Las series carcelarias, popular subgénero del drama, retratan la cruda vida tras las rejas y exploran las complejas dinámicas psicológicas en ese entorno hostil, oscuro y violento. Dos creaciones del uruguayo Adrián Caetano son las naves insignias de este género en el Río de la Plata: Tumberos (2002) y El marginal (2016-2022), ambas de enorme peso cultural y plataforma de personajes icónicos como Ulises Parodi (Germán Palacios), Willy (Carlos Belloso) y los hermanos Borges (Claudio Rizzi y Nicolás Furtado). Algo de este espíritu logra transmitir En el barro, creada y dirigida por Sebastián Ortega (Underground Producciones).
La serie narra la historia de un grupo de reclusas que se unen después de salvarse la vida mutuamente. Este spin‑off femenino del universo carcelario de El marginal cuenta con un elenco de lujo: Ana Garibaldi (como la viuda de Mario Borges), Carolina Ramírez, Valentina Zenere, María Becerra, Rita Cortese, Lorena Vega, Marcelo Subiotto, Cecilia Rossetto, Juan Gil Navarro, Pablo Rago, Gerardo Romano, Alejandra Locomotora Oliveras y Juana Molina.
El primer episodio funciona como una poderosa carta de presentación: siete mujeres son trasladadas en un blindado hacia La Quebrada, una cárcel “modelo”, pero en el trayecto caen en una emboscada de narcos que buscan rescatar a Amparo Vilches (la española Ana Rujas, La mesías) y todo termina en tragedia: el camión vuelca al río y hay varios muertos. Las sobrevivientes emergen del barro sin chance de escapar y, a partir de entonces, completan el camino hacia el penal convertidas en algo más que recién llegadas: entran con una notoriedad y fama mediática que las convierte en leyendas. En ese grupo, al que llaman “las embarradas”, están Gladys la Borges, cuyo objetivo es recuperar la libertad para criar a su nieto Juan Pablo (hijo de Diosito), Marina (Zenere), modelo acusada de asesinar a su novio empresario, Yael (Ramírez), madre presa por narcotráfico, Solita (Peralta), ladrona de origen pobre, y Olga (Érika de Sautu Riestra), cirujana plástica acusada de mala praxis.
La serie repite el probado modelo narrativo del género y se sostiene en la lucha de poderes dentro de la cárcel. Por un lado está la Zurda (Vega), jefa de un rentable negocio de videos eróticos grabados en la misma cárcel, actividad que le otorga un gran poder, y en el polo opuesto está María (Rossetto), una reclusa veterana, áspera y aferrada a los tradicionales códigos carcelarios. En el medio y simulando que concilia está la directora del penal (Cortese), quien tiene una historia pesada y juega su propio juego (reparte privilegios como celulares, wifi y alcohol). Detrás de esa fachada hay un negocio de tráfico de bebés montado junto con el siniestro médico de la cárcel (Subiotto), que alimenta a redes de adopción ilegal.
La serie pinta la grotesca guerra de bandos, los continuos abusos de las autoridades, la corrupción policial e institucional, el sórdido universo de la pornografía, el tráfico de menores, la maternidad en prisión, la identidad, la sororidad, las adicciones y la violencia diaria. El relato va ganando profundidad con el uso de flashbacks que exploran el pasado de las internas, lo que habilita a desarrollar con mayor complejidad a los personajes. Se hace especial hincapié en las muchas formas de la violencia de género, que atraviesa las diferencias de clase.
Ese desarrollo de los personajes es de lo mejor de En el barro. Cada uno aporta su propia historia de resistencia, poder o vulnerabilidad, y las historias contribuyen a mantener un ritmo ágil y un relato coherente, con múltiples microtramas que se entrelazan y se superponen.
En el barro está bien narrada, bien filmada, bien actuada y tiene bastante de esa atmósfera turbia de sus predecesoras. Sin embargo, como nuevo exponente del género tumbero, ahora femenino, se envicia en una innecesaria e incómoda hipersexualización de sus personajes: hay algo en su trama que cosifica sin mucho sentido a las reclusas y, en vez de explotar sus cualidades de supervivencia y adaptación, decide tomar el camino de mostrar a las mujeres como mercancía. A pesar de ser clara la intención de hacer una crítica al mercado de la pornografía y la explotación, cae en una contradicción por el uso de la sexualización y queda a medio camino entre la denuncia y lo explícito, lo cual no aporta demasiado a la historia y parece solamente alimentar el morbo.
En el barro. Ocho episodios de 44 a 58 minutos. En Netflix.