Todo lo que Taylor Swift toca brilla. La cantante country que se convirtió en la figura más importante del pop de la última década se inició como compositora y fue una niña prodigio: cuando todavía vivía en Nashville, con sólo 15 años Swift firmó para la disquera Big Machine Records y lo que luego vino fue una carrera meteórica en giras, fans y también en continuas controversias; personales y legales. La artista evolucionó y maduró para convertirse en la mujer empoderada, vulnerable y humana que es hoy, pero nada le ha resultado gratis y el documental de dos partes Taylor Swift vs. Scooter Braun: Bad Blood así lo relata.

La docuserie profundiza en el conflicto entre la cantante y el ejecutivo musical Scooter Braun (exmánager de su histórico enemigo Kanye West) por el material original de estudio de los primeros seis álbumes de Swift. El documental toma el nombre de su canción “Bad Blood” (dedicada a su examiga Katy Perry) e incluye testimonios de abogados, periodistas y personas cercanas para narrar lo que sucedió a partir de 2019, cuando Scott Borchetta le vendió Big Machine Records a Braun en un negocio que, sin que Taylor supiera, incluía los derechos de toda su música hasta ese momento.

El repaso que el documental ofrece es detallado y muestra los dos lados del conflicto, dándole espacio al espectador a formar su propia opinión. Intenta describir las complejidades de una batalla legal que va mucho más allá de los 300 millones de dólares en disputa. Por un lado, está la versión de Swift, quien intenta desesperadamente recuperar el control de su carrera y se enfrenta a la dinámica desigual de la brecha de género en la industria musical, pero también comprueba el poder de sus fans, los famosos y temidos swifties, su ejército de guerreros. Además, aparece la óptica de Braun, quien sostiene que pagó lo legalmente justo por los derechos de esa música y dice haber sido amenazado de muerte por los swifties.

Los tramos dedicados a Taylor describen a una artista sensible e inteligente que hizo una perfecta transición de la inocente adolescente a la reina del pop, refiere a su capacidad para reinventarse y convertir los escándalos a su favor (significativo el desprecio de Kanye West en los MTV VMA de 2009 y cómo después de eso ella se convirtió en una megaestrella y él en un rapero en decadencia), a su empática cercanía con sus fans, a su deseo de que las mujeres sean reconocidas como artistas independientes y no como simples engranajes de la industria y a cómo el “robo” de su música la afectó emocionalmente. Mientras tanto, al referirse a Braun lo muestra como un representante y creador de artistas increíblemente talentoso (exmánager de Justin Bieber y Ariana Grande) pero también con una sed de fama poco común y ambicioso en exceso.

Relata, con una narrativa clara y contundente, cómo Taylor Swift fue durante años disminuida como artista femenina, reduciendo las noticias a sus noviazgos y despechos, siguiendo obsesivamente sus rupturas amorosas y dejando de lado su enorme capacidad expresiva. La docuserie expone la misoginia de la industria musical, el poder centralizado en hombres blancos millonarios, y refleja la doble moral con que se trata a las artistas mujeres (aun cuando son ellas los motores del negocio). Por ejemplo, mientras que cuando los varones cantan sus desventuras resultan catárticos y sinceros, cuando ellas hacen lo mismo se les dice que se victimizan y son rencorosas.

Taylor Swift vs. Scooter Braun: Bad Blood desnuda ágilmente una batalla legal que se convirtió en una batalla moral y de género, con la música como rehén de presiones e intereses de algunos a quienes poco les importa el arte, sino ser obscenamente más ricos. Habla también de la lucha de una artista que supo cómo pasar de ser víctima a un ícono de la cultura pop.

Taylor Swift vs. Scooter Braun: Bad Blood. Dos episodios de una hora. En Max.