Primero fue la sorpresa: una serie coreana de Netflix se colaba entre las más vistas. Luego vino el círculo virtuoso: más y más personas querían saber por qué El juego del calamar se colaba en los rankings y al verla no hacían más que mantenerla en la cima. Finalmente, se consolidó el furor mundial de una historia sobre gente tan desesperada que es capaz de poner en peligro su vida con tal de ganar dinero. Es decir, lo que hace Mr. Beast en el mundo real, pero con uniformes coloridos y salones escherianos.

Aquella temporada inicial de El juego del calamar manejó muy bien la tensión y el desarrollo de los personajes. Un puñado de los 456 pobres diablos que aceptaban participar en la competencia mortal empezaban a convertirse en mucho más que números. Mientras tanto, cada una de las pruebas basadas en juegos infantiles y convertidas en máquinas de matar iban reduciendo el elenco hasta que (lógicamente) quedaban aquellos números que habíamos aprendido a identificar entre la multitud.

El creador, guionista y director Hwang Dong-hyuk encontró oro en el primero de los juegos. La versión del tradicional semáforo en la que moverse cuando la luz está en rojo significa ser acribillado por el personal de los juegos, que, cabe aclarar, se llevan a cabo en una isla misteriosa. Si al primer párrafo de esta nota hubiera que buscarle un tercer ingrediente, sería este juego. La serie arrancó con brutalidad bajo un cielo celeste y por más que tuvo grandes momentos, ninguno combinó la sorpresa, la simpleza y la violencia gráfica.

Los nueve episodios tenían como personaje central a Seong Gi-hun (Lee Jung-jae), deudor contumaz de las casas de apuestas y los corredores particulares, que quería el dinero para salir del pozo y ayudar a su familia, pero terminaba la temporada cambiando su objetivo al de aniquilar a la organización misteriosa de la isla, los juegos, los francotiradores y todo lo demás.

En la segunda temporada de El juego del calamar, gran parte del tiempo estuvo dedicado a la estrategia de Seong Gi-hun para volver a convertirse en participante. Lo consiguió y así volvieron a empezar los juegos con el del semáforo, porque equipo que gana la Copa del Mundo no se toca.

El problema es que esa temporada fue, técnicamente, media temporada. La segunda ronda de juegos se compone por los siete episodios estrenados el año pasado y los seis que llegaron hace unos meses, tal vez en esa estrategia de Netflix de no dar el brazo a torcer en cuanto a estrenos semanales, pero sí en dividir temporadas (o historias) para mantener cautivos a los espectadores.

Seguramente les haya rendido en materia de suscriptores, pero la segunda temporada sufrió por incompleta y la tercera (un poco) porque aquellos con poca memoria tuvimos que volver a memorizar al grupo de participantes/sobrevivientes. Las personas que las vean de corrido no tendrán ese inconveniente.

Volvamos a la tercera temporada (o segunda mitad de la segunda). No hay grandes cambios a la hora de contar la historia, así que desde la factura técnica no hay sorpresa. Y los juegos, que son el gran gancho desde el comienzo (desde el semáforo) siguen estando a la altura de las circunstancias, más cuando nos terminamos de encariñar con algunos participantes/sobrevivientes.

Del lado de la producción de los gigantescos y complejos juegos, ya veníamos viendo un poquito más detrás de la cortina, con subtrama de francotiradora y todo, lo que se mantiene en esta tanda de episodios. En esta continuación directa, las virtudes de 2024 son las virtudes de 2025, y los obstáculos también se repiten. El mejor ejemplo es el de las votaciones entre juego y juego, que invitan a decidir si continuar o retirarse, pero todos juntos y con el pozo de dinero que se haya acumulado hasta el momento (un convertidor de wones no hubiera venido mal).

La serie dedica demasiados minutos a la votación, y hace todo lo posible por mantener la tensión de si llegarán o no a la mayoría absoluta como para irse a casa, pero si uno presta atención a lo que ocurre durante los juegos podrá imaginarse cada desenlace. Hay gente que debe tanto, que realmente prefiere morirse.

Con semejante éxito global, era difícil pensar en un cierre definitivo, como cuando mirás una película de Marvel y sabés que te van a querer vender la siguiente. Por suerte aquí tuvieron el tino de, en el mismo movimiento, cerrar la historia coreana y abrir la ventana para vislumbrar otra edición, que ya está anunciada hace tiempo con un director de renombre como David Fincher. Restará ver cómo hace para que no sea una simple remake.

Lo importante es que los juegos terminaron (¡larga vida a los juegos!). Si vieron solamente la primera temporada, seguramente se van a seguir entreteniendo. Si vieron las dos primeras... ¿qué tal si miran la segunda de nuevo?

El juego del calamar. 22 episodios en tres temporadas. En Netflix.