Dedicado a Montevideo, La ciudad que sueña, de Laura Carrasco, Eloísa Casanova y Luciano Supervielle, es un homenaje a nuestra capital en clave de amoroso extrañamiento. Desde el epígrafe de la salteña Marosa Di Giorgio, “Volvíamos por el río / con la tarde a las espaldas; / volvíamos por el río / toda en sueños la mirada”, queda claro el tono del viaje detenido, de ojos asombrados, que propone.
Desde la poesía, o más bien la mirada poética, La ciudad que sueña incita a contemplar y recorrer Montevideo, un recorrido que los lectores hacemos junto con una niña y un niño que se involucran en cada escena que presentan las sucesivas dobles páginas. Cada una se abre como un nuevo universo, un instante particular y diferente, con sus propias claves.
Si bien se eligen algunos elementos icónicos de la ciudad –la fortaleza del Cerro, el teatro Solís, el Palacio Salvo, entre otros–, La ciudad que sueña está en las antípodas de una mirada turística superficial o de una evocación nostálgica: la ciudad está viva, palpita, ruge, suspira. Cada doble página se propone como una escena en la que texto e ilustración van de la mano para contar una historia que no es lineal y en la que lo cotidiano se mezcla con lo absurdo y lo onírico, con lo surrealista, con los mundos de la imaginación. La ilustración de Carrasco y la poesía de Casanova se dan la mano, de este modo, para regalarnos una Montevideo maravillosa que está ahí, a nuestro alcance, si nos detenemos a mirarla.
No es este un libro que se disfrute en una sola lectura, sino que va madurando a medida que lo retomamos y nos adentramos en él. Al proponer un viaje y una búsqueda, funciona como una invitación a recorrer sus páginas una y otra vez. Está lleno de secretos, de detalles, de elementos inesperados, de personajes célebres y no tanto. Algunas referencias serán más evidentes para unos o para otros, pero en cada centímetro cuadrado se puede respirar la ciudad. Es interesante la elección de los elementos que los autores eligen para definir esta Montevideo que sueña –con toda la polisemia del término: porque duerme, porque está detenida, porque ofrece un universo onírico–, que incluye edificios, animales, plantas, personas, el río, por supuesto, e incluso veredas y paredes. Y es interesante porque no es obvia, porque siempre sorprende, se desmarca, disloca la interpretación, ya sea incluyendo algo que no homenajearíamos, como las ratas, o resignificando al Solís como una cajita de música que alcanza a bañar las olas del Río de la Plata. Quizá la mirada de Casanova, que es chilena y vive aquí desde hace diez años, haya sido fundamental en la capacidad de mirar con ojos inocentes, como por primera vez, que se trasluce en estas páginas.
La ilustración de Carrasco es por momentos exuberante –hay peces que vuelan, ballenas, una fauna submarina subterránea– y establece un contrapunto con el texto, tanto en las referencias como en la aparición de elementos y personajes que funcionan como leitmotiv: las libélulas que acompañan las páginas siguientes a su mención, los sapos acá y allá, el cocodrilo, las aves. Todo en La ciudad que sueña invita a la búsqueda, pero también al juego y a aguzar la mirada, a mirar con otros ojos capaces de descubrir secretos. La poesía de Casanova es concisa y abierta; cada enunciado comienza con el verbo impersonal hay, como si Montevideo fuera una caja de Pandora o la galera de un mago de donde no dejan de salir cosas, a cual más bella o inesperada.
Al final, después de que hicimos el recorrido por la Montevideo que nos ofrecen Carrasco, Casanova y Supervielle, después incluso de la palabra fin, encontramos una lista de “personajes, objetos y lugares que viven en Montevideo” y se nos invita a encontrarlos en el libro, si es que no lo hicimos antes, en una nueva lectura. Además, cada uno aparece con una breve reseña que cuenta más sobre ellos, esta vez desde una perspectiva histórica o anecdótica. Los autores develan aquí algunos secretos del libro, pero no todos, porque las referencias no se agotan en estos casos más célebres o reconocidos, sino que incluyen elementos mínimos e incluso se abren a lo que el lector elija para dejarse llevar. Esta lista del final puede entenderse como una síntesis de Montevideo –desde la subjetividad de los autores, por supuesto– que, generosa en referencias, invita a sumar las que cada lector entienda relevantes. Conecta con la dimensión del juego: propone a los lectores hacer sus propias búsquedas, deja aquí y allá hilos sueltos, rastros de migas de pan que puede seguir para encontrar caminos diversos.
Pero aún falta una dimensión de la posibilidad de lectura de La ciudad que sueña. En las primeras páginas incluye un código QR que lleva al audiolibro. Además del texto leído con una cadencia muy calma que invita a detenerse, a leer sin apuro, se abre en el link el universo musical y sonoro que completa la experiencia inmersiva que ofrece el libro. Recorrer sus páginas al tiempo que se escucha el audiolibro es más que recomendable para disfrutar de la música de Supervielle y de la diversidad de sonidos que también conforman la ciudad.
“Montevideo tiene música, poesía y sueños. Conocerla puede ser una gran aventura”, prometen desde la contratapa. No defraudan y diría que se quedan cortos: no sólo hay aventura en este viaje, hay emoción, asombro y amor por esta ciudad tricentenaria.
La ciudad que sueña, de Laura Carrasco, Eloísa Casanova y Luciano Supervielle. 48 páginas Alfaguara, 2025. $ 550.