La literatura infantil y juvenil tiene raíces profundas en nuestro país. Desde los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga abundan los ejemplos, sobre todo en narrativa, pero también en poesía, de escritores que han dedicado parte de su obra a las niñas y niños o que, sin que existiera esa intención expresa en cuanto al destinatario, terminaron siendo parte del canon de la literatura que solía darse de leer a los más chicos, sobre todo desde la escuela.

Juan José Morosoli con Perico, Paco Espínola con Saltoncito, Julio C da Rosa con Buscabichos y Serafín J García con Piquín y Chispita y Las aventuras de Juan el Zorro quizá sean los más emblemáticos y los que han tenido más versiones y reediciones, además, por supuesto, de los cuentos quiroguianos. Las colecciones Gurises y ¡A volar! de Ediciones de la Banda Oriental han mantenido, a lo largo de los años, la llama viva.

De un tiempo a esta parte se ha ampliado el acervo: en 2010 la colección Desolvidados de la editorial ¡Mas Pimienta! llevó al formato libro álbum, de la mano de una serie de excelentes ilustradores, poemas de Pedro Picatto, Humberto Meguet, Alfredo Mario Ferreiro e Ildefonso Pereda Valdés. También Mario Levrero fue objeto de reedición en esta clave: Alfaguara publicó El sótano en versión ilustrada por Hogue, mientras que Cuentos cansados, con ilustraciones de Bianki, salió en el sello Amanuense y obtuvo varios premios internacionales.

Este año se sumaron dos flamantes títulos publicados en libro álbum por la editorial fernandina Morisqueta: La pelota, de Felisberto Hernández, con ilustraciones de Diego Bianki, y Las canciones de Natacha, de Juana de Ibarbourou, ilustrado por Alicia Baladan.

Una antología revisitada

Banda Oriental acaba de publicar una reedición de la antología que en 1977, en plena dictadura, hicieron los maestros y escritores José María Obaldía y Luis Neira. Prologada por la escritora Virginia Mórtola y con ilustraciones y diseño de Fidel Sclavo, la versión 2025 de aquella compilación oficia como un saludable rescate de un libro fundamental para ir a las raíces de la literatura infantil vernácula.

“Me encantó el libro porque trae universos rurales preciosos que se ofrecen como una sinfonía: están todos juntos ahí. Cuando me llamó Alcides [Abella, director de la editorial] para proponerme empezar a trabajar en eso y me dio la fotocopia, porque está agotado, lo leí todo junto y fue precioso porque había algunos autores a los que no conocía; Boy Soto, por ejemplo, me pareció un hallazgo. Cuando hice la primera lectura no me gustaba mucho el inicio porque arrancaba con ‘El faro de Alejandría’, de José Enrique Rodó, y me parecía que no era un comienzo muy atractivo, sobre todo habiendo cuentos que se han transformado en clásicos, como ‘Saltoncito’. Entonces propuse hacer una reordenación: estaba bueno empezar por Julio da Rosa, que se transformó en una voz poderosa en la literatura infantil”, contó a la diaria.

Si aquella antología constituía, hace casi 50 años, una búsqueda en nuestra mejor tradición literaria, en la que los compiladores rescataban y reunían, para ofrecerlo a los nuevos jóvenes lectores de ese tiempo, un conjunto de relatos de enorme variedad y riqueza, esta reedición redobla la apuesta al ofrecerlo a las niñas y niños de este 2025 de escroleo y redes sociales, con la convicción intacta que expresaban Obaldía y Neira en el prólogo de la primera edición: “Es preciso sensibilizar al niño y al joven ante los valores éticos y estéticos de su medio. Será plantearle la opción para que, a partir de los mismos, sea un gustador de sus esencias o aun un creador arraigado en la convicción de sus valores”.

Mórtola destaca el carácter de algún modo visionario de la publicación original: “Me pareció increíble que en 1977 se les ocurriera a estos dos, que se juntaban a tomar unas copas en la vereda, hacer una antología de la literatura infantil, cuando en ese momento en el mundo todavía no se había instalado como campo de estudio específico, algo que iba a ocurrir recién en los 80. Y por suerte lo hicieron, porque una compilación con los ojos de aquella época es diferente de la que resultaría si nosotros quisiéramos hacerla desde el presente. En ese sentido, es un documento histórico”.

En el prólogo a la nueva edición define esta apuesta como “un modo de asomarnos a lo que fuimos, de invitar a niños y niñas a recorrer los cuentos –ya clásicos– que escritoras y escritores de nuestro país escribieron antaño”. Se pregunta qué textos ofrecemos a nuestras niñas y niños para que puedan emprender su camino lector, entre un mercado que “apabulla con novedades llenas de brillantinas y listas interminables de obras que se aferran a las demandas”. En ese maremágnum, los clásicos ofrecen, dice, “un sentido de pertenencia colectiva”, y hay en estos 26 cuentos una serie de historias que invitan a salir, a conocer, a oler, a patear los campos, a sentir el calor del sol en la piel, a abrirse a un mundo al aire libre, a una tierra que está allí desde siempre, a un mundo –muchos mundos– por conocer.

Algunos de estos cuentos son muy conocidos –por lo menos para quienes fuimos escolares en los 70 y los 80–, como el hermosísimo “Tilo”, de Juana de Ibarbourou, “Piquín y Chispita”, de Serafín J García, y, por supuesto, “La abeja haragana”, de Horacio Quiroga, “Saltoncito”, de Paco, y “Tres niños, dos hombres y un perro”, de Morosoli. Pero es una buena oportunidad para leer también otros no tan conocidos. Elena Pesce, en “El maíz y las... glu glu glu...” regala una épica y bellísima versión de la leyenda de la obtención del maíz con la ayuda de las hormigas negras y rojas para los niños de Tollán; el tiempo se detiene en el recuerdo del horno de maní transmutado en barquito de chimenea humeante en “El relato del manicero”, de Héctor Balsas; la añoranza se hace amargura con aroma a azahar en “La tristeza de los naranjos”, de Julián Murguía; Cecilia Mérola Sóñora cuenta de la amistad de un niño y un pichón perdido en el bosque en “La fiesta de los pájaros”. Y un largo etcétera que no es simple resumen de un montón de cosas para pasar de largo rápidamente, sino que se ofrece para detenerse en cada historia, en cada lugar al que nos lleva.

Al final, hay una breve reseña de los autores, todos ellos nacidos en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. El conjunto es una invitación a viajar a un tiempo remoto y presente, a una forma de contar que se enriquece con una observación atenta y amorosa del entorno y que se nutre de la sonoridad de la palabra hablada.

Segundas partes que son promesa

La editorial se encuentra abocada a las puntadas finales de la segunda parte de esta empresa: una antología que cubre el período 1980-2010 y que estuvo a cargo de Mórtola. La salida está prevista para el año próximo, llevará como título Antología de la narrativa infantil uruguaya 2: brujas, fútbol y algunos miedos e incluirá obras de 23 autores.

Sobre el trabajo de selección, Mórtola contó: “Es muy difícil pensar en una antología con todo lo que esa idea implica, que debe ser representativa y abarcativa. Elegí hacer el corte desde 1980 hasta 2010 porque desde 1989, cuando aparece Roy Berocay con El sapo Ruperto y se suman Magdalena Helguera, Ignacio Martínez, Malí Guzmán, Fernando González, Susana Olaondo y tantos otros, empieza una literatura nueva: hay un cambio de escenarios, el lenguaje se vuelve mucho más coloquial, el humor aparece de otra manera, los niños aparecen en la escuela y más como protagonistas y, si bien todavía hay bichos, no son tantos y hay otro universo. Luego, a partir de 2010 empiezan a aparecer otros autores, una nueva camada, empiezan a incluirse otras temáticas, la ilustración y libro álbum adquieren mucha relevancia. Tenía que ser equilibrado el número de autores con respecto a la edición anterior, entonces, si hacía una antología desde 1980 a 2025 iba a quedar muy sesgada porque iban a entrar muchísimos menos autores”.

Un elemento novedoso que encontró al hacer esta compilación fue el surgimiento de una literatura específicamente juvenil. “Aparecen voces infantiles muy frescas; Virginia Brown y Malí Guzmán tienen una capacidad de hablar como niños y de entrar en la lógica infantil que es admirable. Por otro lado, descubrí que en esa etapa se inaugura la literatura juvenil, que no existía antes: autores como Marcos Vázquez, Federico Ivanier, Sebastián Pedrozo, Gabriela Armand Ugon instalan otra narrativa, no sólo porque los personajes son adolescentes, sino por las temáticas existenciales”. De este modo, la lectura del primer tomo permitirá ir haciendo boca mientras se espera la salida del segundo y –quién sabe– quizá comience a cocinarse la idea de un tercero en el que una nueva generación diga presente.

Antología de la narrativa infantil uruguaya 1: veinte patas, diez colas y tantas lenguas. Ediciones de la Banda Oriental, 2025. 144 páginas. $ 980.