“Ángel Fingidor, un artista a tu favor”, se presenta el particular protagonista de la serie que lleva su nombre, encarnado por un Gustavo Suárez absolutamente inmenso, complejo, ridículo, genial y patético -todo a la vez-. Ángel es el profesor de un modesto taller de teatro que, como alternativa para ganar unos pesos, se pone a solucionar “problemas” para quien se le acerque con alguna inquietud, mediante una puesta en escena. A la usanza del narrador de “Un sueño realizado”, de Onetti, o de la más cercana en el tiempo Los simuladores -serie que le recuerdan varias veces a Ángel, pero que él se encarga de aclarar que no es igual, que está haciendo algo completamente diferente-, nuestro protagonista escucha la situación o el inconveniente que atraviesan sus clientes y plantea alguna solución de contexto teatral -no siempre, hay que reconocer- y que cuenta habitualmente con el apoyo de su compañera, Kika (Antonella Costa), y, algo más reticentemente, del Terco (Gustavo Garzón), su padre. Y hay que ver qué problemas pasaran por la oficina de Ángel, porque parece que no va a faltar nada: pedofilia, religión, desaparecidos, aborto, etcétera.

Cuenta Manuel Soriano, factotum de la serie, en varias entrevistas, lo difícil que fue ponerla en marcha, justamente por lo complicado de los temas que aparecen y, me atrevo a apostar yo, por el tono con el que se los trata: el de una farsa incómoda, teatral (casi irreal por momentos) y absolutamente honesta. Cada situación (y pueden incluso ser varias por episodio) que transita nuestro trío protagonista permite un amplísimo abanico de posibilidades para su espectador -carcajada fuerte, ofensa, fastidio-, pero por encima de todas hay una que siempre está presente y es la incomodidad. Ángel es un relato que continuamente te pone incómodo, que te interpela -“una comedia sobre el cambio de siglo”, dice su subtítulo, y hay mucho de eso: de las diferentes maneras en que se tratan todos estos temas y cómo los tratan sus diferentes personajes-, pero que al mismo tiempo siempre sorprende y fascina. Y divierte, lo que nunca es menor.

No trata sólo sobre los “casos” que Ángel va aceptando (los que, en honor a la verdad, casi nunca soluciona, o al menos no soluciona como pretende), sino también sobre el micromundo sostenido por el trío protagonista. La situación económica de Ángel y Kika los lleva a vivir en casa del Terco -un antiguo militante y guerrillero de izquierda con un pasado como combatiente en América Central-, en una situación constantemente tensa. Tensa por la relación entre padre e hijo, que está lejos de fluir con comodidad; tensa por el rutinario día a día de Kika en la casa, cuidando a su bebé de pocos meses en una realidad que la tiene como adormecida o agotada; tensa por la inesperada atracción sexual que se irá desarrollando entre suegro y nuera capítulo a capítulo. Y tensa particularmente porque Ángel es un tipo tan pero tan peculiar que no hay forma de saber con qué va a salir, qué va a causar en su próxima “genialidad” o qué esperar de él episodio a episodio, ni para su familia, ni para nosotros, los espectadores.

Volviendo a las entrevistas ya mencionadas, Soriano contaba que la limitación económica -esta es una serie financiada mediante un esfuerzo cooperativo que incluye a su creador, productores, elenco y equipo técnico- derivó en decisiones que siempre se sostuvieron dentro del reino de lo posible, pero también en decisiones artísticas que terminaron marcando el tono de la propia narración de manera completamente favorable: su firme consigna teatral (y no sólo por el accionar de Ángel) que recorre los vestuarios (los personajes siempre visten igual), las locaciones (casi siempre la misma casa) y hasta incluso el bebé (que es un muñeco usado con total desparpajo) y su narración siempre algo desconectada, que mediante elipsis pega saltos al vacío y espera mucho de su público. Todo esto -más su hermosa fotografía en blanco y negro y el uso siempre acertado del sonido y una escogida banda sonora- contribuye a la misma idea de una narración costumbrista pero no naturalista, un espacio irreal en el que transcurren estas situaciones que derivan, no pocas veces, en el disparate, en el absurdo, en lo bizarro.

Y destacada en esta lista de aciertos está la labor de su elenco. El trío principal, compuesto por el uruguayo Suárez y los argentinos Costa y Garzón, funciona con una química y sintonía fundamentales que permiten reconocer muy rápidamente a los personajes y la sinergia que construyen entre sí. Y allí donde el respaldo de Costa y Garzón es inmenso, el protagónico de Suárez es absolutamente consagratorio. Quiero verlo en más cosas ya (ojalá en una segunda temporada de esta serie). Ángel es molesto, carismático, torpe, brusco y normalmente mucho menos inteligente de lo que él mismo cree. Pero su historia es tan fascinante como provocadora.

Ángel. Seis capítulos de media hora. Disponible on demand en TCC.