El año es 1989 y el lugar es uno de esos pequeños pueblos o ciudades que tanto se ha empeñado en mostrarnos el cine y la televisión estadounidense. El trío de adolescentes menos populares del colegio, Dylan, Jordy y Spud (Emjay Anthony, Chiara Aurelia y Kezii Curtis), conforma una banda de heavy metal a la que nadie va a escuchar nunca. Ante un concierto necesitado de público, tienen una repentina inspiración y se anuncian como satanistas entre sus compañeros de colegio, lo que dispara de golpe su popularidad y motiva gran curiosidad entre todos.
No pasaría de una anécdota menor si no fuera porque la decisión del trío ocurre en simultáneo con otros asuntos. Primero, varios de sus compañeros (la chica más popular del colegio incluida) comienzan a tomarse demasiado en serio el asunto este de los rituales y los sacrificios de sangre. Segundo, desaparece repentinamente el mariscal de campo del equipo de fútbol americano colegial. Tercero, efectivamente están pasando cosas de tinte sobrenatural por todo el pueblo.
El satanic panic ocurrió realmente. Fue un período –entre fines de la década de 1980 y gran parte de los 90– en el que gran parte de la sociedad estadounidense fue presa de profunda paranoia que la llevaba a buscar, sobre todo entre sus jóvenes y el estilo de música que escuchaban, elementos que indicaran rituales de satanismo. Esta suerte de pánico colectivo, que alcanzó 12.000 casos a lo largo de todo el país, tuvo su disparo de largada con la publicación del libro Michelle Remembers, del psiquiatra canadiense Lawrence Pazder, que replicaba por escrito las sesiones de hipnotismo y regresión que había hecho a su esposa Michelle para que ella recordara rituales satánicos en su infancia. El libro fue extremadamente popular y llevó a un estado extremo a gran número de sus lectores, que pasaron a buscar indicios de satanismo, abuso infantil o rituales de magia negra por todos lados.
Por supuesto que la situación real e histórica fue por demás compleja y elaborada, algo que la serie Hysteria! no trata de reconstruir. Por el contrario, aprovecha ese marco real para dar rienda suelta a un relato en el que combina con acierto la comedia, el terror y el romance teen, una mezcla curiosa y difícil de hacer funcionar, pero efectiva.
A medida que nuestra banda se enreda en su mentira, es cada vez más evidente que cosas muy malas están ocurriendo realmente en el pueblo, más allá de la paranoia que lleva a los padres de familia a corretear detrás de sus adolescentes. Así como vimos con el maravilloso personaje de Eddie Munson en la última temporada de Stranger Things, una serie a la que Hysteria! le debe bastante, lo sobrenatural se volverá lo realmente peligroso, aunque casi ninguno de los adultos presentes ayude demasiado.
El protagonismo es bastante colectivo, lo que ayuda a disimular la imbecilidad de Dylan, el héroe por defecto. Sus acciones son siempre desesperantes, pero no falta ocasión para que sus dos adláteres salven la acción o para que el sheriff local (el mejor personaje de la serie, para sorpresa de nadie, a cargo de nada menos que Bruce Campbell) se encargue de la verdadera investigación. Con gran aporte de Anna Camp como la fanática religiosa que lidera la persecución de los supuestos satanistas y de Garrett Dillahunt como el eventual villano que aparecerá en la recta final, no faltan buenos personajes y actuaciones para avanzar en el relato.
La gran banda sonora, muy bien escogida por Tyler Bates, incluye no sólo las canciones que interpreta Dethkrunch, la banda ficticia de la serie, sino también clásicos de Def Leppard, Kiss, Meatloaf, Iron Maiden, Black Sabbath, Danzig, Queen y Ghost. Mucho ritmo y una efectiva construcción del misterio dejan satisfechos a los amantes del género. Queda algún que otro cabo suelto y no habrá segunda temporada, pero, por suerte, Hysteria! funciona bastante bien como miniserie. Qué más se puede pedirle.
Hysteria! Ocho episodios de 50 minutos. En Max.