Saviors, de Green Day
De todas las bandas de punk-rock y brisas pop que explotaron en California en los 90, Green Day siempre fue la más popular y estable no sólo en cuanto a la razonable periodicidad con la que edita discos sino también por lo perdurable de su formación (un trío que lleva casi 35 años junto). Sea por casualidad o cálculo, el grupo siempre se las ingenia para editar discos cada una cantidad redonda de años que significan un mojón en su carrera. Hace tres décadas publicaron Dookie, que los lanzó al estrellato y más allá; una década después, se despacharon con American Idiot (2004), un disco conceptual, con aquel corazón-granada sangrante en la tapa y su crítica al statu quo estadounidense.
Y hace pocas semanas el grupo volvió con Saviors, un disco bastante largo –para los tiempos actuales y para lo efímero del punk-rock promedio–, de más de 45 minutos, que marca un regreso triunfal a lo suyo y desde el arranque –otra vez– le tiran un palito a su país. El álbum abre con “The American dream is killing me” y un tronar de acordes emparentado con aquel disco sangrante y que, como su título lo revela, es una crítica al “sueño americano”, ese famoso mito de la cultura estadounidense (a esta altura, ya son más las canciones que lo critican que las que lo ensalzan). Dentro de la estructura punk-pop marca de la casa, la canción tiene un inesperado quiebre, en el que Billie Joe Armstrong canta sobre la “gente en la calle, sin empleo y obsoleta”, ante un lánguido arreglo de cuerdas.
En los dos minutos de “Look ma, no brains!” –también crítica– están concentrados –y bien rápido– todos los vicios del mejor Green Day, que demuestran que la banda volvió a lo que sabe hacer mejor, sin nada de experimentos raros (dentro de las acotadas coordenadas que permite el punk más directo, claro), como aquellas cosas dance de la canción “Kill the DJ”, de hace más de una década, que querían acercarse a The Clash pero terminaban en Franz Ferdinand...
Desde la mafiosa y juguetona “One eyed bastard”, la autocelebratoria y festiva “Corvette summer”, pasando por la seria “Dilemma” –que habla de los problemas con el alcholismo– hasta llegar a la seudoacústica y más seria “Father to a son”, al disco no le falta nada de lo que cualquier seguidor del trío californiano esperaría, e incluso trae algún gesto de madurez en las letras, pese a la eterna pinta de adolescente de Armstrong.
También hay espacio para canciones romanticonas, como la ramonera “Bobby Sox”, sin duda una de las mejores del disco, por su estribillo compartible y pegadizo. Y aunque puede sonar de manual (con el corito “uh uh” y todos los chiches), no deja de ser un tema sui generis, porque eso de repetir indistintamente “do you wanna be my girlfriend? / do you wanna be my boyfriend?” (“¿quéres ser mi novia?, ¿querés ser mi novio?”) lo convierte en uno de los pocos punk-rock bisexuales, algo que nunca hubiera escrito el conservador Johnny Ramone.
Philip Glass Solo, de Philip Glass
Nacido hace 87 años en Baltimore, Estados Unidos, Philip Glass (pianista y compositor) todavía da batalla como uno de los más representativos y reconocidos exponentes del minimalismo, donde el leitmotiv se lleva a niveles obsesivos de repetición y la variación armónica es una excepción para confirmar la regla. Pero, más allá de su corriente o estilo, Glass ha hecho casi todo lo que se puede dentro de la música –y siempre de muy bien para arriba–, como varias bandas sonoras de películas, desde obras del Hollywood mainstream como The Truman Show (Peter Weir, 1998) hasta de cine experimental como la música para la genial Koyaanisqatsi (1982, Godfrey Reggio). También compuso obras dentro de los “paquetes” de la música clásica, como su Concierto para violín n° 1 (1987), además de sinfonías, cuartetos de cuerdas y afines.
Ahora el músico publicó en plataformas digitales Philip Glass Solo, un disco a solas con su piano –minimalismo musical e instrumental–, grabado en su estudio casero de Nueva York en la época más claustrofóbica de la pandemia. Con casi una hora de duración, el álbum es un conjunto de reversiones de algunas de sus piezas más clásicas, como “Opening”, original del disco Glassworks (1982) –con ese arpegio melancólico tan Glass–, las distintas variaciones de Metamorphosis, también de los 80, para terminar con un enfoque diferente de “Truman Sleeps”, que musicaliza la famosa escena en la que el personaje de Jim Carrey duerme mientras su “creador”, Christof, lo observa –como todos los televidentes–.
Es muy probable que, por cuestiones de la biología, este sea el último disco de Philip Glass, pero para muchos que no lo conocen puede ser una interesante y no muy difícil oportunidad de que sea el primero.
What Now, de Brittany Howard
Alabama Shakes fue una banda que se formó hace 15 años en Alabama y con sólo dos discos editados, Boys & Girls (2012) y Sound & Color (2015), se posicionó como una refrescante bocanada de blues-rock de raíz sureña, con mucho soul, góspel y funk. Del grupo se destacaba la labor de Brittany Howard, cantante, compositora y guitarrista rítmica, a la que no son pocos los que la comparan con la legendaria Aretha Franklin por la potencia y el color de su gola. Sea como fuere, la banda quedó parada y Howard emprendió una carrera solista que empezó con el disco Jaime (2019), y hace pocos días publicó su segundo álbum, What Now.
El resultado son 12 canciones de soul y funk, pero pasadas por un filtro estético bien vintage, un poco saturado y psicodélico, manteniendo siempre el pulso rítmico swinguero como en la que le da nombre al disco, que en medio desparrama un riff funky que parece sacado de un disco de Totem. En “Prove it to you” el asunto se pone más bailable, casi electrodisco, pero con ese irresistible aroma añejo de barrica sureña. En “Power to undo” nos abraza el aura melódica de coro góspel, cortada por el grito de las guitarras distorsionadas y saturadas. En “To be still”, una balada soul más pura y tranquila, la mimetización vocal de Howard con Franklin llega a la cima.