En la casa de Santiago Tavella, en pleno barrio Cordón, hay una especie de guarida, en un casi subsuelo, que parece la de un artista visual que en sus ratos libres hace algo de música, a juzgar por la cantidad de cuadros, pomos con pinturas de todo tipo y color–literalmente– y demás utensilios inherentes al arte pictórico. Pero en realidad en la vida artística de Tavella es la música lo que ocupa más tiempo y espacio –en el sentido no tan literal, aunque ahí abajo también guarda una buena cantidad de CD y vinilos, pero bien podrían ser de un simple melómano–.
2024 no es un año más para Tavella en el plano artístico y profesional, porque a fines de marzo dejó El Cuarteto de Nos, la banda en la que componía, tocaba el bajo, cantaba y etcétera, desde su fundación, hace más de 40 años, un tiempo bastante largo e importante para cualquier actividad que se quiera emprender en la vida.
Ahora, con las agujas del reloj jugando a su favor, a Tavella, que tiene 62 años, se lo nota más distendido, con espacio para desplegar la creatividad a sus anchas. De hecho, cuando recibió a la diaria para esta entrevista, tenía en la pantalla de su computadora la letra de “Simple Twist of Fate”, de Bob Dylan, del legendario disco Blood on the Tracks (1975), que tocó varias veces pero ahora quiere versionar “en serio”, bien traducida.
El músico –y artista visual– subraya que tuvo maestros muy importantes a lo largo de su vida, como Miguel Ángel Pareja, en pintura, y Luis Trochón, que fue con el primero que empezó a componer, y ni hablar de Coriún Aharonián, con quien siguió desarrollando el arte de hacer canciones y quien además “tenía mucha información, en una época en la que no había mucha”. “Pero también uno aprende de otra gente, con la que de repente charlaste alguna vez o ni siquiera la conociste, y Dylan es un caso”, dice. Fue una influencia tardía: el Tavella veinteañero no le dio cabida al Bardo de Duluth, pero en 2001, cuando el cantautor estadounidense sacó el disco Love and Theft, escuchó la canción que lo abre, “Tweedle Dee & Tweedle Dum”, que lo “dio vuelta” –metafóricamente–.
En El Cuarto Tavella, el estudio de grabación y sala de ensayo que tiene en el barrio La Comercial, este sábado de noche se mandará otra de sus ya tradicionales presentaciones que bautiza como “encuentro secreto”. Se trata de un evento total: con la compra de un dibujo suyo –que el mismo Tavella entrega–, se accede al toque, en el que hay bocadillos y hasta canilla libre de vino (entradas por el 091 424 802; quedan pocos lugares). Además, como si fuera poco, estrenará una canción –y en los próximos meses grabará un par–.
“Lo más importante es el recital. Creo que es el mejor lugar donde escucharme porque estamos cerca, y me gusta charlar con la gente acerca de lo que estoy haciendo”, comenta. El músico se presentará con su proyecto Otro Tavella y Los Embajadores del Buen Gusto, aunque, ahora que se fue de El Cuarteto de Nos, el “otro Tavella” es el único Tavella que queda.
Tu salida de El Cuarteto de Nos es la crónica de una partida anunciada.
Sí, lo veníamos hablando desde hacía tiempo y había acuerdo. Para mí era importante hacer otras cosas que El Cuarteto no me estaba dejando tiempo para hacer. Se los planteé y se llegó a un buen acuerdo.
¿Pero fue por un tema de agenda tuya o también por cuestiones de la banda con las que no te sentías cómodo?
Llegó el momento en el que dije: “Si no me pongo a hacer estas cosas ahora, no las voy a poder hacer más”. Cuestiones de prioridades, porque obviamente lo que pasaba con El Cuarteto a nivel de gente y de cosas por el estilo... Algunos dirán “este tipo es tarado, les está yendo bárbaro”, pero las necesidades que tiene uno de hacer determinadas cosas son muy difíciles de medir. El único parámetro no es el éxito, hay otras cosas que para mí son importantes.
¿Cuáles? ¿Cosas menos tangibles?
Más intangibles o menos tangibles, pero el éxito tampoco es muy tangible.
Número de reproducciones en las plataformas digitales, cantidad de entradas vendidas, pero ¿tu salida tiene que ver con la libertad artística, por ejemplo?
Sí, con hacer las cosas que yo quería hacer. Porque también hay otra cosa importante para mí, más allá de hacer las canciones de Otro Tavella, los encuentros secretos y cosas así –que eran difíciles de programar–, como docente, productor o curador, para trabajar con artistas que me interesan, tanto visuales como músicos, acompañando los procesos creativos. Yo tuve la suerte de tener gente que acompañó mis procesos creativos y de haber elegido muy buenos maestros. Y varios de ellos te quedaban mirando como diciendo “esto que te enseñé tenés la responsabilidad de devolverlo hacia la gente”, y es una cosa que estoy haciendo ahora, produciendo a un par de músicos, y a un par de artistas visuales les estoy siguiendo un poco el proceso y alguna curaduría. Le puedo dedicar realmente mucho más tiempo a eso, este era el momento de mi vida en el que tenía que hacer eso.
Recuerdo que en marzo de 2019 te entrevisté y ya decías que tus canciones no tenían lugar en la banda. Supongo que eso también tuvo que ver con tu salida del grupo.
Sí, porque yo estaba yendo para otro lado, había caminos divergentes. También hay otra cosa: mucha gente me dice “cómo tocás el bajo”, pero la verdad es que tocar el bajo no era una cosa que dijera “es lo que quiero hacer”. De repente me interesa en un plan de juntarme con amigos a tocar improvisaciones, pero si me preguntaran si quiero tocar el bajo con algún artista que me parezca muy bueno, como Jaime Roos, por ejemplo, yo diría “¿te parece?”.
¿No te considerás bajista?
Me considero, pero me interesa mucho más cantar, por ejemplo. Durante muchísimos años en El Cuarteto yo tocaba el bajo y cantaba mis canciones, hasta que en determinado momento se dio una cosa muy buena: le pude pasar el bajo a Santi Marrero para que él tocara, y yo estaba muy cómodo. Entonces, empecé a darle importancia a que me gustaba cantar.
Por lo que contás de tu salida de la banda, en definitiva, es como que hace varios años que estabas ahí pero en realidad no estabas.
Sí, ponele... Te diría que estaba, pero decía “pah, estoy haciendo esto y me gustaría estar haciendo esta otra cosa, me perdí tal cosa”, ese tipo de situaciones. Ahora, si me pierdo algo es por culpa mía, nomás. Me pasaba que venía algún artista a Uruguay para dar un concierto… Me acuerdo que le compré a mi mujer unas entradas para el show de Caetano Veloso pero yo no podía ir.
Cambiaste a los integrantes de tu banda. ¿Qué pasó?
Porque soy una persona que trae buena suerte: los que estaban tocando conmigo, que la gran mayoría eran de Cumbia Club, ya no pueden tocar conmigo porque están tocando todo el tiempo –mi hijo [Martín Tavella], entre ellos–, entonces, les dije: “Voy a tener que conseguirme otros”, y estuvo todo bien. El que me va a producir las canciones –ya produjo las últimas dos– es Diego Azar, que me recomendó a Santiago Lorenzo para que toque teclados, y ahora está Miguel Romano en batería, que lo conozco desde hace mucho tiempo, y el bajista es el Oso [Federico] Ucha. Somos cuatro, yo sólo canto.
Sin guitarra: jugado.
Sí, aunque uno piensa en los teclados como algo muy etéreo, pero Santiago es un tipo muy rítmico, que sabe de tango, folclore, etcétera, y tiene lo negro muy metido. Todos entienden la llevada de la música negra, que es muy importante. Y todos los que tocaron conmigo siempre fueron gente muy bien humorada, por decirlo de alguna manera, pero en este caso es como una mezcla que funciona muy bien, nos divertimos mucho.
Hablando de Cumbia Club: vos siempre fuiste el más cumbiero de El Cuarteto de Nos.
Sí, me acuerdo de que ya en el disco Emilio García (1988) había varias canciones que tenían una cuestión tropical, como “Aurolito Corbalán”.
Pero incluso en el primer disco que sacaron, aquel a medias con Mandrake Wolf, en 1984, estaba “Acapulco nos emborracha”, que no es algo tropical puro pero tiene un aire.
Sí, tiene una clave metida. Lo de la clave metida adentro está en muchas cosas de El Cuarteto. Siempre hablábamos de que tiene mucho que ver con la milonga y que se casa muy bien con lo rockero, pero después también empezamos a meter cosas que tenían que ver con lo tropical. Me acuerdo de la primera versión de “Siempre que escucho al Cuarteto” [del disco Canciones del corazón, de 1991], que era una cumbia medio mal hecha pero cumbia al fin; es una canción que quiero mucho. Después siguieron saliendo cosas por ese lado, de la cumbia, el merengue y otros ritmos, que tienen que ver con no atarse a una cosa. Y, de un tiempo a esta parte, el contacto tanto por el lado de Martín con lo de Cumbia Club, pero sobre todo lo de Azar, con la Orquesta Subtropical y todas esas cosas, me hicieron profundizar bastante más en ir al toque negro en serio.
La cumbia es un género complicado para tocar porque si falta swing enseguida se nota.
Sí, como dicen los DJ cuando uno les pide tal canción: “Si pongo esa no me bailan”. Bailen o no bailen, lo importante para mí es que por lo menos te den ganas de bailar.
Una de las últimas canciones que sacaste, hace pocos meses, fue con Cumbia Club: la reversión de “Nuevamente”, más cumbiera que la original, que es del disco Otra Navidad en las trincheras (1994). Vos nunca tuviste problemas con las viejas canciones de El Cuarteto. ¿Eso lo llegaste a hablar con tus ahora excompañeros? Porque hace añares que el grupo no toca en vivo el material anterior al disco Raro (2006), salvo alguna rara excepción.
Desde antes ya lo venía haciendo, era algo explícito, ya estaba claro que yo no tengo problemas con la música de toda mi vida, salvo algunas cosas que no llegaron a publicarse, que por algo no se publicaron.
¿Pero en la interna de la banda se llegó a discutir sobre tocar canciones viejas?
No, se fue dando gradualmente, hubo una renovación del repertorio. Esas cosas me parece que se dan medio naturalmente. Y me acuerdo de que cuando empecé a hacer cosas solo tenía algunas versiones de canciones de El Cuarteto, después tuve un período de línea dura, en el que decía “no, ahora voy a insistir en tocar lo que estoy haciendo”. Pero después, en determinado momento, dije “voy a tocar las canciones de toda mi vida, así las haya compuesto ayer o hace 40 años”.
Justo hace pocos días se cumplieron 30 años de la publicación de Otra Navidad en las trincheras. ¿En los aniversarios redondos de los discos sos de ponerte a reflexionar y a escucharlos o te da lo mismo?
Es un disco sobre el cual siempre he pensado y elaborado cosas, porque es un disco muy importante y lo tengo incorporado. No me hago mucho problema: si tengo ganas de hacer algo de eso, lo hago.
A raíz del aniversario de Otra Navidad... volví a leer en redes sociales aquello trillado de que hoy varias de las canciones de ese disco serían cancelables por sus letras. Pero está lleno de canciones nuevas que dicen guarangadas sin problemas y nadie salta a quejarse. Sin ir más lejos, el argentino Dillom, un rapero joven que está de moda, acaba de publicar su nuevo disco, Por cesárea, en el que está la canción “Buenos tiempos”, con los versos “dijo que se iba a hacer una liposucción / , puta, yo necesito una pitosucción”... Esa letra podría ser de una canción de El Cuarteto viejo tranquilamente, pero salió ahora.
Claro [lanza una carcajada]... Siento que hay una cierta presión sobre que hay determinadas cosas de las que no se puede hablar y direcciones a las que la gente bien tiene que ir. Pero después veo que la gran mayoría de la gente escucha cosas que no tienen nada que ver con eso y que a veces van en el sentido contrario: letras que yo no diría que son machistas sino que simplemente hablan de sexo entre hombres y mujeres. Toda la vida se habló así, de manera más explícita o menos explícita, me parece muy normal, y con esas canciones no pasa nada. Por eso, digo “si con esas canciones no pasa nada, ¿qué me va a pasar a mí?”. Cuando alguien está convencido de algo y lo que hace está bueno, no hay cancelación que valga. No es que yo me crea alguien tan conocido, ni famoso ni capaz de haber hecho alguna cosa que rompió tanto, como JK Rowling, por ejemplo, que ahora todos la odian porque no sé qué dijo, pero hizo unos libros increíbles y eso es lo que importa.
Y otra cosa que pienso respecto de las letras es que a veces se pierde el contexto: se habla de letras de tango que dicen que son machistas, pero son ficciones que muestran cómo eran las cosas en una época. Así es la ficción en general: te muestra lo que está pasando o lo que no se ve, porque muchas veces la ficción hace que salga lo que está reprimido. Creo que la ficción y la función del reguetón, por ejemplo, que es muy explícita, es la descarga de eso que tiene reprimido la gente bien.
Cuando con El Cuarteto publicaron la canción “El día que Artigas se emborrachó”, en el disco El tren bala (1996), que se armó una polémica de campeonato, los quiso cancelar nada menos que el gobierno por intermedio del Ministerio de Educación y Cultura y del por entonces llamado Instituto Nacional del Menor (Iname).
Sí, igual fue un fracaso para ellos: lo único que consiguieron hacer fue que durante un tiempo el disco no se vendiera a menores de 18 años, pero estaban quedando en ridículo porque el disco circulaba igual. A partir de que se declaró eso, cada vez que íbamos a tocar llamaban del Iname y nos preguntaban si íbamos a tocar la canción, porque entonces tenían que calificarlo como “no apto para menores de 18 años”. Pero en determinado momento dejaron de llamar...
De las canciones de El Cuarteto que son de tu autoría, ¿cuáles son tus tres preferidas?
Hay tres canciones que reversioné, “Nuevamente”, “Enamorado tuyo” y “Pobre papá”, que te diría que están dentro de eso. Son muchas... Me llevo bien con el yo de hace 20, 30 y 40 años.
“Pobre papá” sigue vigente porque...
Nadie quiere trabajar.