Cuando la pareja de esta historia se enfrenta a la primera versión de “¿y ahora qué vamos a hacer?”, en cierta forma ya sabe que, al igual que la de sus padres y sus abuelos, encontrará la manera de lidiar a la vez con dificultades familiares, económicas, educativas y sanitarias con los tiempos impuestos por otros. Así y todo, protegida por un techo, algún título universitario, una cuenta bancaria y un núcleo social de los que pueden atajar una crisis, en realidad no sabe lo que se le viene encima.

“La niña que era una enana psicópata: nuevos y aterradores antecedentes del caso de Natalia Grace”, tituló en octubre de 2019 el periódico Metro World News, en su versión chilena, en una de tantas notas de tono amarillista que se publicaron en la prensa con los detalles más insólitos de este caso verídico.

Good American Family –una miniserie creada y escrita por la estadounidense Katie Robbins y ubicada actualmente entre las más vistas de las plataformas de streaming– no es menos despiadada que un programa de chimentos, y sus recaudos a la hora de preservar sensibilidades no son distintos de los de una jineteada de la Rural del Prado. Cuenta la peripecia de una niña ucraniana de siete años –según la funcionaria de servicio social que resolvió el trámite– adoptada por dos estadounidenses de clase media con problemas maritales y tres hijos, que no demorarán en acusarla de mentir sobre su edad y de atentar contra su integridad física.

Ellen Pompeo (estelar protagonista de la serie Grey’s Anatomy) es la encargada de interpretar a Kristine Barnett, una de las madres adoptivas de Natalie en la vida real, presentada, según sus propias apariciones públicas, como una referente comunitaria y especialista en crianza. Mark Duplass (el productor de televisión rebelde en The Morning Show) interpreta a Michael Barnett, el padre adoptivo de la niña que en su versión ficcional se repite “estoy bien” frente a un espejo.

Ambos actores inflan sin esfuerzos los juegos argumentales de este producto televisivo que se consume rápido, y se combinan en gran forma en las situaciones de conflicto marital o en las que se encuentran unidos por un enemigo en común.

Los admiradores de Mad Men y de los modos de Joan Holloway sabrán apreciar la participación de la pelirroja Christina Hendricks en el papel Cynthia Mans, otra madre adoptiva, aunque no hay dudas de que la serie se la roba la británica Imogen Faith Reid, sumergida en la piel de Natalie Grace. Su trabajo confirma las ventajas del uso actoral de lo genuinamente propio –la encantadora torpeza de Jeremy Strong en Succession, la gracia gestual de Maggie Smith en Downton Abbey–, aunque nadie dice que sea tan fácil llevarlo a la práctica.

Faith Reid tiene 27 años y, al igual que su personaje en la miniserie, sufre de una extraña variedad del enanismo conocida como síndrome Russell-Silver. La actriz asombra tanto por la intensidad de sus apariciones como por la forma en que interpreta los detalles más sutiles de su humanidad.

Su buen desempeño quizás tenga que ver con el nivel de compromiso asumido: “No sólo la dejaron sola en un apartamento a los ocho años, sino que también era una persona con discapacidad. Interpretar eso y tener ese físico y ese cuerpo, me hacía pensar: ‘¿cómo puede alguien hacerle esto a una niña?’. Me enfureció la historia. Me dieron ganas de darlo todo y hacer todo lo posible para representarlo lo mejor posible”, contó la actriz en una entrevista con el sitio web Indiewire.

En resumen, esta buena familia estadounidense se presenta –insisto– impiadosamente, con dosis de humor retorcidísimo y ajustado a realidad, en un drama que provoca angustia, llanto, ansiedad, risas incómodas y también susto.

Good American Family. Ocho capítulos de aproximadamente 50 minutos. En Disney+.