Alejandra Gregorio tiene varias piezas publicadas y una sola llevada a escena hasta ahora: en 2022 estrenó El mundo ya se acabó un montón de veces, una suerte de performance musical, o un monólogo orquestado, que permite a una hija espetarle algunas verdades a su padre. Esta semana dará a conocer su segunda aventura escénica: Todo lo que explota permanece haciendo ruido.

Un tono algo apocalíptico sobrevuela ambos espectáculos, de corte experimental. ¿Qué piensa la autora? “Es verdad que, si bien trabajamos bastante la diferencia, las dos también se hermanan en un punto, que tiene que ver con la destrucción, porque la anterior sí tenía que ver con el fin del mundo y era como un grito. En esta nueva hay algo de lo que se quiebra o de lo que se derrite, que está un poco hermanado con cómo se nos van terminando las cosas”.

Fue haciendo aquella primera pieza, que se consolida con el colectivo transdisciplinar que la cobija, Accidente Geográfico, por cierto, tampoco muy lejos de ese sentido de finitud. Después de todo, estaban desnudando un lazo filial “que tenía que ver con una hija que le iba hablando al padre a través de distintos sucesos históricos, siempre cuando el mundo parecía terminarse”. Pero no era una obra sobre planetas que colisionan, sino mojones catastróficos que fueron pasando a nivel de la sociedad. “A nivel de desastre, global, se iban hermanando con la vida de esa hija, de fines del mundo más emocionales, en un vínculo con un padre como vacío. En esa obra con música en vivo, en un estilo muy de recital, aparecía un voltaje de grito y tenía esa cosa de alma muy joven, también, de un hija que reclama cómo vivir a un padre totalmente superado por el miedo”. La clave de la autoficción permeaba el asunto, o por lo menos así fue catalogada.

En cambio, tras la invitación a crear, cursada por el teatro Solís, el nuevo proyecto planteado en el colectivo, buscaba “evidenciar un poco más la ficción”. En el diálogo con Ivana Domínguez, que es diseñadora de espacio de la obra, Gregorio comentó que tenía ganas de trabajar con el frío y el viento, de ver qué salía de esa mezcla, de transmitir de algún modo la experiencia de los paisajes helados, una idea primaria para dejar que avance, para largarse a investigar.

En la intersección de la dramaturgia, la performance y el arte sonoro, Gregorio tuvo la oportunidad de hacer una residencia en Ushuaia, ocasión perfecta para sumergirse en el ruido y el silencio de esa geografía y enfrentarse por primera vez a la nieve. De esa forma el frío empezó a tomar un protagonismo creciente: “A pesar de que el argumento gira en torno a dos personas que se encuentran, empezamos a tratar de lograr un relato con mucha acción. No es tanto un diálogo, sino que avanza todo el tiempo a medida que le cuenta al espectador lo que va pasando y hay distintos puntos de vista”.

Dice el texto: “Y después al final sólo son lascas de hielo roto como cristales, y lo que sobrevive, lo que no se rompe, entonces se derrite y se derrite y se derrite”. Al mismo tiempo, el hielo, en tanto materia, funcionó como hipótesis de trabajo: probaron haciendo sonar micrófonos de contacto en el agua y después sacar un cubo congelado con los micrófonos adentro; la dramaturga grabó el sonido del hielo quebrándose en los lagos congelados, bajo sus pasos. “Y después empezamos, obviamente, con un alcance totalmente diferente, a jugar acá con el hielo que nosotros podíamos producir. Ahí sí, un sonido más intervenido, que igual era muy interesante”.

Basta evocar el ruido del congelador hogareño para comprender que los cristales de algún modo “hablan”. Gregorio confirma esta observación: “Es muy muy impresionante, como estar muy cerca de la inmensidad también, una inmensidad como muy blanca y muy azul que encima tiene sus propios sonidos”. Dice que le gusta esa sensación de pequeñez, en contraste, “que la naturaleza y el mundo exterior operen sobre la historia”.

En su caso, la doble formación y trayectoria, siendo dramaturga, con base en la palabra, pero además actriz y perfórmer, centrada en el cuerpo, produce una vibración propia. “Es algo que me pregunto en el medio de los procesos, porque, claro, a mí me gusta mucho sentarme a escribir, pero es verdad que en la escritura también hay un lugar solitario y un lugar de traer algo un poco ya hecho, que es distinto a la búsqueda que tiene lo performático, de empezar a buscar desde otro lugar más vivo. Lo que hago es generar un texto inicial, pero después en los ensayos terminamos los vacíos del texto, que es como una guía para dejar entrar la teatralidad”. La directora intenta traducir cómo una coreografía de cuerpos crea imágenes que llenan los huecos que dejan las palabras.

¿En qué radica lo experimental en este caso? “Como actriz, en muchos espectáculos antes capaz que teníamos un texto, íbamos y lo ensayábamos. Y nosotros en realidad nos pasamos muchos meses en los que capaz que ni siquiera nos poníamos a actuar, sino que simplemente nos poníamos a hacer experimentos”, grafica, sobre un colectivo que fue haciendo propios sus intereses, su curiosidad, con un ojo multiplicado en los glaciares y otro poco obsesionado y divertido por registrar cuánto tarda en derretirse un bloque de hielo.

Allí también hay riqueza, porque, como apunta Gregorio, “a veces los temas por sí solos o son demasiado directos o no terminan de alcanzar. Entonces, el pensamiento fue ‘cómo hablamos de otras cosas alrededor para poder hablar de esto’”. La fragilidad de los vínculos se cuela en las grietas del espectáculo.

Experiencia e incertidumbre

“Es algo que a mí me interesa también, este género un poco difuso que de alguna manera tienen también las obras”, dice la ganadora del primer premio en dramaturgia del concurso literario Juan Carlos Onetti por Aquellos lugares donde y Acostarse a la orilla de una tajadura, esta última galardonada con el tercer premio nacional de literatura (2023), y editada por Estuario.

Egresada de la segunda generación de la Tecnicatura Universitaria en Dramaturgia y formada además en el Instituto de Actuación de Montevideo, fue becaria invitada a trabajar junto a la Comedia Nacional en la temporada 2022: “Tuve la suerte de hacer la asistencia de dirección de dos espectáculos súper grandes en la sala principal del Solís. Uno fue La trágica agonía de un pájaro azul, de Carla Zúñiga, que dirigió Domingo Milesi, y Tiempo salvaje, de Josep María Miró. Fue un año de mucho aprendizaje”, recuerda.

Ahora siente que están “en ese punto exacto de la incertidumbre de ir haciendo”, pero recién en la sala van a ver cómo queda “esa cosa extraña de hacer teatro”. Entiende que, como anticipa el título, “lo que explota sigue operando y generando ciertas resonancias que pueden ser hasta mucho más metafórico, no tanto físico, sino como en la vida misma, esas pequeñas explosiones que vivimos y siguen repercutiendo para siempre”.

Todo lo que explota permanece haciendo ruido en la sala Zavala Muniz del teatro Solís, del 15 al 18 de mayo a las 20.30 y el 19 de mayo a las 19.30. Entradas en Tickantel y boletería a $ 500.