Un poco de Chéjov, una pizca de Freud y mucho del tedio de este mundo capitalista que no se restringe a quienes hacen mucho dinero están presentes en Los perros. Están también la vida en piloto automático y ese vano afán de lograr metas manidas y de transitar caminos de otros sin preguntarnos cuál quisiéramos transitar. Y todo sin darnos cuenta. Pero la Navidad, los velorios, los viajes y también los cumpleaños suelen sacudirnos y sacarnos de esa inercia: cuando un niño con total inocencia nos pregunta qué querríamos ser de grandes o, como en este caso, cuando un desconocido, simple e impunemente, nos dice que nuestra vida es una porquería.

Eso es lo que le ocurre a Laura, a punto de celebrar sus 40 en la reunión familiar más aburrida del mundo: la que la espera en su hogar, que de dulce no tiene nada. Una cena en la que se llenan los silencios con estupideces, se repiten las anécdotas y nadie dice lo que realmente piensa hasta que explota.

Pero el existencialismo apenas aflora, contenido como lava que corriera bajo el suelo que pisamos. En la superficie todos bromean y tratan de aferrarse a la escenografía realista del día a día, como si los muebles de siempre, las conversaciones de siempre, las costumbres nos salvaran de que esa lava salga un día a borbotones por el agujerito menos pensado de nuestra vida común y corriente.

Y entre ese mar de negaciones y el terror a esa profundidad que se esboza en la angustia de Laura, juega el humor. Los cuatro actores se ensamblan con gran facilidad, pero merece un capítulo aparte el contrapunto de dos expertos que parecen haber bailado juntos toda la vida: Rosa Simonelli y Ariel Caldarelli.

Ninguno de los dos dudó en aceptar este desafío cuando los convocó Álvaro Correa, que junto con Virginia Marchetti lleva adelante el emprendimiento familiar conocido como La Gringa desde hace casi 13 años. Simonelli había trabajado con ellos en Declive, otra obra del estilo de La Gringa, también escrita por Nelson Valente.

Pocas instituciones hoy son garantía de estilo. La Gringa no tiene socios formales, pero su público cautivo, que excede ampliamente los 10.000 espectadores, los acompaña en todo. Quien concurra a este pequeño teatro de 120 localidades, adaptable, efectivamente administrado, donde algunos técnicos son también actores y la boletera puede estar nominada a la mejor dirección del año, va a encontrar siempre un buen elenco, una buena dirección y un buen texto. Por lo general, se trata de autores rioplatenses, de puestas realistas cercanas al espectador, que cuentan, en el idioma de todos, las peripecias del público presente.

Simonelli, que estuvo nominada al Florencio como mejor actriz de comedia por este trabajo, cuenta que ya había trabajado con Ariel. Y que la comunicación que se generó entre ellos fue un proceso rápido y fluido al punto, dice, de que “él termina mis frases o yo las suyas: nos miramos y nos entendemos y disfrutamos mucho trabajando juntos”.

La actriz afirma que el argentino Nelson Valente plantea sus temas a través del humor negro: un hecho cotidiano promueve interrogantes sobre nuestra vida, la pareja, cómo queremos vivir y cómo estamos dispuestos a vivir. Hay directivas claras de Correa en cuanto a lo que quiere, dice Simonelli, pero también una gran libertad que permite a los actores desarrollar su creatividad.

El problema en todo sistema humano (sea familiar, laboral, político, etcétera) es que cuando uno de los elementos se sale del carril, lejos de significar para el resto una invitación generosa a explorar una vida mejor, suelen esos otros emprenderla contra el mensajero. Y el mensaje aquí es claro: ¿soy feliz con mi trabajo?; ¿esto quería yo para mí?; ¿qué diría aquel niño que quería ser astronauta cuando fuera grande de la persona en la me convertí?; ¿para qué seguimos aparentando lo que no somos?; ¿realmente nos damos cuenta de que nos vamos a morir?

Los perros habla de todo esto y más, y el público pasa de tocarse la garganta, cruzar reiteradamente las piernas o acomodarse en la butaca a desternillarse de risa, una risa que incluso se convierte en aplausos inesperados en medio de algunas escenas: lo que en la jerga se conoce como “hacer chilenas”.

“Cuando estoy triste, me compro algo”, dice uno de los personajes. La obra se ha representado en España, México, Venezuela y el Río de la Plata, y esa frase siempre significa lo mismo, sin necesidad de que haya psicólogos en la sala. Entrevistado una vez en España, Valente dijo: “Tengo una libretita negra donde anoto ideas que van surgiendo y diálogos que escucho por la calle o en reuniones. Después de El loco y la camisa, y también como consecuencia de lo que iba escribiendo para el café concert del Banfield Teatro Ensamble, tenía un stock de ideas que sabía que podían servir para una obra”. Y esa obra es esta.

Los perros, de Nelson Valente, con dirección de Álvaro Correa. Con Rosa Simonelli, Ariel Caldarelli, Mark Manfrini y Mariana Senatore. Sábados de marzo y abril a las 22.00 en La Gringa (18 de Julio 1236. Galería de las Américas). Entradas a $ 600; jubilados, $ 500. Reservas: 2903 2744 y por Whatsapp al 098 099 010.