“La venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”, dijo don Ramón en El Chavo (y Te lo resumo así nomás volvió la frase una muletilla inolvidable), pero The Last of Us hace girar toda su segunda temporada en torno a esa idea.
Luego de haber cerrado convincentemente su primer arco, que adaptaba al dedillo la primera entrega del videojuego del mismo nombre, la serie retoma su acción unos cinco años más tarde. Los protagonistas Joel y Ellie (a cargo de Pedro Pascal y Bella Ramsey) están ahora en la ciudad de Jackson, la misma que visitaron en algún momento de la temporada anterior, pero ahora como miembros activos y fundamentales de la comunidad que lideran Tommy (Gabriel Luna), el hermano de Joel, y María (Rutina Wesley), la compañera del anterior.
Nuevamente se toma como base de esta historia el videojuego, en este caso su segunda entrega. Ambos fueron creados por Neil Druckman, quien es también showrunner de la serie junto al realizador Craig Mazin, así que para quienes ya lo jugaron habrá pocas sorpresas, porque tengo entendido que la adaptación es bastante fidedigna. En cambio, para aquellos que nada sabíamos previamente, nos encontramos con una historia que tiene la osadía de plantear algo distinto, tomar riesgos fuertes y llevar a sus personajes a otro tipo de relato, uno de venganza, como decíamos en un principio.
Con la introducción del personaje de Abby (Kaitlin Dever) como detonante de la trama, tendremos una temporada breve –siete episodios– que se cimenta en dos tramos muy claros: su llegada a Jackson y, luego, la búsqueda de Abby por parte de los protagonistas, reforzados por Isabel Merced como Dina y Young Mazzino como Jesse.
Si bien todo sigue girando en un mundo posapocalíptico donde un virus transforma a la gente en hombres hongo gigantes y no queda nada de la civilización tal como la conocemos, la historia girará mucho sobre los personajes y sus conflictos: la relación padre-hija entre Joel y Bella, la posible relación de pareja entre Bella y Dina, las comunidades sobrevivientes en Seattle (de lo más interesante) y, lógicamente, el camino oscuro de la venganza en cuestión.
Aunque no faltarán situaciones de tensión muy bien ejecutadas (los capítulos 2 y 7 son estupendos) o grandes momentos emocionales (el “episodio flashback” en la sexta entrega), contrastan un poco con personajes presentados de manera un tanto frívola, ocupados en cantar canciones (¿tres instancias para que algún personaje tome una guitarra y versione clásicos de los 80?) o en triángulos románticos que nos hacen preguntarnos cómo es posible que gente criada completamente en un universo donde el menor ruido puede traer la muerte ande tan suelta de cuerpo contando chistes o paseándose por calles desconocidas. Sin todo eso, se podrían haber ahorrado un episodio y quedar con seis en vez de siete, más compactos y contundentes. El cierre, con todo, es potente, y le perdonamos esas distracciones. Nos deja –cliffhanger mediante– todo servido para una tercera temporada que ya veremos a dónde nos lleva (promete algo nuevamente distinto).