A veces, los choques culturales pueden salir a flote en algo trivial, pero, como en una especie de biopsia, esa pequeña muestra de tejido puede demostrar cómo funciona todo un sistema. La cantautora Mariana Lucía nació en 1978 en Brasil, país al que sus padres –ambos uruguayos– llegaron en busca de un mejor futuro, debido a la dictadura que aquí imperaba desde 1973. Cuando tenía 11 años, su familia volvió a un Uruguay en el que todavía quedaban algunos trazos de la grisura posdictadura. Mariana Lucía pasó, sin escalas, de Río de Janeiro a Lagomar.
Recuerda que era una niña que escuchaba a Xuxa y usaba unas calzas de lycra color amarillo brillante, y en el liceo de Solymar la miraban como preguntándose “¿de dónde salió esta persona?”. “Esto no está dialogando con esta cultura”, pensaba ella, y no quería usar buzos de lana, por eso pasaba mucho frío. Pero, 35 años después, se siente “reuruguaya”, aclara.
Hace tiempo que es una cantautora hecha y derecha, a la que se le atraviesa lo brasileño –y no sólo en lo más obvio, como componer algunas canciones en portugués–. Hace pocos días lanzó su nuevo disco, Sirve para nada, não, con ocho canciones y apenas 22 minutos de duración, pero que pasa por varios paisajes estéticos, sonoros y sentimentales. Su disco anterior, editado en 2020, La eternidad y sus tantos sentidos, había sido compuesto hace como siete años.
La cantautora cuenta que para este álbum hubo algo distinto: con el trío base, que conforma con Lucas Vidal (teclados, programaciones, guitarra, voces y productor del disco), su pareja y padre de su hijo, y Nicolás Constantín (baterista), trabajaron las nuevas canciones más juntos desde el vamos. Agrega que esta forma de componer también está un poco vinculada a la maternidad, ya que sostener una familia la hizo necesitar “más comunidad” para llevar adelante su música. Como le suele pasar, tuvo ideas disparadoras, sobre todo melódicas, y con algunas intenciones que cataloga de “filosóficas-evangélicas”, porque es medio “evangelizadora”, pero no adrede. “Se ve que pertenezco a alguna suerte de iglesia musical que desconozco”, bromea.
Mariana Lucía dice que este disco tiene una cosa más encarnada en las letras, menos “diluida en el éter cósmico”, o sea, es más directo. La canción que lo abre y le da nombre al álbum, “Sirve para nada”, con su arpegio de guitarra onírico, le bajó “como de una”, veraneando en La Paloma. Dice que con el tiempo fue aceptando y reconociendo “que es lindo facilitarles a las personas la escucha”, por eso resalta que se trata de una canción “amable, con una estructura bastante pop” y una melodía cantable. “Vagar en La Serena y lagartear bajo el sol, / comer, reír, amar con devoción por nada”, canta.
Con su familia suelen irse desde diciembre para el este y tratan de estar lo más que pueden todo el verano, y a mediados de febrero, dice, ya se ponen “bastante más bichos”. La chispa de la canción se encendió cuando tenía que volver a Montevideo para arrancar a dar clases (es licenciada en Lingüística y trabaja en la Facultad de Información y Comunicación y en la Facultad de Artes), se anticipó a la nostalgia que iba a sentir, y algo más: “La música sirve para nada dentro de lo que son las lógicas actuales, porque no se toca, no se come, no se huele... ¿Por qué hacés música? Además, en Uruguay no te da un mango. Pero sirve para el alma, para eso que no se ve”, subraya.
Cuestión de lengua
“Las barbas en remojo”, la segunda del disco, es una canción bien distinta, con una interpretación más teatral y algo cabreriano en el decir, entrecortando algunas palabras. La cantautora tomó la decisión de dejar en la mezcla final la primera toma de la voz, la que cantó para la maqueta, porque con mucha claridad sabía que quería comerse las sílabas, reírse, etcétera. Trató de reproducir eso en otras tomas, pero no le salió. La primera fue la genuina.
Foto: Guillermo Legaria
“Hilar lo fino” es otra canción que muestra un paisaje diferente del disco, con un pulso rítmico inquieto y atrapante. Es la preferida de Mariana Lucía, porque tiene “una cosa muy mística” que le recuerda a la música de su compatriota Egberto Gismonti. Esa canción nació cuando empezó a tomar clases de piano, que siempre había sido uno de sus debes. El profesor le tiró la consigna de componer algo con algunos acordes, una cosa “mega básica”, y ella, que se autodiagnostica como “medio neurodivergente”, fue jugando con los compases y le salió una polirritmia que le dio la sensación de “mucha expansión”. En la coda la canción se transforma en otra, con un pulso tribal y una atmósfera futurista, aunque parezcan dos ideas contradictorias.
“Dame un poquito de tu chispa divina / que la convierto en vino”, canta en “Hilar lo fino”. La cantautora dice que tiene momentos religiosos pero no es de ninguna religión, y confiesa que sus padres “flashean un poco con eso”. “Para mí tiene mucho que ver con mi infancia en Brasil, con esa cosa mística que hay en la cultura brasileña”, comenta. Agrega que ha tenido sueños en portugués y tiene momentos en los que piensa en ese idioma, pero la lengua de su infancia es, más que nada, la sensación de una forma de pensar las cosas.
“Oh meu amor tão desgraçado / vagou vagou por tantos lados / se apaixonou por tanta esquina / já nem sequer sabe sorrir”, canta en su lengua materna en “Já nem sequer”. Dice que la elección del idioma en el que compone parte de que siente que fluye mejor en una de las lenguas que en la otra. Sostiene que el portugués en general “es muy amable para lo melódico”, porque tiene más vocales y más curvas de entonación (la prosodia), mientras que el español es “más lineal”, pero le ha pasado de querer hacer una canción en español aunque le suene mejor en portugués. Quienes quieran saber si suena mejor en español, portugués, portuñol o afines, no se podrán perder la presentación de este sábado.
Mariana Lucía presenta Sirve para nada, não, el sábado a las 20.30 en la sala Zavala Muniz del teatro Solís. Entradas a $ 500 en Tickantel. 2x1 para la diaria.