Lucía Romero encuentra perfecta lógica en las numerosas alusiones marítimas a lo largo de su segundo disco, Magia pagana, recientemente editado por Little Butterfly Records. “Barcos con luces celebran el funeral de lo que no me libera”, susurra en “Funeral”, sobre un clima denso de base electrónica que fuga hacia un coro de sirenas de su propia voz. La canción podría recordar los incendios emocionales de Tori Amos y Vera Sienra, sin perder originalidad ni frescura.
“Sólo queda entregarse, amor, que comience el camino, navegar sin naufragar”, sigue el relato de este álbum conceptual con la rítmica y bailable “Vacío” y desemboca en “Al mar de la luna llena”, con una melodía ajustada a su invocación: “Al mar de la luna llena le pido que me limpie de toda la pena, de todo el dolor, de toda la amargura que tiene mi corazón”.
La cantante y multiinstrumentista uruguaya se crio en Lomas de Solymar y ahora vive en Neptunia. “Salvo por el ruido de las motos que nos han invadido, es un balneario muy tranquilo. Ahí tengo un jardín donde he plantado muchas flores y plantas, y es un lugar que permite ver los pájaros y estar cerca de la playa”, dice.
“Hay canciones del disco que surgieron en la playa. Además, desde casa se puede escuchar el mar de noche. Así que, aunque no lo haya buscado directamente, eso seguro influyó en la grabación”, asegura. Luego agrega una perspectiva más consciente de su poesía: “Como es un disco que evoca un poco el ritual, por así decirlo, creo que el mar es un elemento bastante común cuando vinculamos al ser humano con procesos de limpieza. O qué sé yo, con diferentes procesos”, duda, y después reafirma su idea: “El solo hecho de componer un disco tiene algo de limpieza. Es como dejar lugar para que venga algo nuevo. Hasta que lo materializás y decís ‘bueno, hice esto’, le das un comienzo y un final”.
Magia pagana convoca a un multigénero musical que sólo se define por instantes y cuyo mayor atractivo reside en una lograda dramaturgia donde texto y música navegan por la misma ruta, sin casualidades. En el gusto personal de Romero aparece primero el folclore, y menciona a Mercedes Sosa, Santiago Chalar, Violeta Parra y Atahualpa Yupanqui. Luego la música brasileña de Caetano Veloso, Gilberto Gil, Tom Jobim, y el soul de Erykah Badu y Etta James.
“Últimamente les dedico mucho tiempo a cosas de anatomía”, cuenta sobre sus lecturas recientes, a las que suma su afición por la obra del estadounidense Patrick Rothfuss y su trilogía inconclusa Crónica del asesino de reyes. “La literatura fantástica me gusta mucho”, admite. “Te da la sensación de estar comiendo algo muy delicioso, ¿viste? Esos escritores que tienen la capacidad de que abrís uno de sus libros y volvés a estar en el mismo lugar de una manera perfecta. Eso me parece inspirador”.
En su recorrido musical se destacan la participación en las bandas de Emiliano Brancciari (Emi) y Franny Glass. Como una espina rebelde, prefiere hablar de sus comienzos con The Walking Funk & Blues, una banda de Ciudad de la Costa que de algún modo cambió la impronta de su música, o tal vez sólo acentuó un rasgo de su carácter. “Hasta los 18 yo sólo cantaba y por ahí tocaba un poco la guitarra. Cuando empecé en esta banda, que era toda de varones, me di cuenta de que había todo un mundo de música y de armonías que yo no conocía. Ahí viene mi formación más fuerte. Me dije: ‘Olvidate, yo voy a estudiar. Nunca más vuelvo a vivir un ensayo de esta manera’. Me fui de la banda y, con un dinero que había cobrado por varios conciertos, me compré mi primera trompeta. Me puse a estudiar trompeta, después piano, y seguí estudiando y estudiando”.
La decisión de lanzar por fin su propia música le llevó más tiempo del previsto. “A veces me frustraba y me decía: ‘Ya tendría que estar haciendo esto y no lo estoy logrando’. Por suerte, en paralelo tocaba con otras bandas y tenía dónde entretenerme”, apunta.
Encontró alivio en la danza contemporánea: estudió en el taller Casarrodante, donde además brinda clases de canto. “Con la música tuve altibajos, o más bajos, digamos. De hecho, tuve un momento obsesivo y poco feliz, cuando empecé a estudiar muchos instrumentos. A veces lo metódico de la música nos aleja de la música”, advierte.
En residencias de creación de danza contemporánea se encontró “con otras formas de composición y otras reglas” que no demoró en trasladar a sus canciones y a su oficio de productora musical. “Esa experiencia me dio una sensación, o una información, de la espacialidad de las cosas. Y yo vivo lo sonoro de la misma manera. ¿Cómo busco espacio para lo que quiero? Por eso Magia pagana fue un disco bastante minimalista en la instrumentación”, describe.
Como el primero, el álbum fue producido por ella misma, responsable de voces y teclados, junto con Esteban Pesce en batería y Mateo Flores como ingeniero de grabación. “Me gusta mucho producir”, remarca. “Soy una persona que siempre está consciente de que está coproduciendo con otros. La línea entre componer y producir es muy fina. Fernando Cabrera produjo todos sus discos y quizás nunca lo escuchaste decir nada. Creo que siempre se trata de tomar decisiones, y a mí me gusta tomar eso como un juego”, explica.
Sobre el show con el que presentará estas nuevas canciones, confiesa: “Ahora también voy a poder decir dónde van las luces y de qué color las quiero”.
Lucía Romero presenta Magia pagana. Lunes 27 a las 21.00 en la sala Hugo Balzo del Auditorio Nacional del Sodre. Entradas a $ 700 en Tickantel. 2x1 para la diaria.