Seguir la cronología de un personaje como Godzilla es bastante difícil. Su origen es claro: inspirado por King Kong, en 1954 el director Ishiro Honda presentó la primera encarnación de lo que pronto conoceríamos como kaiju, un lagarto gigante mutado a partir de pruebas nucleares que tenía a bien salir en las costas japonesas para desayunarse todo lo que se le cruzara y arrasar Tokio en el camino. Pero a partir de allí, la cosa se diversifica.
Cambiaría el carácter del propio monstruo –no tardarían en aparecer otros kaijus peores, lo que dejaba a Godzilla en el rol del héroe defensor– en las diferentes encarnaciones que iría protagonizando. No faltarían versiones animadas (acá en Uruguay, Canal 5 supo atormentarnos con los mismos diez episodios de aquella que incluía al deleznable Godzuki), reinvenciones y, eventualmente, una polémica reinterpretación hollywoodense (a cargo de Ronald Siempre Rompo Todo Emmerich), odiada por los fans).
A partir de allí, grosso modo, tenemos dos versiones del personaje: la que hacen sus creadores originales –en Japón– y que tiene varias recreaciones o visiones del personaje, y la que se rescataría –no a partir de la película de Emmerich, sino después y de forma nueva– como parte del monsterverso que lo reúne con King Kong frente a su gran catálogo de monstruos rivales.
El Godzilla japonés, con sus efectos especiales artesanales, sus relatos de destrucción, sus monstruos inmortales, es un gusto adquirido. Si un neófito cruza caminos con Godzilla contra los monstruos (con Mothra como rival de turno) o Godzilla vs MechaGodzilla (su nombre lo dice todo), difícilmente encuentre de inmediato algo de su agrado. En cambio, el monsterverso puede ser algo más popular –al menos en Occidente– pero no pasa de ser una serie de películas bastante tontas a las que se acusa sistemáticamente de perder el tiempo con personajes humanos a los que jamás les dedican un mínimo de guion como para volverlos algo interesantes (en demérito de más y mejores minutos de los monstruos peleando).
En cualquiera de los casos, pocos podrían imaginar una película de Godzilla aclamada por la crítica y que fuera eventualmente ganadora de un premio Oscar (en efectos visuales, pero aun así). Godzilla Minus One llegó para cambiar todo eso.
La historia, contra todo pronóstico, comienza en 1945. Son los últimos días de la Segunda Guerra Mundial y Kōichi Shikishima (Ryūnosuke Kamiki) es un piloto kamikaze que no ha cumplido con su deber, sino que finge una avería en su avión y se refugia en una isla con un grupo de mecánicos. Ese no será su único acto de cobardía (a sus ojos; si me preguntan a mí, evitar estrellarse contra algo no es más que un simple acto de inteligencia), puesto que esa noche un lagarto gigante arrasa la isla y Köichi no atina a ayudar a sus compañeros.
Pasan los años y nuestro protagonista vive a la sombra –y las pesadillas– de ambas cosas, pero conoce a Noriko Ōishi (Minami Hamabe), quien ha rescatado a una bebé huérfana, y ambos reconstruyen sus vidas en el Tokio arrasado de la posguerra. Aquel lagarto gigante, mientras, tendrá una dosis de las pruebas con bombas nucleares en el Pacífico y no tardará en volver a cruzar su destino con Köichi (y con el resto de Japón).
Godzilla Minus One sorprende tanto al fan del personaje como a aquel que nunca le gustó ni una sola de sus encarnaciones anteriores. Es un drama con todas las letras, con personajes perfectamente construidos, con gente que tiene que aceptar la culpa de haber sobrevivido y es, al mismo tiempo, una gran película de monstruos con el kaiju haciendo una imponente entrada en la vida cotidiana de la comunidad alrededor de Köichi, su familia y sus compañeros de trabajo, es decir, altera la vida de un grupo numeroso de personajes a los que hemos aprendido a conocer y querer, por lo que realmente nos preocupamos de su destino.
Lo de “imponente” no es baladí, puesto que a pesar de su “bajo” presupuesto (15 millones de dólares), las apariciones de Godzilla son simplemente arrolladoras y magníficas. Cada ataque del monstruo, cada combate, cada escena de destrucción, conmueve, saca el aliento y deslumbra.
Cierto es que la historia no rompe ningún molde y se soluciona de manera bastante previsible. Godzilla Minus One apela a contar un relato de monstruos gigantes desde el corazón de su elenco humano –algo poco típico–, y lo hace muy bien. Una pena no haberla podido ver en estreno en cines, pero ahí salió Netflix al cruce para solucionarlo. Apelen a la pantalla más grande que tengan, que Gojira –esta vez– lo merece.
Godzilla Minus One. 125 minutos. En Netflix.