El comienzo del primer largometraje del artista visual Alfredo Ghierra tiene algunas escenas de cine catástrofe: palas mecánicas, o un martillo de tracción a sangre, despedazan reliquias a plena luz del día hasta convertir el hogar de una familia en montañas de escombro. Paciencia. La voz narradora viaja al pasado con raros registros fílmicos y redescubre los días de construcción de la rambla. Dialoga con urbanistas, arquitectos, obreros y artistas, y se acerca a un presente poco explorado hasta encontrar soluciones alternativas a los problemas de la ciudad y el cuidado de su patrimonio.
“Acá antes no había nada”, dice con recurrencia, sobre la anterior vida de su casa, mientras arropa a un gato gordo apodado Coco. Habla, por ejemplo, de un pozo ciego ahora convertido en jardín (o selva), desbordado armoniosamente de las más disímiles especies verdes. En un mueble de la cocina, su compañía es una colección de animales de juguete de origen alemán, y por todas partes llaman la atención sus dibujos a lápiz de una ciudad retratada con estilo retrofuturista.
“Yo amo Montevideo. Como artista la he soñado, la he dibujado y la he transformado en el tema central de mi obra”, admite, y se pregunta: “¿Por qué es tan difícil proteger las arquitecturas del pasado?”. Sobre las muchas interrogantes que propone Montevideo inolvidable, Alfredo Ghierra conversó con la diaria.
En la última semana te vi en un montón de notas en la televisión. Se ve que la película llama la atención.
Sí, cada vez que hacemos algo relativo a la ciudad de Montevideo, la respuesta de los medios, que me halaga, me hace seguir adelante. Por otra parte, ese interés de la prensa te dice que hay un público para temas que, a priori, alguien podría decir que son propios de eruditos, como el de mi obsesión por el cuidado patrimonial. En ese caso, a la gente le interesa el tema porque le estás tocando algo propio. Naturalmente, la cuestión también depende de la habilidad de mostrar eso como algo propio, y aunque claramente lo es, a veces parece que no.
Hay una expresión que dice que la ciudad es el escenario de nuestra vida. Bueno, como escenario, si le faltan piezas o si se rompen piezas y uno está más o menos atento, lo nota. Y tiene derecho a réplica.
¿Dirías que Montevideo está rota?
Montevideo está decadente y no es por falta de plata. Somos el país con mayor renta per cápita de América del Sur y tenemos una capital que no parece tan a la altura de esa situación. Antes podía ser un tema económico, ahora no. Y está rota porque está escindida, también.
Es como que hay más de un Montevideo. Eso lo podés comprobar cuando le preguntás random a la gente en la calle. Podrías hacer una encuesta: “¿Te gusta Montevideo?”. La respuesta va a depender de dónde es la persona. ¿Qué Montevideo ve? Eso es lo que más se ha roto. Eso es lo que más me duele, probablemente: haber perdido cierta uniformidad, cierto espíritu de sociedad. Eso es lo que está más roto. Y después hay una ruptura también en el relato.
Los edificios tienen esa particularidad. La arquitectura representa la época en la que fue hecha. Y no sólo me refiero a las fachadas, hablo de los programas, del área. Hay un dato increíble que aprendí hace muchos años. Siempre me preguntaba: “¿Por qué son tan altos los techos de las casas antiguas?”. De las casas con claraboya, por ejemplo. Era porque estaba iniciándose el movimiento higienista y habían calculado que cada persona necesitaba determinado volumen de metros cúbicos de aire: los techos eran altos para asegurar esa cantidad de aire.
¿De qué año estamos hablando?
Principios del siglo XX. Ahí tenés una cuestión de higiene pública que influyó en cómo eran las casas de las personas. Desde ahí también podés pensar en cómo ha cambiado la organización de las familias desde aquel momento. Ahora bien, sólo por el hecho de que ahora las familias son mucho más pequeñas, ¿vamos a demoler todas las casas que fueron hechas para grandes familias? No, la verdad que no. Vamos a agarrar esas casas que fueron hechas para grandes familias y vamos a buscarles la vuelta para que sigan siendo casas de unidades familiares menores.
Una de las encrucijadas que plantéas en el documental es la de muchas personas viviendo en la calle y muchas viviendas vacías al mismo tiempo. ¿Qué respuestas encontraste?
Esa charla la tuve con el arquitecto Gonzalo Bustillo. Además de que es un amigo, tenemos un diálogo sobre estos temas de la ciudad desde hace mucho tiempo. Lo que él me explicaba y lo que resume esa charla es una sensación: ¿viste cuando algo te rompe los ojos de tan evidente? Claro, después te enfrentás con que está la propiedad privada y que faltan instrumentos para resolver ese problema.
Él me explicaba una cosa que ocurrió hace poco: hay una ley de vivienda vacía, por lo cual si vos tenés una vivienda vacía la tenés que poner a disposición del mercado o del Estado. No puede estar vacía, excepto que vos la mantengas impecable. Interesante, ¿no? De pronto, ves que empiezan a arreglar casas que estaban abandonadas hace mucho tiempo, pero siguen vacías. ¿Y entonces? No es tanto el mantenimiento edilicio solamente, que es importante, porque si no las mantenés, podés generar problemas de salud pública, riesgos de derrumbe, etcétera. Lo que sucede es que sigue habiendo una mezquindad muy grande en mantener viviendas deshabitadas solamente para especular. Ahí hay una perversión. Nosotros como sociedad consagramos la propiedad privada como lo más importante, y yo no sé si vale más que la vida.
Habría que aprender más de sociedades liberales de Occidente –no te voy a poner ningún ejemplo de república socialista–, de sociedades como la británica o la francesa, donde el interés personal y el derecho sobre la propiedad terminan ante la necesidad social de que las cosas estén bien para todos. Que vos seas dueño de tu casa no te habilita a especular con que esté vacía o dejarla ruinosa. No te dejan, no hay forma. Y tenés que avisar. En Bélgica, si tu casa queda vacía por tres meses, porque te vas de vacaciones, tenés que avisar a la municipalidad. En Alemania, si queda vacía por seis meses, el municipio la puede considerar deshabitada.
Insisto, no hablamos de sociedades comunistas, son sociedades muy liberales, capitalistas, que cuidan ese tema, porque todos los países tienen déficit habitacional. A Uruguay le faltan 60.000 unidades de vivienda para cubrir el déficit. Se han construido algunas decenas de miles en los últimos años con la ley de vivienda promovida, y no baja la aguja porque las familias no acceden a esas viviendas promovidas.
La película da alguna pauta, pero ¿quiénes serían los malos de la película?
Unos más, otros menos, pero un poco todos, con mayor o menor conciencia de la maldad que realizan. Obviamente, hay malos malísimos, pero no encontré un culpable único, ni una persona ni una institución, porque si sos promotor de la construcción, si sos un inversor y tenés que elegir entre demoler una casa de 1880 en pleno Centro y levantar un edificio de 30 metros, o restaurar esa casa y sacar cuatro unidades para agregarle alguna y que quede con seis, no lo dudás. Son seis unidades contra 30 unidades, o 40 o 50 monambientes. Y, además, para hacer la obra nueva no pagás casi ningún impuesto y, como si fuera poco, todos los trámites dentro de la intendencia van más rápido cuanto mayor es el aprovechamiento del terreno y la altura. ¿Qué elegirías?
Para el reciclaje no tenés esas mismas ayudas, si bien la ley de vivienda promovida también aplica para reciclajes pero no se usa porque la obra nueva tiene más beneficios por multiplicar el área construida. Es muy difícil que se apeguen a la ley, incluso para reciclar.
¿De qué creés que depende que a un ciudadano le importe más o menos su ciudad?
Creo que ahí tenemos un tema cultural de vieja data, de no creer que lo que tenemos vale y siempre estar comparándonos con Europa. Es duro porque vas a perder: te enfrentás a ciudades de 20 siglos, diez siglos, y nosotros estamos cumpliendo 300 años. Me gusta poner el ejemplo de San Petersburgo, que también tiene 300 años y, sin embargo, no la demolieron, se dieron cuenta de que ahí había algo a preservar. Me podrán decir: “Está bien, pero San Petersburgo desde que la hicieron fue una ciudad imperial, mientras que Montevideo desde que la hicieron fue una ciudad fortaleza con unas características propias”. Casi nadie se detiene a pensar que la relación de Montevideo con la naturaleza es privilegiadísima. No es tan común tener el campo a un paso y el estuario a otro, y que tengas una bahía y un cerro y árboles y parques.
Después está lo otro: no somos una ciudad tan vieja, pero vos no defendés las cosas sólo por la edad que tienen. Hay todo un movimiento muy activo que defiende el patrimonio construido del movimiento moderno, esto es de 1920 para acá. Estamos hablando de hace 100 años, como mucho. No lo estás defendiendo por viejo, lo estás defendiendo por bueno. Lo mismo debería ocurrir con Montevideo, que, en su génesis y en su momento de auge, en el que recibió a más gente, el estilo que dominaba era el eclecticismo historicista, y que todavía se puede encontrar por todos lados. Lo que pasa es que está bastardeado, mal pintado, con las cornisas rotas, con comercios que ponen ploteos que se destiñen, con grafitis.
Es más difícil defenderlo.
Claro, porque a priori la gente ve algo descuidado y dice: “Esto es una porquería”. Pero es porque está hecho una porquería, no porque lo sea, y porque además no hay ningún esfuerzo como sociedad en asociar el vivir en una casa como esta en la que estamos con el éxito. Te voy a poner un ejemplo: en esta casa, que tiene puerta directa a la calle, no me tocan el timbre jamás, no me piden nada. Hablo con los vecinos y lo primero que te dicen es: “Che, vienen a pedir cada vez más seguido”, y yo les digo: “A mí no me tocan timbre”. ¿Sabés qué pasa? Esta casa antigua no representa el éxito ni el dinero. Hoy los ricos, o la gente que podría dar algo, no vive en casas así, y eso es muy sintomático. Mi casa tiene mármol, rejas art nouveau, vitrales, todas cosas que yo considero muy valiosas, pero hoy no son signos de riqueza ni de éxito.
Hasta se pueden confundir con decadencia.
Esta es la casa de la vieja de los gatos, cosa que es un poco verdad, pero eso también te habla de una mentalidad general: no reconocer en estas fachadas un lujo como realmente lo son. Ahora el lujo es un edificio nuevo con amenities y cámaras de seguridad, y ni que hablar de los barrios privados. Yo no comparto esa visión del éxito.
A propósito de lo que cada uno valora, en el documental te preguntás para qué sirve la belleza.
Hay gente que te discute y te lanza: “¿Quién dice que algo es bello?”. Yo lo pongo al revés. Todo el mundo acepta que Ámsterdam es bella, que París es bella. Quiere decir que ahí hay algo.
Gente que se puso a investigar sobre la belleza de las ciudades descubrió que había por lo menos cinco cosas básicas que las ciudades bellas tienen: una es homogeneidad, pero con variaciones. ¿Esto qué quiere decir? Todos los edificios tienen la misma altura, pero no todas las fachadas son exactamente iguales: una tiene balcones, otra no, otra tiene detalles en azulejos. Eso ayuda mucho.
Foto: Alessandro Maradei
Después, la altura de las edificaciones: está estudiado que cuando los edificios tienen hasta cinco pisos no nos sentimos agredidos ni disminuidos.
Otra, el ancho de la calle con respecto a la altura, y es fundamental que la ciudad no esté dividida en distritos de trabajo, de descanso y de compras, por ejemplo: la ciudad bella es la que tiene todo eso entreverado.
Montevideo tiene enormes porciones de ciudad donde esas cosas ya se cumplían y las estamos dejando caer.
Entonces, sí que hay belleza que se puede definir como un absoluto, más allá de los estilos. Tiene que ver con el equilibrio y con el nivel de confort que le causa al ser humano estar en esos espacios. Eso es indiscutible.
¿Cómo arrancó la idea de Ghierra intendente?
El proyecto surgió en una charla de bar, como las mejores ideas, aunque no fue exactamente en un bar. Yo trabajé muchos años como director de arte en audiovisuales. Con Guillermo Casanova coincidimos en muchos rodajes, que tienen eso de los tiempos muertos. Hablábamos mucho de la ciudad –te estoy hablando de principios de los 2000– y el Guille siempre me decía: “Vos tenés que ser intendente”. Así que él inventó el nombre del proyecto.
Pasaron los años, me ofrecieron hacer algo en el Subte y la fecha iba a coincidir con la campaña municipal. Se me ocurrió que podía juntar la muestra con aquella idea. Dije: “¿Qué tal si concreto todas estas ideas que tengo y además invito a más gente?”. A veces se supone que los artistas vivimos en las nubes. A todos les importa la ciudad. Y uno me dice: “¡Qué lindo sería que las columnas de luz tuvieran enredaderas con flores en vez de puro cemento!”. Y así empecé a recolectar proyectos, o formas de ver la ciudad. En 2010 montamos la primera muestra Ghierra intendente y, sin redes, logramos que fuera tanta gente que el lugar nos pidió que la dejáramos un mes más.
Con el mismo concepto seguimos con otros proyectos hasta que en un momento se empezó a acercar el sistema político. De repente, te decían: “Che, ¿me puedo sacar una foto contigo?”. Me parecía que era lo que había que hacer, y estuvo muy bien. Porque a partir de 2020 los candidatos empezaron a tener un apartado de patrimonio, por ejemplo. En paralelo, las redes habilitaron a un montón de gente a mostrar casas y mostrar fachadas, a entrar a casas antiguas y a denunciar demoliciones, con cuentas que tienen miles de seguidores.
Fue como que ahí prendió una mecha. Yo estoy muy contento. Para mí pasan los años y está bueno que venga gente más joven a seguir con esto. Este año también pensábamos hacer algo, pero no te imaginás todo lo que implica hacer una película. En un punto, decidimos enfocarnos en Montevideo inolvidable como una continuación de Ghierra intendente, y en eso seguimos trabajando.
El documental se estrena en cines de Montevideo y luego vamos a hacer una gira por todo el país.
El documental muestra una charla con tu mamá en la que ella relata los paseos por la ciudad que hacías con ella y que explican tu encantamiento por Montevideo.
Sí. Mi mamá lamentablemente se murió hace un mes y medio. Llegó a ver la película en una presentación que hicimos el año pasado y me felicitó por haberla filmado. Viste que se dice que los niños son como esponjas a la hora de aprender. Yo salía a caminar con ella, íbamos, por ejemplo, a la casa de una tía en la calle Sarmiento, mirando la arquitectura. En el camino había muchas casas lindas, todavía quedan. Mi vieja, que trabajaba en un banco, era una persona muy sensible, y me hacía notar con total naturalidad, no de una forma especialmente didáctica: “Mirá esta reja”. Era un diálogo bastante a la par entre ella y yo. También sobre árboles, plantas, jardines. Y esa fue la semilla de que yo nunca más anduviera sin observar los detalles de la ciudad.
En esa charla del documental hace unas reflexiones re lindas sobre cómo la ciudad va perdiendo el carácter, cómo va dejando de ser única. Me siento muy suertudo de haberla registrado para la película.
Montevideo inolvidable, de Alfredo Ghierra. Estrena en cines el jueves 20 de marzo.