Con la excepción de su gusto por la obra del español León Felipe, Jorge Esmoris, no reconoce fanatismos. “De gurí, hasta la adolescencia, fui muy hincha del Goes. Además, jugaba ahí”, apunta el actor, en diálogo con la diaria, luego de terminar un ensayo de Ronquillo, funcionario de la patria, la obra del dramaturgo y guionista Víctor Manuel Leites que cuenta sobre la vida y el pensamiento del poeta uruguayo Francisco Acuña de Figueroa (1791-1862) y que vuelve este verano a la cartelera capitalina.
“Un espectáculo bello y democrático, que amalgama a las clases diferentes”, se puede leer entre los apuntes impresos, camuflados entre encuadernaciones añejas sobre una mesa de madera, en el fragmento de un poema del prolífico escritor y autor del himno patrio de Uruguay.
Comodísimo en el frescor de una sala de la Biblioteca Nacional, en la que no se distingue el día de la noche, Esmoris habla como en su casa, y cuando se echa hacia atrás en una silla de otro siglo reflexiona: “En la época en que empecé a leer los clásicos, de repente, pensaba: ‘Pero a estos héroes yo los vi en vivo y en directo’”.
“De ir a ver a Nacional al estadio Centenario recuerdo con nitidez a Cococho Álvarez. El loco jugaba de back izquierdo, y cuando había un córner la hinchada empezaba a gritar su nombre. Cococho, que tenía una dificultad para caminar, se iba desde su área hasta la otra y era como en 300: él contra todos. Esas imágenes te quedan”, dice, y continúa hablando sobre el club de básquetbol de su barrio.
“No me acuerdo si era por el descenso o por el ascenso. Jugaba Goes contra Bohemios en el Cilindro. En Goes estaba el Mono Vignola y en Bohemios, José Pedro Malet. No sé cuántos alargues hubo; Goes terminó jugando con los botijas. Ganó Bohemios, y la imagen que yo tengo, después de haber llorado, es la del Mono Vignola tirado en la cancha, muerto de cansancio, con Malet al lado, su contrario, dándole aire con una toalla. Y ahí es cuando decís: ‘Qué los parió estos tipos’”, rescata, y apunta: “Hay personas que cuando se instalan en un lugar se transforman en gladiadores. Entonces, después vienen los literatos y escriben, pero esas cosas no las inventaron. Yo no creo que Cococho haya leído La Ilíada, pero te aseguro que era Héctor avanzando”.
Muchos dicen que, ante el avance de la tecnología y las redes sociales, la ficción cada vez tiene menos lugar. ¿Cómo la ves?
Yo creo que el cuentito sigue funcionando. Yo no tengo redes, no sé qué podrá pasar con la inteligencia artificial, pero sé que existe Tik-Tok. Claro, ahí los videos duran 30 segundos. Si todo se transforma en eso… es imposible.
En mi caso –y tal vez sea por la edad, porque capaz que no me acuerdo de lo que hice ayer–, los recuerdos de la niñez vuelven cada vez con mayor intensidad, y a eso apelo para las cosas que vengo haciendo en teatro.
Algo tan simple y humano como “vamos a escuchar una historia”. El cuento puede ser absurdo, surrealista, naturalista, realista, como quieras, y tiene mucho que ver con lo que estoy haciendo ahora. Vengo de hacer dos espectáculos musicales grandes, y ahora sentí la necesidad de volver al templo, ¿viste? Necesito volver a la cueva.
A esta obra que estamos haciendo acá le faltan las leñas para armar un fogón y alguien que dibuje unos muñecos en la pared para que, dentro de 5.000 años, alguien más se entere del cuento de este momento. Yo siempre digo: me parece que mi futuro está en el pasado. Cada vez que me acerco hacia adelante, siento que voy para atrás.
Necesito volver a mis orígenes, que el público sea público y no amigos, y que no haya una secta. Ahora parece que todo está segmentado. Hay espectáculos para altos, para gordos, para petisos. En los años 60 era la unión en la diversidad, bárbaro, pero ahora es como que el círculo dio toda la vuelta y terminamos los nenes con los nenes, las nenas con las nenas y estamos más sectarios que nunca.
¿Cuál es el punto de partida de Ronquillo, el funcionario de la patria?
La obra tiene dos personajes: Francisco Acuña de Figueroa, que era el ilustre, y Ronquillo, que viene a ser su reverso. Tipos como Acuña de Figueroa he conocido algunos, pero no muchos. Para que te hagas una idea, en estos tiempos estaría en el medio de una barra brava de fútbol, iría al carnaval, sería un gran letrista de carnaval y a la vez un gran poeta. Era todo eso. Para él, lo que hoy sería el carnaval o el fútbol era la plaza de toros, y entonces, sobre ese lugar decía: “Ahí soy yo, entre la multitud”.
Como Cococho.
Seguro. Y era un tipo que siempre estaba cuestionando. Francisco Acuña de Figueroa era un buscavidas, un pícaro que murió en la indigencia total. Resulta que el tipo andaba buscando empleo y que le pagaran, pero en aquella época parece que no se pagaba mucho. Terminó siendo el primer director rentado de la Biblioteca Nacional, pero estuvo cinco años sin cobrar un sueldo en la administración pública, durante el gobierno de Lorenzo Batlle.
En la obra se lee una carta real, que [José] Ellauri, ministro de Hacienda de esa época, le manda al presidente [Fructuoso] Rivera: “Me vino a ver Figueroa a solicitar no sé cuánto, y pide 1.400 pesos”, arranca, y termina diciendo Ellauri: “Pero quiero aclararle que actualmente hay gente que hace ese trabajo muy bien, gratis y con gran entusiasmo”. Claro, eso después sigue en otra carta en la que Figueroa dice: “Así concibe el político el trabajo del artista y el intelectual. Gratis”. Y eso lo decía en 1803. Ahí te das cuenta de que todas esas cosas del pasado se pueden leer desde el presente con plena vigencia, y así las ponemos en cuestión.
O como cuando Figueroa decía: “Yo soy un funcionario, sea cual sea el gobierno, y como funcionario tengo que hacer bien mi trabajo. Después: “Soy un artista, y como artista tengo que cuestionar, sea cual sea el gobierno”. Esas cosas, hoy por hoy, que cada vez está todo más difícil, sobre todo para los que andamos a la intemperie, ni de un lado ni del otro, sabiendo que si te involucrás mucho con algún bando quedás afuera, es muy emocionante poder interpretarlas.
Víctor Manuel Leites, el autor de la obra, es un loco que siempre estuvo en el Partido Comunista. Y vos te das cuenta de que el personaje le fue ganando. Es como que, a partir de esta obra, Leites empezó a calibrar las cosas de otra manera, y de alguna manera trata de decir: “Entiendan a este tipo y entiendan lo que está diciendo”.
Figueroa tenía una gran cultura, sabía latín. De su obra La malambrunada, muchos autores españoles llegaron a decir que sólo se podía igualar con La gatomaquia, de Lope de Vega.
Acá estás rodeado de libros. Uno te imagina siempre en una situación similar, pero tal vez no tenga nada que ver con la realidad. ¿Esmoris va a la playa?
No, no me gusta.
Entonces era como me imaginaba.
Bueno, no sé si entre libros, pero a las playas de Montevideo, la última vez que fui era un guacho.
Tal vez todavía no estaba hecho el caño colector.
No, no estaba. Me acuerdo de que me paré en la rambla y empecé a mirar, y dije: “Pero no hay lugar acá, y ta, si no hay lugar en la playa, yo no vengo más”. Y nunca más. Me acuerdo, de más chico, nos llevaban en el 173, que iba siempre lleno. Ir a la playa era un éxodo. Después con el carnaval era imposible. Cada tanto, me iba al parque de vacaciones de Agadu, en Atlántida. Y ahí sí, tenías una playa para vos solo.
Así que la condición para que Esmoris pueda ir a la playa es...
Es que llueva o caiga nieve.
Estoy pensando que después de que dejaste la BCG seguiste haciendo teatro todos los veranos.
Es que me encanta. La disposición de la gente es distinta. Hay otro ánimo, como que todo el mundo está de vacaciones. La gente llega con buen espíritu.
Hace poco, en una nota que diste en M24 dijiste algo que me llamó la atención: “Sigo siendo un ferviente defensor de los políticos”.
Claro, sí. El tema es que ya no quedan, o van quedando cada vez menos. Lo que pasa también es que el sistema político es cada vez más farandulero. En lo que yo hago, capaz que si voy a la televisión y muestro el culo se agotan todas las funciones. Y me parece que los políticos, para que los voten o para que los entrevisten, salen a decir cualquier barbaridad.
Por ponerlo de alguna manera, yo defiendo a políticos como Alejandro Atchugarry, Ferreira Aldunate o Guillermo Chifflet.
¿Qué dirías que tienen en común?
Sobriedad e idealismo. Ver a una persona como Chifflet irse llorando del Palacio Legislativo por lo que tuvo que votar [en diciembre de 2005, el legislador socialista renunció a su banca en Diputados porque se oponía a aprobar el envío de militares uruguayos a Haití, como solicitaba el gobierno frenteamplista]. Hay que tener huevos y hay que tener cabeza y pienso. Entonces, estoy seguro de que sigue habiendo políticos así, lo que pasa es que cada vez encuentran menos lugar.
Hoy por hoy, tengo la sensación de que las mujeres en la política están demostrando mayor sensatez y compromiso que los hombres. Creo que la política se tiene que empezar a humanizar. Por ejemplo, ya no se aguanta más un año y medio de campaña electoral. Un mes y afuera. Ahora pronto tenemos otra. Cuanto menos dinero salgan las campañas, mejor.
Capaz que uno con el tiempo se va poniendo fascista y no se da cuenta, pero yo diría: “¿Vos tenés pensado ser diputado, senador? ¿Vas a ser parte de un gobierno? Bueno, tenés prohibido el Twitter. Si querés dirigirte a la sociedad, aprendé a escribir con más de 100 caracteres, explicá las cosas con más palabras, ¡pelotudo!”.
Cuando te pusiste a preparar la primera versión de Esmoris presidente, ibas a la biblioteca del Palacio Legislativo a leer los discursos de otras épocas. Según entiendo, ahí encontraste algo valioso.
Claro, por supuesto. Es que en otras épocas los discursos eran grandes piezas de oratoria, y además los políticos eran casi todos escritores y periodistas de raza. O sea, había una retórica impresionante. Yo iba al liceo 17 en el año 68. Había quilombo todos los días. Yo terminaba en un billar o viendo alguna sesión del Parlamento. Porque estábamos a dos cuadras del Palacio Legislativo y a seis de los billares.
Y yo llegué a escuchar a Ferreira Aldunate, a Zelmar Michelini, en vivo. Había cosas que no entendía, pero me daba cuenta de que hablaban con una fluidez increíble. Me acuerdo de una vez, el tema era la educación, Michelini estaba dando su discurso y, de repente, uno que estaba en las barras le grita: “¡Como en Cuba!”. Michelini se dio vuelta y siguió hablando con el tipo, pero le hablaba como si fuese otro senador, y el tipo le respondía con la seguridad de un senador, y siguió la discusión, pero de un nivel que no lo podías creer.
A veces parece que algunos quisieran que uno se olvide de esas cosas, y yo me aferro. No me quiero olvidar de esas cosas que viví, como las que viví en carnaval. Yo no me puedo olvidar de lo que viví en el Goes, porque yo soy eso, ¿por qué tengo que venir ahora acá a hacer otra cosa? Yo viví, desde abajo del escenario, cómo mi familia, que no tenía nada que ver con la cultura, iba al tablado todos los días, se divertía y la pasaba bien.
Yo nací en un lugar y estoy en el mismo lugar en el que nací, y por tanto le debo dar lo mismo a la gente, obviamente con otra visión, pero no voy a venir a decirle a la gente que la está pasando mal “qué mal que la estamos pasando”, y justamente en carnaval. Es decir, sacámela un poquito, y encima de noche. Venís escuchando pálidas por la radio desde las ocho de la mañana; no podés darle lo mismo a la gente cuando va al tablado.
Cuando dicen “abrí la cabeza”, siempre digo: “Tené cuidado, no sea cosa que se te caigan todas las neuronas”. Si para seguir me tengo que convertir en otro, prefiero seguir acá, con 50 personas.
Jorge Esmoris en Ronquillo, el funcionario de la patria. En febrero, viernes y sábados a las 21.00) y domingos a las 22.00 en la Biblioteca Nacional (18 de Julio 1790). Entradas a $ 600 en Redtickets.