Mala persona, estrenada hace un mes en El Espacio Vacío, comienza con un prólogo enigmático, que sabremos luego que es un sueño que de alguna manera explica el comportamiento de uno de los personajes. Esa introducción “onírica” da paso a la entrada triunfal de Adela, una cantante que acaba de enterarse de que pasó a la etapa final de un casting.  Su algo insana euforia nos llega a través de los audios que graba a una “amiga”, a la vez que “lamenta” que otras no hayan quedado, como la propia amiga con la que se comunica. El envilecimiento que genera este tipo de competencias y la superficialidad de la concursante se conjugan en un monólogo satírico, al estilo de algunos cuentos de Ring Lardner, como “Silencio: Hospital”. En este punto podemos pensar en un espectáculo que apuesta al grotesco para ridiculizar y cuestionar algunos comportamientos sociales, pero la aparición de Ángel, un ladrón bastante particular, cambia las coordenadas para alejarnos de la simple sátira de costumbres. 

El tipo de “trabajo” de Ángel, que no adelantaremos aquí, nos impide clasificar Mala persona como una obra más o menos realista, más allá de subrayados grotescos. Sí nos permite, en cambio, dejarnos llevar por un universo ficcional con reglas propias, con situaciones “absurdas” en nuestros términos, pero posibles en los del espectáculo. Nos permite también, establecida la lógica de los personajes y sus “valores”, trasladar luego la crítica al comportamiento de alguno de ellos a la sociedad que vive fuera del escenario.

Para que se entienda nuestra perspectiva, el tipo de tarea que realiza Ángel, al igual que la empresa para la que trabaja, liberan al espectador de la necesidad de relacionar directamente lo que pasa en la escena con lo que ocurre fuera, y la verosimilitud de situaciones y personajes deja de establecerse en relación a la “realidad” para establecerse en relación a la propia lógica del espectáculo. A partir de allí, los personajes están libres para aparecer disparatados, exageradamente malvados o extremadamente ingenuos, estableciendo vínculos y comportamientos éticos que tienen su propio sustento. Esto no deja de ofrecer una corrosiva crítica a la moral social de quienes estamos en las butacas de la sala teatral. Estamos ante una formulación del teatro en su máxima expresión.

La historia de Mala persona sigue la trayectoria de Ángel, y la crisis aparece cuando su “eficiencia” laboral se topa con un accidente que le hace cuestionar su accionar. El trabajo de Ángel es elogiado por su empleador, pero la tarea específica que debe realizar hace que se sienta una “mala persona”. Esta incongruencia entre la actividad laboral y la consecuencia de esa actividad, si la pensamos en nuestro contexto social, no es tan extraña. Pensemos, por ejemplo, en cuántas personas se ganan la vida ofreciendo préstamos y “arrancando las muelas” de sus víctimas con los intereses. Seguramente el empleador de un vendedor de estas casas de crédito elogie a su empleado, que se encargará de arruinar la economía de muchas de sus “víctimas”. Ese caso extremo puede ser llevado a múltiples formas laborales en nuestras sociedades contemporáneas. Y sobre esa doble moral, pero construida en el marco de la lógica del espectáculo, se centra gran parte de Mala persona.

El espectáculo nos coloca ante personajes que, necesitados de “sanar” su conciencia, comienzan una búsqueda que los pone ante “profesionales” de la salud mental más o menos serios, pero también frente a charlatanes que se aprovechan de esa neurosis socialmente generada. Los manossantas (y todas las variantes de sanaciones místicas contemporáneas) son producto directo de las contradicciones sociales introyectadas por los individuos.

Lo estupendo de Mala persona es que todo el entramado de crítica social se genera desde una dinámica de personajes y situaciones tragicómicas que se sostiene por sí misma, con subrayados grotescos que rayan lo bizarro y una buena dosis de humor negro. Somos los espectadores los responsables de “linkear” las situaciones con la “realidad”. Más allá de lo relevante de algunas temáticas abordadas, el espectáculo no apela a la “trascendencia” y la corrosiva crítica social jamás se presenta de forma didáctica-moralizante.

Un aspecto clave para que el espectáculo funcione es el trabajo del elenco. Mateo Altez y Paula Lieberman abordan un puñado de criaturas que caminan en el límite de lo satírico y lo grotesco. Lo no mimético del abordaje de algunos personajes se explicita cuando vemos a Altez representando a la abuela que desatará la crisis de Ángel o a Lieberman encarnando al “malvado” e inescrupuloso Osvaldo. Ezequiel Núñez, finalmente, transitará con su Ángel por todas las situaciones con el mismo gesto de seguridad carcomida por la culpa.

Vale señalar que gran parte del equipo (Núñez, Altez y Lieberman) estaba involucrado en Tal vez mañana mi olvido tenga forma de familia, uno de los espectáculos que más hemos disfrutado en los últimos años. Se suma a los tres Luis Pato Pazos en la dirección, un teatrista que en su rol de actor viene descollando en espectáculos como Ismael, Filtro, Birdland o Extractos. Es un equipo a tener en cuenta que, con Mala persona, ofrece una de las más divertidas y corrosivas experiencias teatrales que se pueden ver hoy en Montevideo.

Mala persona. Sábados a las 20.00, domingos a las 18.00. El Espacio Vacío (Gutiérrez Ruiz 1111 y Durazno). Entradas $ 500 y 2 x $ 800. Reservas al 091 277 066.