La fábula de la tortuga y la flor, de la directora uruguaya Carolina Campo Lupo, es un documental que retrata, con delicadeza y valentía, la historia de una amistad atravesada por la enfermedad, la maternidad y la necesidad de seguir viviendo cuando todo parece llegar a su fin.
Salva coloca el trípode y le aclara a Carolina: “Quiero filmar el agua con las hojas”. Juntos buscan el plano y el foco, que para Salva, Emilia y Eli es últimamente algo que los desafía desde que Carolina llevó la cámara a sus encuentros. “Parece que estamos en un océano”, aclara Salva cuando ve el resultado del plano. Si bien en el momento de decirlo Salva aún no conoce el mar, parece sentir su fuerza y nos adelanta con sus palabras el desarrollo de esta historia que transita entre la calma y las peores tormentas una vez que Eli, mamá de Salva y mejor amiga de Carolina, le dice que va a morir de un cáncer terminal.
“Siempre me convocó tratar de entender esta fuerza que nos excede, que yo no sé qué es exactamente, tal vez sea la naturaleza”, dice Campo. “Le propuse a Eli filmar porque a ella le gustaba pintar y yo no sabía qué hacer. Entonces dije ‘ta, pongamos la cámara y tratemos de que esta ayude a sobrevivir’. Siempre creo que cuando una hace una obra ordena un poco el universo. Me daba seguridad y una forma de estar allí con Eli. Además del dolor, tenía que concentrarme en llevar pilas y que la cámara estuviera cargada”, cuenta.
Eliana es tal vez uno de los personajes más vitales que hayamos visto en pantalla. Durante la película, siempre con su flor amarilla en el pelo, sostiene al resto ante su propia muerte, sobre todo a Carolina, quien está allí para estar con su amiga, pero también –aunque no se anime a decirlo– para entender por qué les toca a ellas pelear contra esto.
“Para mí la película es varias cosas. Una es el registro de esta intimidad, de este amor tan grande entre nosotras mientras una muere y la otra pierde a su amiga. Todas las nimiedades que convocan nuestras conversaciones terminan retratando a todos los seres que somos: críticos, maternos, políticos. Retrata un tipo de amor y de amistad que mucha gente me ha dicho que es muy propio de las mujeres, y quiero creer que también puede ser propio de los hombres. Sería muy injusto que esto no fuera así, yo también quiero que mis hijos puedan tener el mismo amor en su vida. Quería rescatar este lugar de resistencia a la muerte, y creo que la película deja en evidencia que necesitamos de otros y de cuidarnos entre nosotros”, dice la directora.
Es particularmente conmovedor cómo la película da forma a todos los seres que son estas dos amigas que se conocieron con 12 años por otra amiga en común y, aunque creían no tener nada que ver una con otra, fueron construyendo un universo sólido, un ecosistema donde los seres vivos pueden imitar al viento, ensuciar la cámara con dulce de leche o adoptar la forma del océano cuando el cuerpo deja su forma humana.
Es tan inevitable como duro reconocerse en la historia de estas amigas y en la de sus hijos, que es la misma pero se cuenta distinto en cada caso, puesto que los roles de unos y otros se acomodan ante aquello que no podemos controlar. Aquí los niños no son únicamente el universo de las madres, son los ojos que las ven atravesar el duelo, no solamente por la autonomía; esta propuesta tan estéticamente afectiva les permite apropiarse del relato filmando. Terminan por ser el soporte de sus madres, que se apoyan en ellos para hablar entre ellas de lo que no se animan y que en el viaje les enseñan a transitar, como cuando Emilia le explica a Carolina que tan sólo hace falta colocar los pies en el océano para volver a estar con Eliana. O los hijos de Carolina dicen que saben cuándo agarrar el peluche para abrazar todos juntos a su madre cuando esta más lo necesita.
“Nadie te enseña herramientas para enfrentar la muerte, cada uno tiene que descubrir las suyas en el momento que te pasa. Fue intencionado que en La fábula… no hubiera grandes explicaciones sobre la enfermedad ni medicalización u hospitales. Eliana decía: ‘yo voy a vivir hasta que me muera’. Parece algo sencillo, pero quise construir la película con esa lógica, rescatar esa elección por vivir hasta que la naturaleza diga lo contrario”, dice Campo.
La fábula de la tortuga y la flor. Lunes 14 de abril a las 20.40 en la sala 5 del complejo Alfabeta.