Aunque en estos tiempos de fabulosos efectos especiales y CGI cualquier Juan de los Palotes puede hacer creer que es capaz de realizar enormes proezas físicas o vencer a mano limpia a una docena de rivales, todavía existe dentro del cine de acción una corriente que apuesta a actores viables por sus conocimientos reales de pelea, entrenamiento o combate. Esa es la razón por la que todavía existen, en la misma tradición que íconos como Chuck Norris, Jackie Chan o Jet Li, artistas marciales que protagonizan un incontable número de películas. Hablamos de Donnie Yen, Iko Uwais o el ídolo Scott Adkins, entre otros.

Ahora bien, incluso dentro de este grupo, que podríamos definir como “gente que sabe dar piñas de verdad”, hay diferencias. Numerosos deportistas –de lucha libre y también practicantes de artes marciales mixtas– vienen saltando a la gran pantalla, prestos a desarrollar una segunda carrera en el celuloide. Los hay tremendamente exitosos, como los luchadores Dwayne la Roca Johnson y Dave Bautista, y están los artistas marciales como el veterano Randy Couture y Ronda Rousey. Varias estrellas algo más jóvenes han buscado seguir su camino. Es el caso del popular experto en MMA francés Cyril Gane, que llega a Netflix con K.O., su primera película como protagonista.

Gane interpreta aquí a Bastien, un –qué sorpresa– luchador de artes marciales mixtas. Pero esto es solamente el contexto, porque la cosa arranca con una pelea profesional que sale tremendamente mal: nuestro protagonista deja a su rival muerto en el ring y debe abandonar el deporte, con las miradas de la esposa y el hijo del fallecido grabadas a fuego en su memoria. Esa familia volverá a su vida años más tarde, cuando Bastien sobrevive humildemente como trabajador portuario, y le exigirá que vuelva a la acción. Desde que quedó huérfano, el hijo ha ido por mal camino: se mudó a Marsella a casa de un primo y terminó involucrado con una pandilla que vende drogas. Por tanto, es aquella madre la que le pide a Bastien –le exige– que lo traiga de regreso. Lo que Bastien no imagina es la cantidad de problemas, peleas, tiroteos y persecuciones que deberá superar para poder cumplir con el pedido.

K.O. es, en suma, una de piñas y ya. Pero está muy bien hecha, es efectiva, va a lo que importa sin sobrantes y propone una efectiva hora y media de pura acción que jamás desfallece. Tiene villanos atractivos –una pareja de hermanos traficantes muy sádicos a cargo de Foued Nabba e Ibrahima Keita Stunt– y una buena compañera para la aventura de nuestro protagonista, la determinada policía que compone Alice Belaïdi.

También tiene a favor la tanda justa de tortazos bien asignados a los enemigos que se cruzan en el camino del protagonista. El enorme Gane sorprende en el papel: es carismático y convincente tanto al dar piñas como en los momentos emotivos que le toca interpretar. Da muchas ganas de reencontrarse pronto con este luchador devenido en actor, así, en otra película a la medida justa de sus capacidades.

K.O. 86 minutos. En Netflix.