Desde La langosta (2015), Yorgos Lanthimos pasó a la privilegiada condición de cineasta que ya no tiene que disputar un lugar en los grandes festivales, sino que es disputado por ellos. Después de Pobres criaturas (Poor Things, 2023), que fue además un éxito de taquilla y ganó cuatro Oscar, el realizador griego puede hacer lo que se le cante. Por ejemplo, la lista de candidatos para uno de los actores prominentes de su más reciente film, Tipos de gentileza (Kinds of Kindness), que terminó recayendo en Willem Dafoe, consistía en George Clooney, Leonardo DiCaprio, Robert Downey Jr, Brendan Gleeson, Ethan Hawke, Edward Norton, Al Pacino, Brad Pitt, Jeremy Renner y Mark Ruffalo. Hubo listas con igual sabor a “alfombra roja” para todos los demás roles.
Es muy meritorio que, frente a esa posición, Lanthimos haya emprendido una especie de regreso a las raíces, reconectando con el guionista Efthymis Filippou, un coterráneo junto a quien contribuyó a conformar la llamada weird wave (ola rara) del cine griego a fines de la primera década de este siglo, que se suele asociar con el clima especial de la grave crisis económico-política que estalló en su país por aquellos años.
Salvo por los hechos, nada insignificantes, de que está filmada en Nueva Orleans, hablada en inglés, plagada de estrellas de Hollywood y que su presupuesto –modesto para Estados Unidos– sería impensable para un film griego, Tipos de gentileza se mantiene bastante fiel a las premisas de los inicios de Lanthimos y Filippou, con su toque de surrealismo o absurdismo, sus apuntes cínicos sobre las relaciones de poder, cierta misantropía, la intervención medio shockeante de escenas de gran violencia, cierta osadía en la exposición de elementos sexuales, la construcción de una constante incomodidad en el espectador que termina contribuyendo a un dejo de comedia. Hay incluso una pequeña participación de Grecia en la coproducción.
Willem Dafoe, Emma Stone y el misterioso RMF
Son tres episodios separados, cada uno con una duración de unos 50 minutos. Si fuera por el guion, estaría muy cerca de ser una compilación de mediometrajes, cada cual con su título e incluso con sus créditos finales básicos, que surgen antes de pasar al episodio siguiente. En la práctica, hay un elemento que sirve para unificar el largometraje y emparentar/contrastar los episodios, que es el hecho de que los tres están interpretados por la misma troupe básica de actores: Jesse Plemons, Emma Stone, Margaret Qualley, Willem Dafoe, Hong Chau, Mamoudou Athie y Joe Alwyn.
Plemons es el protagonista absoluto de los dos primeros episodios, y un secundario en el tercero; Athie tiene un rol fundamental en el episodio central y meros cameos en los otros dos, y así sucesivamente. ¿Será que Lanthimos sacó ese concepto, con trasfondo teatral, de elenco estable para distintos personajes en una película, de La flor, (de Mariano Llinás, 2018)?
Ver constantemente las mismas caras, comparar los personajes interpretados por cada actor, volver a acostumbrarse en cada vuelta a aplicar nuevos nombres y nuevos roles a cada rostro, es uno de los juegos de la película. Uno puede incluso atender algunas progresiones formales: en cada episodio sucesivo, Emma Stone va ganando tiempo de pantalla, y el pelo de Jesse Plemons va quedando cada vez más corto.
Todo el primer episodio transcurre en unos caserones modernos impolutos y espléndidamente decorados con criterio minimista, mientras que los otros dos incluyen lugares mucho más deslucidos, polvorientos, comunes. Los flashbacks y los sueños siempre se ven en blanco y negro. La música de Erskin Fendrix (esa gran revelación de Poor Things) es toda con un pianito disonante y voces usadas de manera muy peculiar. Como en todas sus películas, Lanthimos disfruta de filmar con una gran angular exagerada. Los toques levemente grotescos del visual y de la música combinan bien con un montaje algo abrupto, lleno de elipsis llamativas: Robert dice que va al hospital / lo vemos llegando a su casa. ¿Será que Robert no dijo la verdad cuando dijo que se iba al hospital? Recién al rato sabremos que él sí fue al hospital, en un lapso omitido entre una escena y la siguiente. Cosas así pasan todo el tiempo.
Pero hay un elemento desestabilizador: una persona que aparece durante unos pocos minutos en todos los episodios, siempre interpretada por Yorgos Stefanakos, siempre con la misma apariencia, sin decir palabra, y con el mismo “nombre” –se lo identifica como RMF–. En un juego en que todos los actores cambian de rol, ese elemento de estabilidad transgrede las reglas.
En una película como esta, nada es terreno seguro, pero se puede inferir algunas posibilidades de una historia unificada de RMF entre los tres episodios. Eso implicaría que los episodios están cronológicamente barajados: el episodio central ocurre o antes del primero o después del tercero. Para ampliar la no-lógica del todo, ese quizá-personaje, siempre muy secundario, es el que sirve de referente para los títulos de los tres episodios, con una progresión decreciente de significación: “La muerte de RMF”, “RMF está volando” y “RMF come un sándwich”.
Una sinopsis
Todas las situaciones son extrañas. En el primer episodio, Robert es un ejecutivo en la gran empresa manejada por Raymond. Las órdenes que recibe de Raymond no son sólo profesionales: consisten en, por ejemplo, qué va a comer, si va o no a hacer el amor con su esposa esa noche, que debe chocar un auto específico a determinada hora. Al inicio aguardamos alguna explicación verosímil para ese comportamiento estrafalario, hasta que entendemos que no hay ni habrá ninguna.
En el segundo episodio, la esposa de Daniel desapareció luego de un accidente en el mar. De pronto, es encontrada viva en una isla y regresa al hogar. En una mezcla de perspicacia y paranoia, Daniel concluye que la mujer rescatada no es su esposa sino una Doppelgänger.
En el episodio final, la integrante de una secta extraña busca una persona con el don de resucitar a los muertos. No sólo son raras las líneas anecdóticas básicas, sino el hecho de que las reacciones de los personajes, sin nunca perder contacto con patrones de comportamiento prosaicos, están sacadas de lo normal. Si bien pasan cosas terribles o escandalosas, la reacción siempre es un poco atenuada, como si lo extraño fuera menos extraño de lo que es.
Algunos de esos rasgos surrealistas pueden ser vistos como una especie de realismo mágico a la griega (tomando realismo mágico como una manera de enfatizar, a través del absurdo y la hipérbole, aspectos de cierta realidad profunda). Por ejemplo, el primer episodio puede referir a la opresión de estar sometido a una autoridad, de ser un cipayo. El ejecutivo de rango mediano vive en el tironeo entre el poder otorgado por la plata que gana, el auto, la casa y los trajes que ostenta y, por otro lado, la total dependencia de los caprichos de la autoridad superior. Liberarse de esa autoridad es perder los privilegios que son, a su vez, una forma de libertad, y la libertad real con respecto al patrón termina teniendo el sabor amargo de una situación vital que es, paradójicamente, limitada, sobre todo si el horizonte de deseos del personaje es el que está codificado en su estereotipo de ejecutivo. La parábola se enriquece con el hecho de que Robert no aspira a la independencia por beneficio personal, sino por una opción ética: se rehúsa a cometer el asesinato que le ordena Raymond. Regresar a su posición de privilegio mediano va a implicar trasgredir esa barrera moral, que es justamente la que Raymond aspira a doblegar con miras a una posesión más plena de su súbdito.
Las posibilidades interpretativas son múltiples: un comentario sobre la manera de ser de las personas más directamente implicadas en la red de poder en una sociedad capitalista; o incluso una alegoría de la Grecia misma frente a las presiones de quienes toman decisiones en la Comunidad Europea y la banca internacional. Cuestiones análogas vinculadas al poder –en la pareja, en una secta religiosa– son centrales también en los demás episodios.
El título, Tipos de gentileza, tiene algo de ironía, ya que las gentilezas mostradas aquí son formas suaves de ejercer la dominación y, a la larga, terminan desembocando en actos brutales. La poética del título original en inglés, Kinds of Kindness, entraña un sentido secundario: kindness, además de su sentido usual (gentileza), parece derivar de kind (tipo), por lo que implica algo así como Tipos de tipeza o Maneras de maneras de ser, es decir, un comentario sobre la diversidad.
La película es una experiencia bonita, inquietante, incómoda, quizá algo pesada y exigida en su misantropía insistente extendida en casi tres horas de largo, quizá por todo eso importante, quizá por todo eso un poco odiosa. Hay margen para que uno se aburra un poco, pero otras sensibilidades hallarán en ella una rica fuente de fascinaciones. Sin dudas, es una opción esencialmente distinta de todo lo que hay en la cartelera.
Tipos de gentileza (Kinds of Kindness). 165 minutos. En Cinemateca, Torre de los Profesionales, Life 21, Grupocine Punta Carretas, Alfabeta, Movie Montevideo, Portones, Grupocine Punta del Este.