El 11 de octubre de 1975 a las 23.30 (hora de Nueva York) se encendieron las cámaras y un puñado de cómicos que “no estaban listos para el horario central” salieron a hacer de las suyas. Era la noche de un sábado y la televisión estadounidense se enfrentaría a uno de los cambios generacionales más importantes de su historia, al menos en materia de humor.

90 minutos antes, a las 21.00 (hora de Nueva York), ninguno de los ocupantes del 30 Rockefeller Plaza tenía idea de lo que ocurriría a la hora de salir al aire. Ni siquiera Lorne Michaels, el ideólogo de ese programa de sketches con un anfitrión invitado y números musicales que comenzó llamándose simplemente Saturday Night. Por suerte, quedaba una hora y media en la que negociar con egos, mentir un poco a los directivos, solucionar infinitos problemas técnicos y definir cuáles serían los sketches que se verían en todo un país.

Al menos esa es la historia detrás de Saturday Night: La noche que cambió la comedia, película disponible en Max que sigue casi en tiempo real aquellos minutos frenéticos, manipulando la realidad como si fuera plasticina para crear una historia frenética, en la que todo lo que podía salir mal, salió mal, y a último momento salió bien, como atestigua la presencia de Saturday Night Live en los televisores y monitores de todo el mundo, 50 años más tarde.

El director Jason Reitman, nacido cuando el programa transcurría su tercera temporada, se enfrentaba al desafío de representar un momento fundamental de la comedia estadounidense, con un montón de personas que en su mayoría pasaron a ser parte del folclore del espectáculo. Y superó el examen con una historia que contagia la ansiedad y la locura (tanto mental como química) de aquellos jóvenes que tenían poco para perder, pero que podían perderlo todo.

Hay un par de momentos, al comienzo y al final, donde Reitman le tiene demasiado respeto a su objeto de estudio y menosprecia un pelín a los espectadores (nosotros) exagerando aquello de que nadie tenía claro lo que estaba a punto de pasar. El show tenía una forma; lo inesperado fue todo lo que ocurrió después. Por eso mismo, la idealización de las consecuencias antes de la presentación de la causa es un poco exagerada; por momentos parece que estuvieran por hacer el primer programa en vivo de la historia. Pero el resto...

El resto es una comedia de enredos, inspirada en hechos reales, que contagia frenetismo con planos extensos y una música estridente que impide el monólogo interno de cualquiera de los protagonistas. Y para retratar a estos protagonistas de lujo reúne a un elenco de similares características, con actuaciones más cercanas a la imitación y otras más libres. En ambos casos el resultado es positivo.

Gabriel LaBelle (el de Los Fabelman) es Lorne Michaels, el tipo que buscaba presentar nuevas caras y nuevas voces en una industria televisiva que todavía idolatraba a viejas glorias como Milton Berle (un brillante JK Simmons), con sus programas que recuerdan a la televisión argentina de los 80. A su lado durante el film se encuentra Dick Ebersol, interpretado por un Cooper Hoffman que hace sospechar que la actuación se lleva en los genes. A Willem Dafoe le toca ser David Tebet, el antagonista perfecto que quiere evitar que salgan al aire.

De las caras más conocidas, Cory Michael Smith tiene la difícil tarea de imitar al tan narcisista como hilarante Chevy Chase, y lo logra. Dylan O’Brien encarna muy bien a Dan Aykroyd, mientras que Matt Wood se transforma en el tristemente célebre John Belushi. Nicholas Brown, el primo Greg de Succession, se queda con dos papeles (y qué papeles): Andy Kauffman y Jim Henson. Y una mención especial para Matthew Rhys (Perry Mason) como George Carlin.

Como tantas veces, no hay que quedarse en la minucia o ansiar la representación fidedigna de lo ocurrido, ya que nadie podría haber sobrevivido 90 minutos como los que nos cuenta Reitman. Pero como representación de lo vivido antes, durante y poco después de que el locutor Don Pardo (aquí Brian Welch) presentara a cada uno de los protagonistas, es un gran entretenimiento. Gracias, Lorne.

Saturday Night: La noche que cambió la comedia. 109 minutos. En Max.