetizadores y un teclado MIDI. Sé tocar un poco de guitarra, pero estudié muy poco música. Con los teclados me pasa que me logró desenchufar del teléfono y puedo estar tres horas con eso. Además, ahora con mi hija la música está presente todo el tiempo, sobre todo con María Elena Walsh.
¿Qué tal la paternidad?
Yo estoy maravillado. No sé, es otra etapa de la vida. Hay algo de esto de ser actor que se pierde. Es decir, definitivamente dejás de ser lo más importante y pasás a un segundo plano. Yo agradezco a la vida este momento. Estar con tu madre y tu padre todo el tiempo en estas primeras etapas, como lo estamos pudiendo hacer con Rafaela, me parece fundamental.
Y es como que perdés el ego y a la vez te enorgullecés. Cuando te pide ir a tus brazos, te mira y se ríe, es muy espectacular. Lo otro que me doy cuenta es que cuando estoy con ella hay algo de realmente poder estar en el presente y enfocado en esa tarea, en una época en la que estamos acostumbrados a estar pendientes de varias cosas al mismo tiempo y multiconectados cuando la situación te pide otra cosa. Ese presente está buenísimo.
En segundo plano también quedan los estrenos de tu profesión.
Es que yo siento que transito una etapa muy poco narcisista. Y estoy un poco cansado de la imagen. Como que prefiero hacer una buena película y nada más; que me llegue el guion, me cope y la pueda terminar.
En vez de hacer muchas, decís.
Sí, y sobre todo en vez de subir fotos a Instagram de un rodaje, o de tener que vestirme de una manera especial para ir a un festival. Por otro lado, yo tengo presente eso de la cantidad de películas que hice en poco tiempo, pero hay una en particular que es la que más me gusta y que todavía no se estrenó.
¿Cómo se llama?
Los caminos abandonados. Es una producción argentina del director Miguel Zeballos, que protagonizamos con Inés Efrón. Está en proceso de edición. Se filmó en Neuquén, en la nieve, es una película muy poética, y ahí sí me interesa la imagen. Hay una narración visual, pero se va mezclando con las voces en off, ese tipo de películas medio colgadas. Me gusta.
¿Te ves en el rol de director o guionista de tu propia película?
La verdad que no; a veces se me ocurren cosas, pero no tengo esos anhelos. Entiendo que son procesos muy complejos y tiene que haber un deseo grande para concretar algo así. Sabés que tenés que sentarte a escribir y que tu idea pasada al papel no va a estar pronta de un día para el otro. O por ahí tendría que llegar el guion de alguien que me cope y que me lleve a decir: “Quiero dirigir esto”.
¿Cuál es tu película preferida?
Voy cambiando, según la época, pero te podría decir Rompiendo las olas, de Lars von Trier. La historia transcurre en una compañía petrolera y tiene a Emily Watson. Te la nombro no porque me guste particularmente Lars von Trier, pero cuando estudiaba me acuerdo de pensar: “Qué demás que actúa ella”. Fue como una revelación.
Por tu carrera, da la sensación de que te aburrís rápido de las cosas o que sos demasiado crítico con tu trabajo.
Algo así. Preciso cambiar, contar otra cosa. O por ahí uno se autoboicotea para regenerarse o para ir hacia otro lugar. ¿Será? O soy muy crítico con lo que hago, al punto de que a veces yo ya no me veo como actor.
Hay algo de lo institucional, como de ir creciendo, volverse viejo y quedar como de museo. A mí la vida de actor me aburre, me identifico más con la idea de intérprete o la de un trabajador. Me cuesta la parte más solemne de la profesión. Lo que me sigue resultando más interesante de este oficio es lo que yo interpreto en una película o una obra de teatro. Lo que no me interesa es hacer imagen de mi persona o de mi yo actoral.
El otro día leí en un portal de noticias que la ceremonia de los premios otorgados a los mejores videojuegos del año tuvo muchas más visualizaciones que la última entrega de los Oscar. Es un dato muy zarpado de la realidad y que te dice mucho del cine actual.
Tal vez la actuación del modo tradicional es algo que pasó de moda. Seguramente muera el actor.
Marcos Motosierra hace años que dice que con las redes sociales se perdió el misterio de los artistas.
Cualquiera es estrella ahora, y de hecho un actor ya no tiene aquel prestigio de estrella que conocimos. Antes de las redes, las estrellas del rock o del cine las consumíamos a través de una imagen muy difusa. Todo funciona en base de likes y visualizaciones. Yo siento que me estoy quedando afuera de ese mundo, y no me interesa. Me quedo en el mundo analógico, si pudiera me instalaría unos drivers para actualizarme. Siento que me voy aburriendo de la decadencia de las cosas, de lo que se va estancando.
¿Y la veta de comediante, dónde quedó? Alguna vez dijiste que querías hacer un programa de sketches.
Nunca se concretó. El humor es algo que siempre aparece. Voy creciendo, pero siento que siempre vuelve.
Aunque tu carrera fue para otro lado.
Acá en la tele no se hizo más humor, aunque seguramente haya gente haciendo cosas en las redes sociales y con otro tipo de humor del que no tengo idea.
Danielito del Feisbuk estaba bueno.
Sí, eso lo hicimos con Adrián Garza Biniez y Luis Bellagamba. Ahora que soy padre se me ocurrieron algunas ideas con los bebés. Por ejemplo, cuando voy con el carrito y están todas las veredas rotas, me gusta ese punto de vista. Humor para padres, que está lleno.
Vuelvo a las películas. Una de las que más me gustan de las más recientes es Fantasma vuelve al pueblo (Augusto González Polo, 2021).
A mí también me gustó mucho. Augusto es un realizador del que me hice amigo. Con él también hice Capital, todo el mundo va a Buenos Aires (2007). Su cine es muy singular.
¿Cómo recordás Las olas (Adrián Biniez, 2017)? Me da la impresión de que se transformó en una película de culto.
Para mí es una película que está buenísima. Ya pasaron unos cuantos años de esa filmación y ojalá sea vista como una película de culto. Yo me quedé con esa idea de que cuando salió hubo gente que no la entendió, y me encanta eso también. Me parece que es una de las mejores películas que he hecho en mi vida. Ojalá el Garza también filme otras.
En ese registro, decís.
Sí, en cualquier registro. El de esa película está buenísimo, no sé bien qué género sería, puede tener algo de ciencia ficción y de surrealismo. Me encanta, además, cómo está filmada la película, el verano; no sé, tiene algo especial.
Y tiene algo muy tuyo también.
Sí, total. A nivel de actuación, yo me veo medio aniñado en esa película. El Garza me dijo: “¿Te puedo decir Alfonso?”. Otra particularidad. El actor se llama como el personaje, ¿qué hacés ahí? Te vas ubicando a medida que avanzás con el rodaje, pero fue todo un desafío.
¿Y tu vida teatral?
Lo último que hice fue El cuerpo más bonito que se habrá encontrado nunca en este lugar, y creo que hay posibilidades de hacer giras con esa obra. También tengo ganas de hacer otra cosa en teatro, pero que no tenga que difundirla en ningún lado, que si te enterás, sea de casualidad.
Estás en una búsqueda.
A veces está bueno un poco de encierro.
La ruptura, de Marina Glezer. En Life Cinemas 21 y Sala B del Auditorio Nelly Goitiño.