Según sus cálculos, y la fe puesta en la repetición de una cifra en la que identifica una obsesión, ya debería haberse mudado –“me quiero ir de ahí, son diez años”–, justo en los mismos días en que alguna vez imaginó que tendría pronto el tercer álbum de su carrera solista, el sucesor de Piel fina (2020).
Que nada de eso haya sucedido todavía parece no preocuparle tanto como antes, ocupada en la promoción de la miniserie El mejor infarto de mi vida (Pablo Bossi y Mariana Wainstein, 2025) y recién llegada de la filmación de otro proyecto audiovisual, de origen mexicano, cuyo nombre no puede develar.
“Lo que más me gusta es poder hacer cosas muy diferentes”, advierte la actriz, cantante y compositora Romina Peluffo sobre sus criaturas de ficción, cada vez más numerosas: “La cándida y resolutiva vecina de Carrasco (El mejor infarto de mi vida), la impredecible empleada doméstica de la película Naufragios (Vanina Spataro, 2024), o la madre y esposa en crisis en la notable El aroma del pasto recién cortado (Celina Murga), de próximo estreno en Uruguay.
Uno de tus papeles más destacados es el de la película Alelí (Leticia Jorge, 2019). En Agárrame fuerte (Leticia Jorge, Ana Guevara, 2024) volviste a trabajar con esta dupla de realizadoras. ¿Cómo es trabajar con ellas?
Yo tengo una participación relativamente menor en Agárrame fuerte, filmé todo lo mío en un par de días o tres. Trabajar con ellas es divino, para mí es medio un sueño, porque, además de que somos amigas, tienen una forma de trabajo que a mí me gusta un montón, que es de ensayar pila, darle un buen tiempo a esa etapa para encontrar cosas nuevas. A mí no me gusta sobreensayar. Ahí hay un límite medio difícil de determinar, porque cada uno tendrá su punto. Pero a mí me gusta trabajar la espontaneidad y que las cosas surjan solas.
En cine, igual, tenés que repetir lo mismo la cantidad de tomas que sea necesario, y es parte del oficio que no se te vaya automatizando. A mí a veces me cuesta. Y lo que pasa con el sobreensayo es que de repente no te quedás con nada para que pase el día en que vas a filmar, o ya no hay mucho más para buscar. Con Leticia y Ana, aunque tengan poco presupuesto, sabés que vas a poder ensayar con tiempo.
Otra virtud de ellas es que son directoras que saben exactamente lo que quieren. Eso para los actores es muy importante, porque te da seguridad y te habilita a crear y proponer.
Sobre lo que decís de los ensayos, ¿vos te das cuenta cuando ya tenés pronto un personaje?
El cine tiene la particularidad de la preproducción, en esa etapa es donde podés tener equis cantidad de ensayos, pero cuando empezás el rodaje arranca otra historia. Y es ahí donde las cosas van a quedar registradas.
Puede pasar que no haya casi ensayos. Yo acabo de filmar una miniserie para México y al director lo conocí en el momento en que llegué al set de filmación a hacer mi primera escena. Y al actor lo conocí mientras nos maquillábamos. Ahí tenés que apelar a lo que te sale en el momento. Dos, tres tomas, y se sigue adelante. Es otro tipo de experiencia, pero está buena.
¿Las series funcionan así?
Depende mucho del proyecto. En El mejor infarto de mi vida pudimos trabajar con más tiempo. Lo que pasa es que el tiempo es plata. Entonces, si el director piensa que ya tiene la toma que quiere, después sabe que puede editar tal o cual detalle. Capaz que no lo hiciste perfecto, pero en el momento del rodaje ya está viendo qué pedazo de cada toma va a usar y cómo los va a montar, y sigue adelante porque tiene que meter cosas en la lata, como se decía antes.
Yo no sé si en algún momento una está pronta. Mi método es muy inexistente, en algún sentido. Leo el guion, me aseguro de haber entendido lo que dice, pero no lo sobrepienso.
Yo no pienso, no me hago una biografía del personaje, no me escribo cosas, no hago diez mil marcas en el guion, por lo menos por ahora. Si un día me toca recrear un personaje histórico, supongamos, y lo tengo que interpretar imitando sus gestos o su forma de caminar, ahí tendré que poner en práctica otro tipo de preparación.
Además, vos podés preparar todo lo que quieras, y después vas a filmar y el actor te tira algo que no te esperás, ¿qué hacés? Lo que está pasando ahí tiene que ser lo más verdadero posible. Entonces, la preparación, para mí, va más que nada en saber la letra. Yo tengo, por suerte, buena memoria, y he aprendido que cuanto mejor está escrita una escena, más fácil es de recordar.
El aroma del pasto recién cortado ganó un premio a mejor guion en el Festival de Cine de Tribeca. ¿Qué destacarías de esa película, que todavía no se estrenó en Uruguay?
Me parece que es muy interesante lo que propone desde la estructura narrativa, como idea de un juego, de mostrar una misma cosa desde dos puntos de vista, aunque, en rigor, son dos historias distintas, pero un poco en espejo.
Es una película que plantea muchas preguntas y que repara sobre aspectos de la vida cotidiana que asumimos dentro de lo normal, sin poder ver los problemas que subyacen. Tiene una visión de género que permite reparar en cómo, ante una misma situación, si le pasa a un varón o a una mujer, el desenlace puede ser muy diferente.
¿Encontraste tu lugar en la actuación?
Sí, no sé si encontré un lugar. Se me empezó a dar que me salieran laburos, y como en cualquier rubro muchas veces pasa que una cosa te lleva a la otra. Por ejemplo, hice un personaje en la serie Barrabrava (Jesús Braceras, 2023), y uno de sus directores me recomendó con la codirectora de El mejor infarto de mi vida.
Pero también tendrá que ver con tu decisión a la hora de decir “sí, esto también quiero hacerlo”.
Obviamente, pero yo empecé en 2015, por ahí, 2016, a hacer castings, en el mismo momento en que comencé a tomar clases de guitarra. En 2015, tímidamente; en 2016 con un poco más de ganas. Alelí, por ejemplo, la filmamos a fines de 2017.
Los del cine y las series pueden ser procesos largos, y después en un momento empezás a ver los frutos, algún proyecto sale, otro no. Igual, yo todavía no sé si encontré mi lugar, en el sentido de que me encantaría seguir haciendo esto forever. Bah... no sé si forever, pero me encantaría hacer películas de superhéroes, películas de época. Todavía no he hecho ningún protagónico.
¿Qué te gusta de las películas de superhéroes?
Me gustan los trajes, las peleas, las secuencias de acción. Aunque mucho se hace con efectos especiales y el rodaje en sí debe ser medio embole. Pero me encantaría entrenar para un personaje así y ensayar peleas coreografiadas, ponerme una capa y volar. O algo como Tomb Raider, donde haya acción y cosas inverosímiles. Me pasa algo parecido con las películas de época. Me fascina todo eso de andar con antorchas.
¿Cómo es estar del otro lado de la pantalla? ¿Qué recibís de la gente que te ve?
Lo que me viene pasando ahora con El mejor infarto de mi vida es que me llegan muchos mensajes por las redes, me escribe gente desconocida que me dice cosas hermosas, y yo quedo contentísima, y contesto cada mensaje. Tampoco es que tenga tantos seguidores. Los comentarios que me llegan son lo más lindo de todo. Con la música me pasó igual. Que la gente te diga que se emocionó, que la hiciste reír o se sintió menos sola con lo que vos hiciste hace que todo valga la pena y tenga sentido, aunque muchas veces parezca que no.
En El mejor infarto de mi vida (basada en la novela corta de Hernán Casciari, inspirada en hechos reales de su vida y su estadía uruguaya) te toca manejar el auto rumbo al hospital en medio del infarto. ¿Me contás esa escena?
Lo primero que pasó es que cuando me confirmaron que había quedado en el casting, me preguntaron si tenía libreta. Y yo sabía manejar, pero no tenía libreta. Un día me robaron la billetera y dije: “Otro día la saco”, y no la saqué nunca. Y claro, ya me imaginaba el titular: “La actriz que no sabe manejar”.
Salí corriendo a buscar la libreta y me mandaron a clases con un profe de manejo para ver cómo andaba. Modestia aparte, yo manejo bastante bien. Terminamos yendo a un circuito que hay en el Club de Golf del Cerro y ahí me enseñaron a derrapar, a doblar con el freno de mano, por ejemplo. Y me fue bien, pero partes de la escena las hizo Carolina Cánepa, como doble, que es campeona de rally.
Una de las cosas que me dan más orgullo de esa escena es que yo tenía la línea “oficial, háganme una cápsula que tengo un 327 en el asiento de atrás”. Yo pensaba: “¿Cómo carajo voy a decir esto con naturalidad?”. Y que quedó bastante bien.
Alejandra [Oddone], el personaje que yo interpreto, dijo en una entrevista que como ella trabajaba en la cancillería tenía bien claro lo que era una cápsula y la jerga policial, y que eso fue lo que le permitió llegar antes al hospital. Si demoraban dos minutos más, el tipo se moría.
¿En qué momento te diste cuenta de que tenías facilidad para actuar?
Cuando era niña me acuerdo de un amigo de mi madre que, cuando yo hacía un berrinche que en realidad no era tal, siempre le decía: “¡Qué actriz que se perdió la Comedia Nacional!”. Y siempre estaba ese chiste interno en la familia, ¿viste? Esas cosas que quedan.
Después, en quinto de liceo, me inscribí en el grupo de teatro. El profe era un dentista aficionado al teatro que daba clases. Y me acuerdo de que era la cosa que más me gustaba en la vida. Yo salía todos los fines de semana, era bastante nochera, pero todos los sábados a las diez de la mañana llegaba en punto a las clases de teatro y era feliz.
En ese momento ya supe que me gustaba actuar. En esas clases no había mucha variedad en lo que hacíamos. Siempre era La casa de Bernarda Alba. Y el profe barra dentista nos dijo: “Bueno, si quieren escriban algo y lo hacemos”. Y arrancamos a escribir con una amiga. Ella se aburrió y yo seguí. La obra era malísima, una historia de una madre con cuatro hijas, pero lo cierto es que escribí toda la obra en un cuaderno de espiral.
Después de la muestra de fin de año me acuerdo de que el profe le dijo a mi madre: “Que siga escribiendo”, y mi madre me lo dijo a mí, y esas cosas que te quedan un poco metidas en la cabeza hicieron que me tirara a escribir y que postergara la actuación.
Después estudiaste guion.
Sí, primero estudié comunicación. Yo quería ser periodista, pero al tiempo dije: “No es esto lo que quiero”, y seguí con comunicación audiovisual, con la idea de dirigir, o no sé qué. La actuación fue quedando para atrás, fui haciendo otras cosas y me empecé a poner más tímida.
Igual hacía algunas cosas chicas. En Whisky (Juan Pablo Rebella, Pablo Stoll, 2004) tengo una pequeña aparición, y en algunos cortos de amigos. Todos sabían que me gustaba actuar. Y más atrás, cuando trabajaba como asistente de dirección en El último tren (Diego Arsuaga, 2002), no sé qué problema tuvo una actriz y me dijeron: “¿Te animás a actuar?”. Me puse una túnica blanca y actué de enfermera.
Yo disfrutaba de cada oportunidad, pero no era algo que planificara. Eran más como impulsos que quedaban en la nada. Y un día me acuerdo de que había un casting para una publicidad, me fui hasta la castinera, toda maquillada, y cuando llego el dueño de la castinera, que ya me conocía por mi trabajo en el cine detrás de cámara, me miró de arriba abajo y me dijo: “¿Qué hacés acá?”. Y me fui para mi casa. Me hizo sentir mal, y yo me dejé achicar. Eso me quedó grabado, porque fue como “¿qué onda toda esa preparación? ¿Por qué no me animé?”.
Y después tuvieron que venir la vida y los palos que te revuelcan, como esa ola en la playa que te revuelca y decís: “Acá me muero”. ¿Nunca te pasó?
¿Una ola así decís?
¿Nunca te pasó de niño que una ola te revolcara y tuvieras miedo? Pero el miedo ese que decís “esta ola no va a terminar nunca”.
Es una sensación que yo recuerdo de la infancia, porque de grande no te pasa mucho. El punto es que en ese momento la actitud era “me chupa un huevo todo”, que es lo mejor que te puede pasar. Ahí empecé a hacer castings, pero mucho más liviana, tipo “nada es importante”.
Y ese revolcón en realidad fue una decisión mía. Fue como soltar una cantidad de cosas que me estaban reteniendo y que me estaban haciendo mal. Fue como un salto al vacío. No sabía muy bien para dónde iba, pero tenía claro lo que no quería.
Yo creo que supe desde muy chica que quería actuar, igual que con la música. Tenía siete años cuando le dije a mi madre: “Quiero estudiar piano”. Uno sabe todo de niño. Lo que pasa es que lo sabemos de otra forma. Lo sabés desde las tripas. Después aprendés otras cosas y te limitás, y no le hacemos caso a esa voz, a la intuición. Si lo pienso ahora, tampoco me imaginaba que algún día iba a grabar discos.
¿Y qué querés hacer ahora, un disco o una película?
No sé... En realidad, quiero hacer todo.