Ahora Fluffy está muy viejito y ya no le interesa pasear, pero cuando Tabaré Rivero sacaba a su perro caniche a dar una vuelta, en pleno Barrio Sur, solían gritarle alguna pavada. El cantante ya está más que acostumbrado a que le digan casi cualquier cosa por la calle. Por ejemplo, se traslada en una moto pollerita, de esas bien utilitarias y automáticas, y le preguntan dónde está la Harley-Davidson. Rivero dice que, como es rockero, parece que debería tener una Harley, vestirse con campera de cuero negra y andar por la vida al mejor estilo Easy Rider, aquella clásica y contracultural película de Dennis Hopper de 1969.

De joven, cuando Rivero vivía por 18 de Julio, en plena dictadura, le daba miedo ir a la panadería porque en el camino le podían pedir documentos, y muchas veces lo detuvieron. Un día, se subió con un amigo al ómnibus y el guarda, con sorna, dijo a viva voz: “Paren, paren, dejen pasar primero a las señoritas, después baja el resto”. “Yo me sentía feo y ridículo con el pelo corto, no me quería parecer a un milico”, recuerda el músico.

Esos “detalles” eran el caldo de cultivo ideal para colgarse la guitarra que estuviera más a mano y armar una banda de rock, y así fue que muchos lo hicieron en 1985, cuando terminó la dictadura –en los papeles–. Una de ellas fue La Tabaré Riverock Banda, liderada, claro está, por Rivero, que cuatro décadas después sigue en pie, con una quincena de discos en su haber y con él como único integrante de todas las horas, por eso es muy lógico que siga llamándose solamente La Tabaré.

El músico –que también es actor– dice que lo que lo mantiene con ganas, cuatro décadas después y con 68 años a cuestas, es la pasión por esto, y recuerda: “Era mi sueño desde que vi a los Beatles en dibujitos animados: me apasionaba tener una banda de rock. Soñaba que cantaba ante todo el liceo, puteaba a los profesores y todo el mundo me aplaudía. Me imaginaba que me vengaba. Siempre hice las canciones –aun siendo niño– para chocar con algo”.

El Teatro de Verano es el escenario que este sábado recibirá a La Tabaré por el festejo de sus 40 años, con un espectáculo que durará cerca de dos horas. Ese recinto es el mismo en el que, también hace cuatro décadas, se presentó el compilado Graffiti, con canciones del seminal rock posdictadura, que incluía a Los Estómagos, Los Traidores y Los Tontos, entre otros grupos. Rivero fue a ese toque y recuerda que aquellas bandas le “volaron la cabeza” y pensó “¡qué suerte que esto va a cambiar”, según cuenta en entrevista con la diaria, en su casa, mientras Fluffy merodea los sillones y pide caricias.

¿Cómo recordás el ambiente de 1985, cuando formaste la banda?

Había terminado la dictadura, en la que el canto popular tuvo un éxito masivo y los teatros se llenaban por completo. Pero durante todo 1985 –yo era parte del elenco del Teatro Circular– nadie iba a un concierto de canto popular, o sea, pasaron de tocar en los grandes estadios a no poder llenar ni un bolichito. Había un aburrimiento general en todo Montevideo, los jóvenes no tenían ningún lugar adonde ir, no había bares de jóvenes. Estaba La Papoñita...

O sea, bares de viejos.

Exacto, o boliches con tres borrachos en el mostrador, a los que no te dejaban entrar, y si entrabas, te miraban mal. Uno con pelo largo, con patillas, no les gustaba. En una obra de teatro conocí a la gente de El Cuarteto de Nos, que me dio manija para armar La Tabaré, y como yo tenía ganas de hacer rock, dije “vamos a hacerlo”. Pero me insistieron mucho, yo primero no quería porque me consideraba un cantor aburrido.

Pero tocabas la guitarra.

Sí, mal, con cuatro o cinco acordes, como ahora, pero componía canciones en pila, y en aquel momento con la bronca que traía... Porque el canto popular lo llegué a escuchar por lo que significaba, pero estaba un poco aburrido de esa cosa exageradamente intelectual que tenía, lo solemne, todo era [pone voz seria y muy grave] “a continuación tocaremos un texto de un poeta, bla bla bla”. ¿Y a mí qué me importaba eso? Yo había perdido toda mi juventud en dictadura, desde los 16 a los 28 años, entonces, dije “hago un concierto con esta gente”; El Cuarteto tenía temas muy humorísticos, y los míos también, por eso les interesó, no porque yo cantara bien.

¿Te dio bronca haber perdido tu juventud por la dictadura?

Lo viví con miedo, porque salía a la calle con el pelo un poquito largo y me pedían documentos, que no era para nada amable, siempre muy prepotente: “Las manos contra la pared, separen las piernas”, y te pegaban en los tobillos. Yo hice tercer y cuarto año en un liceo que quedaba atrás del aeropuerto, por Colonia Nicolich. Me iba desde el Centro, y cuando faltaban 300 metros, nos bajaban a todos, y nos trataban muy mal. Éramos gurisitos de 15 años... Mi familia no era muy politizada, le daba lo mismo, pero entré a ver que los militares estaban muy mal de la cabeza, la primera sensación que tuve fue esa. Si me trataban así y yo no había hecho nada, más que tener el pelo largo… Eso me empezó a politizar y a vincular con gente que también estaba fastidiada como yo. Nos pasábamos libros, discos y cosas. Cuando agarré la guitarra y pude enchufarla, tenía una rabia que volaba, pero con mucho humor, sobre todo en la primera época.

¿El teatro no te daba la posibilidad de descargar la frustración tanto como el rock?

No, para nada. En el teatro pasa todo por la cabeza: uno se sienta en una sala, ve una obra e intelectualiza lo que está viendo, es mucho más racional. En el rock pasaba lo contrario: primero me pegaba en las entrañas y después lo pensaba. Siempre fui de pensar el arte, no es “me gusta esto y ya está”.

Vos eras de una generación más grande, casi diez años, de los músicos de la mayoría de las bandas de rock uruguayo que nacieron en la posdictadura. ¿Notabas esa diferencia en la música que hacían?

Sí, además, en esa edad, entre los 18 y los 28, hay una diferencia más notoria. Por ejemplo, Riki Musso [guitarrista de El Cuarteto de Nos, que formó parte de La Tabaré al principio] un día me lo hizo notar, me dijo: “Pará, no me pongas un ensayo un sábado que soy joven”. Pero ahora con Riki ni hablamos de diferencia de edad, porque ocho o diez años no significan nada. Aparte, yo había escuchado todo el rock uruguayo de los 60 y 70 porque me apasionan los grupos experimentales, y no estaba del todo afín con lo que veía en televisión de los grupos new wave; algunas cosas, sí, pero los que más me gustaban eran los que tenían algo similar a los años 60 o 70. Principios de los 70, porque los 70 del glamour, las lentejuelas y todo eso no eran lo mío.

La prueba más directa de esa diferencia es que en el primer disco de La Tabaré, Sigue siendo rocanrol (1987), hay una versión de “What’s the Ugliest Part of Your Body?”, de Frank Zappa, y otra de “Honky Tonk Women”, de los Rolling Stones, canciones clásicas que en ese momento ya tenían dos décadas.

Totalmente. Cabe aclarar que cuando grabamos ese tema de los Stones, en Uruguay no se escuchaban, los jóvenes no tenían ni idea de que existían. Al punto de que el Pájaro [Gustavo] Ogara, que era un gran guitarrista y rockero, creyó que el tema era mío, hasta que lo vio en el disco y leyó “Jagger-Richards”.

Foto: María Vivanco.

Foto: María Vivanco.

Y tu veta teatral, con esa especie de soliloquios entre canciones, fue natural incorporarla.

Sí, en ese momento estaba mucho más empapado del teatro que de la música, porque la música prácticamente la había dejado de lado. Había tocado en una banda con Luis Trochón, en 1974 y 1975, después él armó Los Que Iban Cantando, le dio por hacer un estilo de música totalmente distinto. Yo los iba a ver, pero un charango y una quena no era lo que quería, si bien me gustaba lo que hacían, sobre todo en ese momento histórico. El teatro estaba naturalmente ahí, me gustaba decir cosas y moverme en el escenario un poco más de lo que se movían los rockeros de la época. [Gabriel] Peluffo era el único cantante que veía en aquellos tiempos con una escena que era desbordante, me parecía genial; los demás arriba del escenario eran demasiado momias.

¿Cómo ves hoy, tantos años después, los dos primeros discos de La Tabaré, de aquel segundo lustro de los 80?

El primero fue grabado rápido, con un cambio de integrantes, como siempre fue en La Tabaré. Riki Musso se fue porque quería seguir tocando en El Cuarteto y no estaba para grabar en dos bandas; hubo que llamar rápido a otros músicos: Rudy Mentario entró en ese momento. Lo hicimos como pudimos, con las pocas horas que nos dio el Palacio [de la Música, el sello Orfeo], grabándolo entre las tres y las seis de la mañana, y siempre con un técnico distinto, fue caótico. Lo escucho ahora y me parece un disco más pop de lo que hubiera querido para aquel momento. Los temas me gustan, pero la grabación falla, es un disco más de 1985, que fue cuando lo compuse, que de cuando salió, en 1987. En cambio, Rocanrol del arrabal (1989) fue un disco con el que quedé re contento, estuvo bárbaro. Capaz que lo escucho y digo “podría ser grabado de otra manera”, esas cosas del tecnicismo, que ahora con la inteligencia artificial cada vez me importan menos; al contrario, ahora estoy a favor del error, quiero convencer a los músicos de tocar sin metrónomo. Si nos vamos de tiempo, nos vamos, es humano.

En ese segundo disco está la canción “Somos todos subversivos”, en la que canta Gabriel Peluffo, entre otros invitados, y dicen que “hay que legalizar el aborto”. Cantar eso explícitamente en 1989 era fuerte.

Y también “legalizar la eutanasia”. Todas cosas que hoy, por suerte, ya pasaron. Pero sí, era fuerte. De hecho, decir “mierda”, “puta” o “culo” era fuerte. Hoy eso no asusta ni a un bebé, pero en aquel momento yo utilizaba ese lenguaje porque en el canto popular no se utilizaba, y me gustaba que el rock chocara, que incomodara.

De hecho, en Spotify algunas de las canciones de tu banda tienen la letra “E” en el título; significa que incluyen contenido explícito.

¿Sí? Todavía hoy... Pero mirá vos, una multinacional moralista.

¿Cuál pensás que es la canción que más te define? ¿“Un romancero”?

No, porque la compuse cuando tenía 17 años; todas las otras las compuse casi en el momento. Es una canción que me gusta muchísimo, pero creo que hay otras, como “Excepto”, en la que canto “que la cabeza se te va para atrás”. En ese momento me estaba volviendo muy loco, y no por drogas sino por depresión.

“Qué locura en la ciudad, / tu cultura me la paso por acá, / la burocracia me aparta de Dios, / no me causa gracia confundirme con vos”, cantabas en “Excepto”.

Sí, ya era empleado municipal. Nunca fui feliz en la Intendencia [de Montevideo] y nunca saqué ni una ventaja por haber sido... Durante cuatro años fui empleado de una biblioteca a la que no entraba ni un solo usuario, y me aburría y me deprimía porque estaba mucho rato ahí adentro, encerrado. Un día fui y dije: “Soy egresado del Circular y de la EMAD [Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático], ¿puedo dar clases de teatro?”. Demoraron un año en responderme y luego empecé a dar clases de teatro. Eso me salvó la cabeza; iba de un centro comunal a otro, pero no estaba encerrado, que es lo que me jode, viendo siempre a las mismas personas. Como no soy un empático constante, entro a llevarme mal, y además la gente se lleva mal entre sí; esas vibraciones las capto enseguida, me aburren y me dan ganas de mandarlos a la mierda a todos.

En ese segundo disco está la versión de “La Cumparsita”, que arranca acústica y después se pone eléctrica, con guitarras medio metaleras. Imagino que a algunos ortodoxos les debe de haber caído mal.

Sí, pero La Tabaré siempre cayó mal, incluso por cosas que yo no hacía adrede para que cayeran mal. Metí “La Cumparsita” ahí como también “Malambo delictivo”, porque pensaba que de alguna manera tenía que diferenciar que esto no es anglosajón. Y a medida que más avanzaba en los discos siempre quise meter algún ritmo folclórico.

Lo de tener siempre una mujer cantando a la par tuyo no era común en el rock nacional de esa época, pero sí en el rock anglosajón, en bandas como Fleetwood Mac, por ejemplo. ¿Eso también vino del teatro?

Creo que no pensé tanto en el teatro. Lo que me influyó –incluso en las letras– fue un dúo argentino radicado en España, Claudina y Alberto Gambino, que sacó un disco de canciones de Georges Brassens en español [1972], muy bien traducidas. Hacían un contrapunto de voces con letras humorísticas, transgresoras y anarquistas que me volaron la cabeza. Otra cosa que pasaba era que me apasionaban las voces agudas, como la de [Luis Alberto] Spinetta, Charly García, Nito Mestre y Miguel Abuelo, y yo con esta voz... Dije: “Tengo que meter a una mujer que clave las notas”. Me pareció lo más normal que hubiera una mujer cantando.

En “Sana Sana Rock”, del primer disco, cantabas “¿qué culpa tengo yo si [Óscar] Gestido se murió / y quedó el que quedó?”, en una obvia referencia a Jorge Pacheco. Tenías diez años cuando pasó eso, ¿lo recordás?

Mi padre era anarco pero tirando a blanco y mi madre era colorada pero votaba lo que mi padre votara, o por lo menos eso decía ella después de que salía de la urna. Y mis tías, que eran coloradas, habían votado a Gestido; una de ellas seguía muy de acuerdo cuando entró Pacheco y después [Juan María] Bordaberry, pero la otra no. Tenía un tío que era teniente coronel y a veces venía de visita a mi casa. Era un tipo muy simpático, me trataba divino, pero escuchaba los comentarios que hacía, que “había que matar a todos los homosexuales”, etcétera, etcétera, y yo, teniendo poca edad y siendo heterosexual, pensaba “qué disparates que dice este tipo”. También decía “a los pobres hay que tirarlos todos para el cante”. Y ya cuando tenía 18 años prácticamente no le hablaba: llegaba a mi casa y no le dirigía la palabra.

Siempre desplegaste algo de nihilismo en tus letras, desde el inicio de la banda. En 40 años cambió casi todo, ¿le erraste en algo?

No, nunca dije “Uruguay va a ser siempre una mierda”; yo cantaba concretamente sobre lo que veía en el momento. Sigo siendo un nihilista, pero trato de luchar contra mi nihilismo y no cantar cosas absolutamente nihilistas. Si canto algo descreído del mundo, lo hago con cierta esperanza, porque mi pesimismo y la depresión se juntan, y no quiero transmitir depresión.

¿Hoy cómo llevás la depresión?

Bien, porque estoy medicado desde hace años ya. Cuando digo “no voy a tomar la pastilla”, marché, y me doy cuenta de que me bajoneo enseguida y tiene que ver con mis neuronas.

¿Pensás que la depresión influyó en tus letras?

De alguna manera debe de haber influido. Pero también el mundo no me ayuda en nada para solucionar mi problema de depresión. En la época de la dictadura, los enemigos eran los militares uruguayos y Estados Unidos; ahora, se amplió a los militares del mundo y a toda la megainformación, sobre todo al constante plan de estupidización que existe, al cual mucha gente se prende sin darse cuenta de que está siendo parte. Yo zafé de todas las redes sociales, pero tengo computadora y en Youtube están los shorts, los videítos, y de pronto me encuentro mirando eso y digo “hace media hora que estoy viendo cosas que no me importan nada”, como peleas de la UFC [Ultimate Fighting Championship]. Puedo ver una pelea de UFC, pero entera; ¿cómo voy a ver solamente cuando el tipo lo noqueó? Me están convirtiendo en un tarado, leo mucho menos que antes.

Pero seguís sin tener celular, como si todavía vivieras en 1985.

Es que me volvería muy loco si tuviera celular. El teléfono fijo siempre lo enchufé y lo desenchufé, tanto es así que ahora el cable anda mal y por suerte no suena.

¿No te sentís un poco alejado de todo?

Sí, a veces hay toques u obras teatrales de amigos que me gustaría ir a ver, pero si no me avisan, no me entero.

La Tabaré 40 años. Sábado a las 21.00 en el Teatro de Verano. Entradas desde $ 800 a $ 2.200.