“Tengo que ir a comprar la carne para un asado, pero antes me voy a cortar el pelo”, dice mientras junta sus abrigos y saluda por última vez al personal detrás del mostrador, antes de seguir camino. Queda intacta la porción de fainá y vacío el pocillo de café, las dos costumbres de sus visitas al bar Marbella.
“Yo soy un bicho muy nocturno”, dice, cómodo en un rincón del negocio.
Antes de que arranque esta charla, el encargado del horno a leña maniobra un teléfono móvil. Guardado en la pequeña pantalla, Tabaré Cardozo anuncia las coordenadas de su show de este sábado en el Sodre y termina el mensaje con una sonrisa y sus dos pulgares en alto.
“Hace diez años que vivo acá”, cuenta sobre una manzana de Parque Rodó, muy cerca de Palermo. “Soy amigo de la carnicería de acá a la vuelta, de la carnicería de allá arriba, de la gente de la panadería, que me guarda unos pancitos especiales para mí, de la gente de los supermercados; los conozco a todos”, detalla con cierto orgullo, y dice que siempre hizo lo mismo cuando vivió en el Buceo y en el Cerro.
Su último álbum, 39 de febrero (MMG, 2023), es desmedido en todos los frentes: la electricidad de las guitarras de rock, la poética existencialista, las amenazas bíblicas y los escapes de bohemia murguera. Tiene 21 canciones, 16 inéditas y la participación de un dream team de músicos uruguayos y argentinos, entre ellos Ruben Rada, Ana Prada, León Gieco y Juan Carlos Baglietto.
Sólo si se le pregunta con especial interés Cardozo despliega sus conocimientos enciclopédicos sobre los más diversos fenómenos humanos.
Si se trata de poética murguera, sus estudios rescatan, además de las canciones urbanas de Jaime Roos y Raúl Castro, los discos de José El Sabalero Carbajal, “que era de Juan Lacaze”, y las composiciones de Rubén Lena para Todos detrás de Momo (Orfeo, 1971) de Los Olimareños.
“Fijate que la murga canción, como algo muy uruguayo, se asocia directamente con lo montevideano, pero en realidad tiene muchas raíces en el interior, en donde el carnaval también fue, y sigue siendo, muy importante. Tenés ‘A mi gente’, del Sabalero, y a Omar Romano y Los del Altillo, una de las primeras bandas del género. En las canciones de Romano aparecen personajes del carnaval de Paysandú, incluso algunos que él ni siquiera conoció. Entonces estamos hablando de una influencia muy grande del interior con la que se construye esa poética murguera”, señala.
Con un pie afuera y otro adentro
Ya pasaron 20 años desde los comienzos de su carrera solista y de canciones como “El tipo de la radio” y “Marcha camión”. En ellas, festejadas y reconocidas por el público y sus pares en ritos de la liturgia del Momo uruguayo, el cantautor dejó escrita su mejor versión de la mística carnavalera.
Ahora, luego de varios discos más y con una carrera consolidada en cientos de conciertos íntimos y multitudinarios, hay otro mundo que avanza con intensidad sobre su música. “Tratando de encontrar el sol / Detrás de mi contradicción / Tratando de saber quién soy / Frente al que dice que soy yo”, canta el coro de murga en “Contradicción”, el track que abre 39 de febrero.
“La vida te oscurece”, dice el letrista. “Pienso en ‘El gorrión’ o en ‘La leyenda del hombre azul’: canciones luminosas, prístinas, diáfanas. De joven estás lleno de ilusiones, después la vida te da contra todo y te vas haciendo grande. Cuando saqué mi primer disco tenía 28 años, pero algunas de esas canciones las tenía guardadas de mucho tiempo antes”, cuenta.
“Contradicción” fue una de las primeras que compuso para su disco más reciente: “Increíblemente, inauguró una época de reflexión, de autoescrutinio, y la canción apareció justo un año antes de la pandemia”, relata. “Veníamos a 300 por hora, con giras y giras, y pasamos a estar encerrados en nuestra casa durante seis meses”, recuerda, y también habla de sus compromisos como integrante de la murga Agarrate Catalina.
“Los primeros dos meses pasé durmiendo, después me empezó a surgir la necesidad de escribir cosas y pasó que ese dedo gigante para apuntar a los demás que tenemos los letristas de murga como defecto profesional empezó a apuntar para adentro. Lo de ‘Contradicción’ fue medio premonitorio”, opina.
En su repertorio personal Cardozo reconoce, al menos, dos tipos de canciones. La dramática y onettiana “Cartas para un jabalí” es una joya del disco, que el autor ubica entre sus camufladas. “Esa es una canción de amor. Cuando hablo de alguien en particular, trato de que la canción le llegue a esa persona pero, al mismo tiempo, que no todo el mundo sepa de quién estoy hablando”, explica sobre un procedimiento que lo empuja a una de sus formas de poesía, tal vez no del todo apreciada y no del todo popular.
Sobre el otro tipo de canciones, entre las que se ubican “Que Dios me libre” y “A contramundo”, explica: “Trato de hacer canciones que, en general, sean fácilmente decodificables. Es decir, que se entienda de qué estoy hablando”.
Su “desesperación por comunicar” tiene su propia historia: “Cuando era chico sentía que nadie me entendía. Quería decir una cosa en serio y la gente se reía”, rememora. “Tenía la misma sensación que experimenté de grande cuando fui a otros países y quería hablar otro idioma. De niño era una cosa permanente. Podía explicar cosas cotidianas, pero cuando quería expresar un sentimiento, un pensamiento, o no me sabía explicar o me malinterpretaban. Además, tenía el problema de que no sabía pronunciar la letra erre. Entonces empecé a leer y a leer el diccionario y cosas para aprender palabras que no tuvieran erre, y eso me ayudó a tener un léxico muy rico”.
Para cualquiera de los dos casos, el de sus canciones personales camufladas y el de las claras y familiares, ante la curiosidad cholula por la procedencia de las historias, Cardozo tiene una cosmogonía didáctica de retruco: “Vos estás en tu casa, ¿no? Y cerrás la canilla, pero el cuerito está medio roto. Así que cada tanto cae una gota. Cada gota es una cosa. Pero si vos vas a abrir la canilla, sale un chorro. Son muchas gotas juntas, pero es un chorro solo. Bueno, yo nunca entendí el concepto de la gente como gotas. Para mí, vos, yo, el que está detrás del mostrador, somos una sola cosa. O sea, estamos totalmente interconectados. Igual que el mercurio de un termómetro: si se rompe, todo eso que estaba junto queda separado, pero somos lo mismo. Entonces, muchas veces, sí, hablo mucho en primera persona y la gente puede llegar a interpretar que estoy demasiado atento a mí mismo, pero en realidad estoy atento a mí mismo porque soy mi único conejo de India. O sea, soy la única manera que tengo de entenderte a vos, porque vos estás fuera de mi burbuja. Sos otra gota, pero sos lo mismo”.
Tabaré Cardozo presenta 39 de febrero. Este sábado a las 21.00 en la sala Eduardo Fabini del Auditorio Nacional del Sodre (Florida 1460). Entradas desde $ 900 a $ 3.200 en Tickantel.