Javier Ambrossi y Javier Calvo son una pareja y una dupla de directores españoles, creadores de las series Paquita Salas y Veneno. A la primera, especialmente, me la han recomendado en numerosas ocasiones y yo he prometido que “algún día” la veré. No lo hice hasta el momento (al menos estoy siendo honesto). Sin embargo, entré al mundo de “los Javis” (como se los conoce) por una serie rara, que nos exige más que el promedio de títulos disponibles en las plataformas, pero que se planta como una obra más compleja y arriesgada que la gran mayoría.

La Mesías cuenta una historia con muchas partes móviles. Habla de familias disfuncionales, del fanatismo religioso, de la fama en internet y hasta de los extraterrestres, o al menos de lo que representan para nosotros. Pero es más fácil hablar de ella si hablamos de la banda Flos Mariae, que existió realmente.

Entre 2013 y 2021 siete hermanas (de 16 hermanos en total) de la familia Bellido Durán se hicieron virales gracias a sus canciones pop de temática religiosa, como integrantes de Flos Mariae, que en latín significa “La flor de María”. Probablemente al comienzo no lo sabían, pero gran parte de la fama llegó por las razones incorrectas: alcanza con ver uno de sus videos, de musicalidad cuestionable y valores de producción demasiado artesanales, para entender que se transformaron en un ícono bizarro, en la acepción que la RAE terminó incorporando (porque es ella la que debe responder a cómo hablamos y no lo contrario).

La ficción de Netflix, cuyo presente transcurre en 2012, comienza cuando un hombre bastante perdido se cruza con la versión Javis del grupo musical. En este caso, son seis hermanas que cantan estas bizarradas con el nombre de Stella Maris. Su mundo parece derrumbarse cuando las ve, y rápidamente descubrimos que él era un hermano más, en este caso de la familia Puig Baró.

Con una línea de tiempo paralela que irá desde su infancia hasta su adolescencia, descubriremos que Enric (Roger Casamajor) y su hermana Irene (Macarena García) tuvieron a la peor madre del universo y sus alrededores (Ana Rujas, Lola Dueñas, Carmen Machi, dependiendo de la época). Si parecía que la versión fiestera y despreocupada era problemática, esperen a conocer la versión ultracatólica y mesiánica, que la del título es ella, al final de cuentas.

La línea del pasado es desoladora, con los niños recibiendo los peores cuidados, incluso cuando Montserrat (la madre) conoce al hombre que la llevará por el camino de la religión (con un toque de aquella película The Room), interpretado en todas las épocas por Albert Pla, porque uno no puede imaginarse a nadie más en el papel de Pep.

El encierro y la llegada de media docena de hermanitas los meterán en varios problemas, que por esperables no son menos deprimentes, y se acentuarán ni bien la matriarca afirme recibir mensajes directamente del Señor. Mientras tanto, en el presente, Enric deberá primero encontrar a Irene y luego ir descubriendo el paradero de su familia, en ese cliché (hay que aceptarlo) de que las pistas que van surgiendo coinciden convenientemente con el avance de la línea de tiempo del pasado.

La atmósfera creada en cada una de las escenas, a fuerza de excelentes valores de producción y una cinematografía que se nota pensada y cuidada, hace que uno se enganche pese a que por momentos la historia pueda pasarse de densa, y a que las puntas (el primer capítulo, pero sobre todo el último) no le hagan justicia al bloque de cinco, que no para de cachetearnos el cerebro.

Las canciones de Stella Maris están compuestas por el dúo de pop electrónico Hidrogenesse y cumplen muy bien el rol de crear algo bizarro a propósito. Nunca serán Flos Mariae, pero lo dan todo para que así sea.

No es una serie para ver en cualquier momento, porque cada episodio dura entre 70 y 80 minutos. Pero si tienen tiempo y fuerza suficiente como para dejarse agobiar y aplastar por los Javis, seguramente valga la pena la inversión. Ya les contaré cuando vea Paquita Salas, os lo juro.

La Mesías, de los Javis. Siete episodios de entre 70 y 80 minutos. En Max.