Elogio de los días tortuga

Desde el título las cartas están echadas: en las páginas que van a abrirse a continuación se procederá a jugar con las palabras y ese juego va a exceder lo lingüístico para transformarse en una conversación con la ilustración. Se palpa a lo largo del libro la comunión del trabajo conjunto de las autoras, la naturalidad de esa charla en la que se dejan ir. Asimismo, se adivina un intenso trabajo de edición, un ida y vuelta entre las numerosas manos que conforman la hechura de un libro, que tuvo como fruto un resultado cuidado minucioso.

Porque todo importa en Pasatiempo. Desde las guardas en las que una niña pequeña con tutú y nariz roja baila entre rueditas de reloj hasta el juego preciso con una paleta de colores básicos y negro que irrumpen en la página blanca, que siempre es protagonista. Desde el título que juega con la forma y el sentido de pasatiempo –la T en mayúscula lo explicita en lo gráfico– hasta la precisión en la elección de cada palabra y en las pausas que le dan al libro su ritmo peculiar, una lentitud que va desgranando la historia, sin apuro.

El formato, en el que el tamaño de la página se potencia con el aprovechamiento de cada centímetro cuadrado, sin márgenes, sin vacíos, lleva a que el lector tenga la sensación de zambullirse dentro de esta historia que se cuenta a cuatro manos. Así, en la doble página que sigue las dedicatorias, las primeras dos palabras, “un día”, se acompañan con una ilustración potente, llena de detalles que aluden al tiempo relacionado con el trabajo, que invaden la cabeza de la niña que mira el cielo, confundida con la tierra, con el suelo.

Mórtola va desgranando los versos de este poema que invita al detenimiento, que celebra un tiempo en el que el disfrute y la observación son lo relevante. Y para eso elige las palabras, se deja seducir por cada sonido y así va construyendo una escena idílica en la que el tiempo se detiene y es posible escuchar a los insectos, percibir la pausa en el aire al saltar. “Seré tic tac que chapotea”, dice, en esa búsqueda rebelde por un ritmo propio en el que la sequedad de la t contra los dientes es capaz de relajarse en una ch en el medio del paladar, y juega con las repeticiones y con las combinaciones imposibles entre los elementos del tiempo, las partecitas del reloj, y el juego y el disfrute.

Para conjurar el tiempo, parece decirnos, hay que robarle sus secretos. Paradójicamente, el ritmo se acelera a medida que el tiempo deja de importar, cuando se instaura otro, el del juego, y la lluvia lleva al chapoteo y este a hundir los pies en la arena y esta acción a rodar por el pasto. Abolir el tic tac es, para Mórtola y para la niña del tutú rojo, disfrutar del detenimiento, pero no significa, de ningún modo, quedarse quieto, sino abrir los sentidos a lo que hay alrededor y poder decidir, cuando se desea, jugar o dormir la siesta.

Texto e ilustración van juntos, se dan lugar uno a otro. Pita juega con la técnica de impresión y con una iconografía relacionada con los relojes que recorre todo el libro y se resignifica en la medida en que el tiempo se trastoca: las agujas del reloj se transforman, agrupadas, en sépalos de unas flores amarillas, las rueditas de su maquinaria son la corona de la niña. A su vez, reinterpreta el texto, incorpora elementos –la tortuga, el guitarrero, las personas que trabajan– que disparan más sentidos, que complementan a las palabras y se amalgaman con ellas.

Lleno de detalles que se ofrecen para que el ojo atento los encuentre a la segunda, tercera, cuarta, enésima lectura, Pasatiempo es una celebración de la pausa y de la búsqueda de la velocidad que mejor le quede a cada quien. Y es también una celebración de la metáfora, tanto en la palabra, con su sonido y su potencia, como en la imagen que combina unos mundos que a priori parecerían imposibles de juntar.

Foto del artículo 'Cuando poesía e ilustración van de la mano'

Aire dibujado

Abecedario poético + gráfico, de Fabián Severo y Alejandro Sequeira, puede sorprender al encontrarlo en el anaquel de literatura infantil y juvenil (LIJ). Es que, en verdad, podría estar en el de poesía, a secas, y estaría bien. Su carácter liminar es un elemento que lo potencia y que acicatea el interés del lector curioso. Es un libro de poesía y es un libro ilustrado, y es tan íntima la imbricación entre un lenguaje y otro, entre el juego con las palabras y con las imágenes, que esas unidades pareadas de breves textos en verso e ilustraciones son inseparables y condensan juntas su significado, que se ofrece al lector en toda su apertura.

Severo y Sequeira son autores con trayectorias muy conocidas, cada uno por su lado. Severo tiene una obra imprescindible tanto en poesía como en narrativa, que incluye la premiada Viralata y Sepultura y los poemarios Noite nu Norte. Noche en el Norte. Poesía de frontera, Vientos de nadie y NósOtros. Nacido en Artigas, toma en sus manos la materia hermosa y ninguneada de su lengua materna, el fronterizo portuñol o bayano, para reivindicarla y darle lugar en su literatura –en la literatura–. Aunque ese ejercicio –monumental desde una mirada lingüística– no aparece en este diccionario, asistimos al mismo espíritu lúdico, al mismo arrojo para tomar las palabras y darlas vuelta para que digan y suenen.

Sequeira es un prolífico ilustrador, diseñador gráfico y escritor, un espíritu inquieto que siempre está en modo búsqueda y cuyo último movimiento había sido la pasión –y el conocimiento profundo– por el mundo fungi, que tuvo como fruto cuatro libros en coautoría con Cecilia Ratti, uno de los cuales, Hongos: guía visual de especies en Uruguay fue galardonado con el Bartolomé Hidalgo. Ya había incursionado en el ámbito de la LIJ+ –si se me permite el agregado a la sílaba para estos casos que exceden la categoría–, junto a Ratti y Marcos Robledo, con El palabrero.

Los abecedarios podrían considerarse una subcategoría en la LIJ; esa lista de letras que define al idioma invita al juego desde el momento en que niñas y niños se apropian de la escritura. Son numerosos los ejemplos de libros, canciones, poemas que van de la A a la Z, como si la completud que encierran esas 27 letras pudiera abarcar el universo. Están ahí el bellísimo Abecedario: abrir, bailar, comer y otras palabras importantes, de Ruth Kaufman y Raquel Franco, ilustrado por Diego Bianki, y Érase una vez un alfabeto: una historia para cada letra, de Oliver Jeffers, por poner sólo un par de ejemplos para el que se fanatice con esta idea.

Abecedario poético + gráfico –que recibió un premio en la última entrega de los Premios Nacionales a las Letras que otorga el Ministerio de Educación y Cultura– se desmarca de la idea de hacer corresponder una palabra a cada letra y se sumerge en las posibilidades semánticas y gráficas de cada una de ellas, en una serie de poemas en los que la rima y el ritmo marcan la cadencia de la lectura, y la metáfora pone el tono. El ida y vuelta de la palabra a la ilustración, y viceversa, es constante y constitutivo del trabajo conjunto de los autores. El ritmo también se expresa en el diseño, sobrio, constante, donde las páginas pares en negro neto que introducen cada letra y separan un elemento de otro contrastan con la profusión que se presenta en cada impar.

Cada dupla es un viaje, una búsqueda de sentido, una invitación a jugar con las palabras. Quizá el espíritu del trabajo esté explicitado, sin ir más lejos, en las dedicatorias: “A Julieta, porque me enseñó que las letras son aire dibujado”, enuncia Severo; “A los fideos de letritas, a las serifas, a los crucigramas; también a las palabras cruzadas y al cruce de palabras”, dice Sequeira. Como suele ocurrir con los buenos libros para las infancias, para todo aquel que le guste la poesía, para todo aquel que le guste la ilustración, para todo aquel que le guste jugar será un enorme placer.

Pasatiempo, de Virginia Mórtola y María José Pita. Alfaguara, 2024. 44 páginas. $ 990. Abecedario poético + gráfico, de Fabián Severo y Alejandro Sequeira. Autoedición, 2023. 128 páginas. $ 990.