La película lo pone de manifiesto en los primeros segundos. En la Tierra Media, el mundo del Señor de los Anillos, hay una gran historia que se ha contado en novelas y películas muy populares. Esta involucra a dos generaciones de la familia Bolsón (Baggins en el original de JRR Tolkien) y a una sencilla pieza de orfebrería que resulta ser la principal fuente de poder de un ojo gigante que fisgonea desde lo alto de una torre bastante tenebrosa.

Esa es la historia más conocida, pero la narración de Miranda Otto (que repite el papel de Éowyn de la trilogía de Peter Jackson) nos advierte que en ese mundo hay otras historias, más viejas. ¿Pero acaso se trata de historias más grandes? Los responsables de El Señor de los Anillos: la guerra de los Rohirrim saben que no pueden competir en epicidad, pero incorporan suficientes elementos familiares como para que la memoria emotiva colabore con una experiencia satisfactoria en el cine.

The Lord of the Rings: The War of the Rohirrim (tal es su título original) es una película animada. De hecho es un animé dirigido por el japonés Kenji Kamiyama, que se maneja con códigos propios pero con ansias de globalidad. Aquí no hay personajes con gotas flotando sobre sus cabezas o que se transforman momentáneamente en versiones infantiles de ellos mismos. Para cuando escuchamos a Éowyn, ya descubrimos la universalidad de la obra.

Lo que sí hay es un intento de aprovechar el formato animado en algunas instancias, particularmente en el físico de ciertos personajes, comenzando por su gran protagonista, el rey Helm Mano de Martillo, actual monarca de Rohan. Durante las dos horas de película lo veremos aprovecharse de su físico sobrehumano, lo que, combinado con la voz de mando de Brian Cox, logran un combo devastador, aunque bastante cabezadura.

De todos modos, la verdadera protagonista es su hija Héra (Gaia Wise), que no sigue el camino de la doncella que querría probar su valor en el campo de batalla, sino que más bien es la princesa que no quiere meterse en política. Claro que cuando las alianzas políticas de Logan Roy... quiero decir, de Helm, se desplomen, tendrá que estar a la altura de las circunstancias.

Todo comienza con un duelo y una venganza. Mel Brooks decía: “Es bueno ser el rey”, pero Helm no está tan de acuerdo, aunque algunas de las piezas de dominó que van cayendo fueron impulsadas por él mismo. El resto de la historia será de reacción y de defensa ante los invasores que se ven en superioridad numérica (y moral) y deciden que es hora de que Rohan cambie de manos.

El drama cortesano rápidamente deja lugar a los enfrentamientos violentos, porque al menos en las adaptaciones cinematográficas el público se ha acostumbrado a que las escenas dialogadas se intercalen con machaca extrema. Así que no tardan en aparecer los olifantes (elefantes de guerra) y un montón de soldados dispuestos a defender o atacar, dependiendo del bando en que se encuentren en ese momento.

Más allá de que los momentos calmos no desentonan, la película mejora con la acción básicamente porque la animación de peleas es mejor que la animación de conversaciones. En la escena en que Helm discute con Freca (Shaun Dooley) hay algunos movimientos repetidos, esos que nos hemos acostumbrado a ver en animés que toman atajos para ahorrarse unos yenes. Sin embargo, cuando empiezan a intercambiar golpes llega la fluidez de movimientos. En definitiva, no queda la sensación de película cara o animación premium, pero es fácil dejarse atrapar por lo que ocurre en la pantalla, especialmente si involucra violencia, que puede llegar a ser cruda, pero muchas veces se la esconde, seguramente para evitar un rating que deje a gran parte del público afuera.

Si gustan de esa clase de historias, como las originales de la Tierra Media o la versión posmoderna de George RR Martin y sus tronos en constante juego, la diversión está garantizada. Para los fanáticos acérrimos habrá algunas referencias que se moverán entre la emoción y el fan service. Pero el principal enemigo de esta animación es la vieja y querida comparación odiosa, porque poco tiene para hacer frente al trabajo de Peter Jackson, que conquistó el mundo entre 2001 y 2003, y se llevó un montón de premios Oscar súper merecidos.

El Señor de los Anillos: la guerra de los Rohirrim, dirigida por Kenji Kamiyama. 134 minutos. En cines.