Alrededor del faro del cabo de Santa María, en el balneario rochense de La Paloma, se enrolla una historia de inspiración artística tejida durante décadas: “Es un lugar que te invita a la aventura, al arrojo hacia el vacío, a mirar un horizonte con un mar cambiante que tiene agua marrón del Río de la Plata, agua caliente de la corriente de Brasil, agua helada de las Malvinas”. Cada enero, impulsados por una fascinación intacta del siglo pasado, sus mejores narradores convocan a una ceremonia alusiva que sólo sigue creciendo en concurrencia.
Desde 2015, músicos de diferentes países llegan hasta allí para sumarse al festival de la canción La Serena y a su propuesta de encuentro y comunión social. Este año el evento contará con cuatro escenarios, un sinfín de actividades culturales y la actuación de más de 30 artistas de Iberoamérica, entre ellos la española Silvia Pérez Cruz, el brasileño Jota.Pê, el argentino Mateo Sujatovich (Conociendo Rusia) y los uruguayos Luciano Supervielle, Florencia Núñez, Chabela Ramírez, Knak y Davus, entre otros.
Antes hubo un “abuelo delirante” que construyó una casa cerca del faro, y luego un estudiante de medicina que decidió seguir sus estudios lejos de la ciudad y terminó por encontrar un nuevo hogar, el encuentro de dos apellidos, un enamoramiento, un tío guitarrista y fundador del surf local, la constitución de un nuevo núcleo familiar y los veranos de infancias y adolescencias de nueve primos, entre ellos Ana Prada y los hermanos Jorge, Daniel, Paula y Diego Drexler, principales organizadores e integrantes de la grilla del evento, constructores de una tercera casa playera con el nombre de pila de su madre (Lucero Prada, 1939-2018).
Recién llegado a La Paloma, Daniel Drexler camina cerca del faro, luego de una extensa y exitosa gira internacional que concluyó abruptamente: “Todavía estamos descolocados”, dice. Günther Drexler, su padre, médico, escritor y recordado vecino del balneario, murió a los 89 años el 3 de noviembre. “Ahora hace tres meses que no subo a un escenario”, admite el cantautor y guitarrista, en el comienzo de un diálogo sin prisa y de gran amabilidad.
Este año, con tu disco La voz de la diosa Entropía (2022), te presentaste en diferentes ciudades de España, Argentina y Brasil. ¿Con qué momentos te quedás de esa gira?
Fue una gira medio inesperada. Se suponía que este año ya iba a tener un nuevo disco, entonces estaba con esas canciones en la cabeza mientras presentaba La voz de la diosa Entropía, que es un disco pandémico. Viajé con mi sonidista yo solo con la guitarra, cosa que nunca me había pasado antes.
Arrancamos en San Pablo, con dos conciertos en el teatro Pompéia, que es una arena bastante pesada, un lugar donde tocan Djavan y Caetano Veloso, por ejemplo. Eso fue muy lindo y me llevé una sorpresa muy grande con la respuesta del público. También te puedo nombrar el del café Berlín en Buenos Aires, los de Madrid y Galicia, pero si me tengo que quedar con uno, elijo el de Belo Horizonte, en el teatro Sesiminas. Era la primera vez que tocaba ahí y creo que fue uno de los conciertos en los que me sentí más pleno en mi vida. Fue muy loco; me bajé del escenario, íbamos a ir tomar algo y a bailar y al final dije: “Me voy directo a la cama”, porque no me había quedado nada, todo lo que tenía lo había dejado ahí arriba.
Entiendo que esos artistas brasileños que nombraste tienen gran importancia entre tus influencias musicales.
Sin lugar a dudas. Siempre estuve muy atento a la música brasileña, y por eso también fue muy grato ver que se agotaran las entradas en lugares como San Pablo o Porto Alegre.
Con Belo Horizonte también me pasa que siempre estuve muy conectado con El Club de la Esquina, con Milton Nascimento y toda esa barra. Me habían dicho que Belo Horizonte tenía algunos puntos en común con Montevideo y lo pude confirmar.
A propósito de El Club de la Esquina, ¿de dónde viene tu forma algo extraña de tocar la guitarra en canciones como “Novedad”?
En mis primeros 25 años en la música estuve centrado en la guitarra. Creo frontalmente que soy un imbécil. Recién ahora me doy cuenta de que hay un universo maravilloso llamado canto. De hecho, hace un año y medio que comencé a tomar clases con Flora Yunguerman, pero toda mi primera etapa fue estudiar técnica de Abel Carlevaro, las pancadas de mano derecha de Eduardo Mateo, ver cómo toca la guitarra Fernando Cabrera, Atahualpa Yupanqui o Santiago Chalar. Y así aparecieron experimentos como “Novedad”, que es una especie de candombe raro, arpegiado. Y, sin embargo, desde el punto de vista interpretativo de la voz, por mucho tiempo me limité a cantar afinado.
Creo que lo que viene de acá en adelante va a estar enfocado en la voz. De hecho, en esta gira en la que me subí al escenario solo con la guitarra, también me propuse: “Con lo que voy a cantar tiene que ser suficiente”.
¿Cómo se arma una grilla tan grande y diversa como la del festival La Serena?
De una forma absolutamente anómala, así como el festival es una anomalía y una singularidad. Hay tantos artistas que vienen hace años voluntariamente hasta acá, que básicamente lo que hacemos es tratar de organizar las cosas como para que, sabiendo que esos no van a entrar todos, vayan ingresando los años siguientes. La gente empieza a mandar links y discos, para ver si pueden estar en el festival.
Intentamos transmitir la noción de que no es una cuestión de descortesía. Yo no soy curador del festival, no soy productor. Pero aparte de todo, en este festival, primero tenemos que tratar de satisfacer a los 300, 400 tipos que se vienen año a año acá y que han armado una comunidad en estas playas, en el Cono Sur.
Hay gente que viaja desde México, hay gente que viaja desde Portugal, desde España, Francia, Alemania, Estados Unidos, Canadá. Yo lo que le digo a todo el mundo es: vengan, háganse amigos, intervengan. Lo central de este festival son las ruedas de guitarra. Es verdad que ahora se armó toda una estructura con cuatro escenarios, pero nadie quiere ser curador acá.
Ayer de noche, por ejemplo, me llamó un músico amigo para decirme: “Quiero ir, quiero ir, no importa lo que falte, denme un lugar para dormir y la comida que yo estoy”. O sea que nosotros todavía estamos en este momento intentando armar el tetris, porque la gente viene, es precioso eso. No queremos transformarnos en un festival que pague caché, no queremos transformarnos en una empresa que traiga a Marisa Monte para asegurarse su éxito.
Le hemos puesto nafta en el tanque a gente que viene de Córdoba o de Porto Alegre para que lleguen hasta acá y tengan un colchón. Artistas como Mateo Sujatovich o Silvia Pérez Cruz vienen básicamente atraídos por el encuentro que se da acá; claramente no es una cuestión de caché.
En general, trato de transmitir esa imagen: vengan, conozcámonos, veamos si pinta onda. Pero nadie se va a poner acá a seleccionar artistas.
En la organización del festival, otro gusto que se dieron fue el de recuperar el cine de La Paloma, al que ibas en tu adolescencia. ¿Qué películas veías?
La primera que me aparece es Cupido motorizado, esa la recuerdo de la infancia. Después Willy Wonka y la fábrica de chocolate, la versión original. Después Menino do Río (1982), una película brasileña que tenía la canción de Lulu Santos “De repente, California”. Fue la primera vez que vimos una película de surf; en esa época no había internet, no había nada, entonces para nosotros, que estábamos acá intentando aprender de qué iba esto de las olas, era notable ver eso en la pantalla. Recuerdo a todos los surfistas de La Paloma a la salida del cine comentando las escenas de olas, porque había sido como una especie de revelación.
El cine acá era una cosa maravillosa. Teníamos una programación en papel y la distribuían por todos lados con lo que se iba a dar semana a semana, entonces lo natural era llegar de la playa y decir “a ver qué dan hoy” e ir al cine. Y había muchos preestrenos, muchas cosas que ni siquiera habían llegado a Montevideo, que se daban acá antes.
¿Cómo te llevás con el surf?
Te diría que soy el mejor surfista de la familia.
Otro elemento de tus canciones, muy presente en las letras, es la idea de desvarío, que aparece por ejemplo en “Vívida vida”. Algo te atrae de ese mundo.
Justo ayer me regalaron un mate que tiene labrada la frase “Celebrar el desatino sin que haya otro lema, de ir de monte en monte, de poema en poema” [de su canción “Febril remanso”]. Y nombrás “Vívida vida”, que es una canción más rara y que creo que nunca toqué en vivo. La compuse caminando por la calle en Río de Janeiro, estaban mis hijas conmigo y cantábamos esa letra, recuerdo.
La respuesta es que vengo de un entorno extremadamente racional. Mi madre y mi padre eran otorrinolaringólogos. Yo soy médico, Jorge es médico, Paula es odontóloga y Diego empezó a medicina y siguió con la arquitectura.
Para mí la música fue una posibilidad de evadirme de ese mundo. De tomar todo lo bueno de ahí, pero al mismo tiempo evadirme hacia otro lugar donde lo que jugaba era el desatino, la intuición, la incertidumbre. Y la verdad es que todo eso lo abracé con mucha fuerza. Como cuando tomás una bocanada de aire después de que una ola te revolcó un rato abajo del agua.
Amo los momentos en los que la vida te sorprende. Amo los momentos en los que la vida te hace pasar por cosas impredecibles, incluso cosas feas, pero que te sacan de la zona de confort y te obligan a reinventarte. Creo que es una observación muy acertada que tiene muchísimo que ver con lo que ha sido mi vida en general y con lo que he pasado para llegar hasta donde estoy.
Tu camino en la música podía haber sido una aventura, pero decidiste continuar y que fuera una elección de vida.
Sí, claro, y con el desafío de que eso siga pasando. Creo que en el momento en el que esa inquietud desaparece, uno está muerto, básicamente. Se puede estar muerto en vida perfectamente. Si hay algo que tengo para agradecer a esta altura, y la semana que viene voy a cumplir 56 años, es que en muchos aspectos de mi vida sigo teniendo la misma dosis de incertidumbre y de desvarío que tenía en la adolescencia. Incluso más todavía. Entonces en este momento voy hacia ese lugar. La canción “La incertidumbre” celebra eso. De hecho, ahora me pongo a pensar cuántas canciones de mis nueve discos son odas al desvarío, a la buena o la mala incertidumbre, pero son unas cuantas.
¿Qué decía tu padre de tus canciones y las de tus hermanos? ¿Cómo era el vínculo con esa faceta de ustedes?
Al principio fue un vínculo de mucha extrañeza. Mi padre soñaba con la clínica Drexler. De hecho, llegamos a trabajar juntos. Jorge, mi madre, mi padre y yo. Teníamos un consultorio los cuatro. Íbamos a operar juntos en el Hospital Británico, en una situación bastante surrealista.
A mi padre le interesaba que fuéramos personas cultas. Le interesaba que tuviéramos acceso al teatro, al cine, a la música. Si querías aprender un instrumento, decía: “¡Qué bueno! Como vas a ser cirujano, te va a dar cierta facilidad para mover los dedos”.
Cuando empezó a pasar lo que empezó a pasar, mi viejo, que era bastante astuto, en vez de poner frenos, dijo: “OK, ¿querés grabar un disco? Yo te ayudo con la mitad de las horas”. Eso fue literalmente lo que pasó. Era muy inteligente, te brindaba su apoyo, pero vos tenías que poner tu esfuerzo.
Eso lo hizo muy bien mi papá. Después resultó que en algunos momentos le afloró su deseo profundo de la medicina y nosotros agarramos para ese lado. Pero globalmente yo me saco el sombrero. El viejo dejó pasar y dejó pasar.
Ahora también puedo darme cuenta –y te lo digo muy emocionado esto, porque yo ahora estoy en la misma situación, con mi hija de 18 ocho años tomando decisiones– de lo difícil que resulta para un padre acompañar esos momentos y comprenderlos.
Y sobre todo para un padre que viene del mundo de la medicina. De repente, todos sus hijos le salen músicos ¡De qué van a vivir! Cómo van a hacer para formar una familia. Era una locura. Y el viejo se la bancó. Obviamente, cuando las cosas empezaron a salir bien, también se alegró mucho, y terminó siendo una fuente de celebración muy grande. Pero, básicamente, fue un conflicto heavy para la mente de un cirujano, y de una madre cirujana, ¿entendés? Aparte, nosotros éramos buenos estudiantes, nos iba muy bien y también cuando empezamos a trabajar como médicos.
Yo me acuerdo de mi madre entrando al camerino de la sala Zitarrosa diciéndome: “No entiendo por qué estás haciendo esto, si vos tendrías que estar en el consultorio”. Era algo inexplicable, pero me lo decía entre risas.
Las últimas charlas con mi viejo, antes de que dejara de hablar, eran sobre mi canción “Vacío”; él la citaba, sentía que de alguna manera ahí había un discurso, no sé cómo decirlo, si metafísico o de tratar de entender qué había del otro lado, y que de alguna manera le resonaba. De eso estoy seguro.
Sé también que siempre le pareció que yo no tenía condiciones para el escenario, y creo que tenía razón. Lo que me fue facilísimo en la medicina en la música fue siempre una construcción de horas y horas y horas de picar piedra. Yo sigo picando piedra, lo hago con alegría porque es lo que me gusta y lo que elijo. Sarna con gusto no pica.
¿Cuándo y dónde encontrás tu remanso? Por la magnitud del festival, supongo que son días más de trabajo que de descanso.
Yo tengo la bendición de haber comprado mucho tiempo. Y siento que tengo capacidad, en cualquier momento del año, para parar diez días y quedarme acá, en el cabo de Santa María, panza para arriba, contemplando el mar. Lo estoy haciendo estos días; claramente los días de La Serena no son días de contemplación, son días que son una orgía afectiva, literalmente.
Vienen muchos amigos de muchos lados, gente muy querida, mucho abrazo, mucho llanto, mucha alegría, mucha celebración. Los últimos años, cuando el festival todavía no había agarrado el vuelo que tiene ahora, empezó a ser una pesadilla porque había que estar a cargo de muchas situaciones, de cargar casilleros de cerveza y cosas de ese tipo. Este año el festival conserva, o pretendemos que conserve, todo este ambiente afectivo, precioso que tiene, pero tenemos un equipo hipermegaprofesional laburando con nosotros.
Entonces yo tengo la sensación de que voy a poder dedicarme desenfrenadamente a esa orgía de abrazos y situaciones cariñosas. Eso es lo que espero que pase desde ahora hasta el 10 de enero. Sé que no va a haber silencio, sé que no voy a estar solo en ningún momento. Los momentos de soledad los voy a encontrar más sobre febrero y marzo.
Así que te sentís igual de cómodo en las dos situaciones.
Es que para mí La Serena es también una cuestión contrafóbica. Yo soy hijo de un sobreviviente del Holocausto. Mi padre no estuvo en ningún campo de concentración ni nada, pero fue un niño de la guerra, fue un tipo que a los cuatro años salió por tierra, corriendo, cruzando la frontera, que le rompieron los pasaportes. Se subió a un barco que salió sin destino, que anduvo meses dando vueltas por toda América del Sur para poder encontrar un lugar. Si no aparecía Bolivia, su primer destino, lo mandaban de vuelta para los campos. Y eso, sin lugar a dudas, deja heridas que se superan en mayor o menor medida; cada cual hace lo que puede.
Yo siento que esta entrega desenfrenada a creer en el otro, a que vengan 400, 500 personas y dejar tu casa abierta, que nunca en 16 años haya faltado nada, todo lo contrario, y que siempre sea un desborde de cosas que se suman, es un voto de confianza hacia la humanidad, es un voto de confianza hacia la vida. Y es una relación contrafóbica contra el miedo, contra ese miedo primigenio que indefectiblemente le tiene que haber llegado a mi padre.
Festival de la canción La Serena. Desde el jueves 2 al jueves 9 de enero en La Paloma, Rocha. Localidades en entradasfans.com.