Aquí, en este preciso lugar, Jorge Mario Bergoglio, el hombre, el vecino del barrio de Flores, sintió el llamado de Dios. Aquí, en este preciso lugar, hoy yacen velas, estampitas, memorabilia de San Lorenzo, rostros ásperos y un mar de llantos que evocan a Francisco, el primer papa jesuita y latinoamericano. Aquí, ahora, la Basílica de San José de Flores acaba de convertirse en sitio obligado para cualquier persona convocada por la fe. Para quien sepa que ahí, Bergoglio, que más tarde fue Francisco, brindó misas en altares y charlas en veredas. Precisamente en ese lugar, un hombre, aquel vecino, comenzó el largo y sinuoso camino que lo convirtió en papa.
El sol repiquetea manso en las escalinatas de la basílica, sobre la bochinchera Rivadavia al 6900. Un hombre sentado salmodia un “se vende, se vende”, mientras agita una imagen de Francisco tamaño trading card, de cartón duro. “Llevátelo y lo bendecís adentro, si querés”, dice Luis, el vendedor. De fondo, apostada al lado de la puerta de la basílica, la librería y santería Santa María agrupa una pequeña multitud. “¿Tenés velas?”, pregunta una señora. Sobre el piso, antes de ingresar, los restos de varios días de velas y llantos.
En la cartelera de avisos parroquiales, un taller de dibujo y pintura artística, otro de memoria y estimulación cognitiva para adultos, y otro de taller de iconografía anuncian que, pese a todo, a pesar de lo humano, el sol seguirá saliendo. Más allá, una ristra de devotos y curiosos tira flashes al altar que comprime una foto de Francisco y la bandera de la Ciudad del Vaticano. Una señora con barbijo se persigna.
Foto: Hernán Panessi.
La leyenda en latín Altare Privilegiatum impone respeto. Algunos dicen que es calma. Otros, que es paz. Un hombre con equipo deportivo alternativo de San Lorenzo, el club del que Bergoglio fue hincha, contempla lo efímero. Una señora de pelo cano filma con su celular y se lleva de recuerdo eso que no se puede grabar, ni transmitir, ni revivir en video. Algo grande pasa cuando algo grande pasa.
Una mujer seca sus lágrimas después de pasar por el altar de san José, el patrono que “cuida la esperanza” de la basílica porteña y sus fieles. Lo divino se cuela por la ventana mientras una chica de veintipico lee vaya a saber qué. Tratando de decodificar los sentimientos de los presentes, probablemente el que más rápido se zarandee es el de tristeza. Por la muerte reciente de Francisco el lunes 21 de abril de 2025. Por la pérdida de ese vecino que entregó palabras y ternura. Por el vértigo mismo de la fe. Tristeza, decimos, pero también podría ser saudade, una añoranza que muchos buscarán revivir en cada rezo.
Entre peticiones y agradecimientos se filtra el sonido de los pájaros. Parece escrito por un guionista, pero ahí está, casi como si fuese un chiste de cartoon, el cantar simpático de los pajaritos que se entromete por la transitada Rivadavia. De sopetón, se oye el tramo de una conversación telefónica que acaba de arrancar: “¿Consultorio de cardiología Juncal? Ah, hola, ¿qué tal? Mirá, te pregunto por...”, escupe una mujer, con un puñado de papeles médicos en mano. La llamada la está haciendo desde dentro de la basílica. Retazos de historias.
Foto: Hernán Panessi.
Y al lado de un altar en homenaje a la virgen de Luján, el nuevo camposanto popular, el confesionario donde Jorge Mario, el hombre, el vecino sintió el llamado de la fe. Será destino de turismo religioso: fija. Arriba, como custodio, una ilustración de Francisco alzado por una multitud, que remite a la de Diego Armando Maradona en México 86, o a Leo Messi en Qatar 2022. Los ídolos populares son así.
Entre velas y estampas, un niño grita un seco “¡ahhh!” para probar la acústica del lugar. Hizo bien. El papa lo felicitaría, de hecho, como a ese niño que en 2018 interrumpió una audiencia papal. “Es argentino… indisciplinado”, le dijo en complicidad al arzobispo Georg Gänswein, desdramatizando. Por allí, el reclamo incómodo de la vendedora de la tienda Santa María: “Tendría que haber venido a la Argentina”. Al toque, explota la respuesta de Fabiana, vecina de Flores, quien fue por su ejemplar de Esperanza, la autobiografía del papa Francisco: “Hay que entender que fue el papa del mundo, no el de Argentina”. Así se casca uno de los cortocircuitos y tironeos domésticos por Francisco.
“El papa fue un ejemplo a seguir, por su sencillez. Era así como lo veías. Siempre tenía para vos una palabra precisa”, continúa Fabiana, quien conoció a Bergoglio en las misas callejeras de Flores y visitó a Francisco en aquellas misas litúrgicas de San Pedro. “Saludarlo en Roma fue fuertísimo, no me lo voy a olvidar más”, cierra la seguidora del primer papa del hemisferio sur.
Foto: Hernán Panessi.
En la basílica anida un páramo de emotividad subjetiva. Un fino hilo de sentimiento colectivo. Sus fieles, sus vecinos le valoran a Bergoglio cada frase, cada silencio, cada gesto de simpleza. El papa que viajaba en la Línea A, en el subte de Buenos Aires. En efecto, por ahí, se escurre en los caireles de la viralidad una imagen en un viejo vagón La Brugeoise, con un aura de Padre Karras yendo a lo de la niña poseída. El autor de la foto contó que, cuando se lo topó, lo siguió hasta el subte y le preguntó si él era quien era. Sí, era, pero pidió conversar en voz baja para no andar molestando, así podía mantener una cercanía con los vaivenes del transeúnte, del vecino. O del vecino del vecino.
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Fundada en 1806, la Basílica de San José se yergue indivisible del espíritu carnavalero, trágico y lírico de Flores. Un barrio forjado por sus escritores, por sus casitas municipales, por sus mansiones, por sus colegios públicos, por sus galerías y por sus comercios. Por el abrigo a lo tradicional. Por la pluma de Roberto Arlt y sus molinos de viento. Por la Plaza del Ángel Gris de Alejandro Dolina. Por ser la última frontera de la gran ciudad. Por el tango de Osvaldo Pugliese y Alberto Morán, que fue mersa y hoy es anticuerpo antimufa, y su “[Flores] Rincón de mis juegos de pibe andarín”.
Por lo que dijo Roberto D’Anna, historiador de Flores, quien conoció personalmente a Francisco: “Para nosotros era el padre Jorge, el padre que caminaba por el barrio”. Y, a la sazón, por esa carta que Francisco envió personalmente al Museo del Barrio de Flores en 2018, que decía: “Flores es el barrio en el que nací y viví hasta entrar en el seminario. Con un poco de petulancia puedo decir que es mi barrio, mis raíces”.