–Tu problema es que creés todo lo que dice la televisión.
–No hay más televisión. Ni internet. Ni radio, con la excepción de esa transmisión que repite todo el tiempo que a 500 kilómetros de acá hay una base militar segura. Sigo pensando que tenemos que ir para ahí.
–¿Para qué?
–¿Cómo para qué? ¡Para escapar de los zombis!
–No hay nada de lo que escapar. Es un invento de los medios.
–No hay más medios, no hay más periodistas, los mordieron los zombis y ahora son zombis también.
–¿Y no te parece raro que los periodistas, justo los periodistas, sean los que se transformaron en zombis? ¿No será que te quieren hacer creer que hay una epidemia de rabia humana que en realidad no existe?
–Pero no sólo los periodistas se transformaron en zombis. A esta altura casi todo el mundo se debe de haber transformado en zombi.
–¿Y tenés alguna evidencia de eso?
–Fijate en esa calle: las casas están en ruinas, los autos abandonados, y las únicas personas que hay tienen la piel color gris, caminan con dificultad, gruñen en lugar de hablar y mataron a mordiscos a un flaco que saltó por una ventana para escaparse.
–Eso pasó toda la vida.
–¿Cómo que pasó toda la vida? Jamás había visto algo así, ni en vivo, ni en los noticieros, ni nada.
–Ah, claro, si los noticieros no lo mostraban quiere decir que no pasaba, ¿no?
–¿Pero de dónde sacaste que esto pasaba antes de la epidemia?
–¿Y vos de dónde sacaste que esto no pasaba antes de la epidemia? ¿Ves? Vos tenés tu opinión y yo tengo la mía. No es necesario que me hables con ese tono de superioridad moral.
–Pero poco menos que me estás planteando que no zombis no existen.
–No, no dije eso, no ridiculices mis argumentos. Los zombis existen. Lo que digo es que hay mucho amarillismo y mucho alarmismo con el tema.
–¡Pero no ves que hay hordas de muertos vivos por todos lados! ¡Muertos vivos!
–¿Cómo sabés que todos murieron?
–No entiendo tu punto.
–Digo que algunos de ellos a lo mejor se transformaron en zombis sin morirse antes. -Es lo mismo, son zombis.
–No, porque si decís que son muertos vivos suena mucho más dramático que si decís que se enfermaron de una variante de la rabia. A eso me refiero con el amarillismo.
–¿Amarillismo? Mirá para allá. ¿Te acordás del flaco que saltó por la ventana y lo mataron los zombis? Ahí se está levantando.
–Ah, así que en base a un solo caso vos ya determinaste que hay una epidemia en el mundo entero que está acabando con la civilización humana.
–¡No es un solo caso! ¡Está lleno de muertos vivos, por todos lados!
–“Muertos vivos”, “muertos vivos”. Seguís repitiendo como un loro que hay una epidemia de muertos vivos sin aportar ninguna prueba.
–No puedo creer que estés negando esto.
–No soy sólo yo. Hay un grupo de gente que sabe mucho más del tema que vos y yo, y que dice que esto es un invento.
–¿Quiénes son?
–Aquel tipo de allá, por ejemplo; es médico y piensa lo mismo que yo.
–¡Pero es un zombi!
–Ya empezamos con las descalificaciones. Claramente atacás a la persona porque no tenés argumentos. ¿Sabés cómo se llama eso? Falacia ad hominem.
–Bueno, perdón. Si querés vamos hasta allá y le pedimos que me explique lo que está pasando.
–No puede hablar.
–¡Y claro que no puede hablar, si es un zombi!
–No, digo que no puede hablar porque está amenazado.
–¿Amenazado por quién?
–Por los que armaron todo este circo.
–Ya que mencionás a los que armaron este circo, ¿se puede saber con qué objetivo lo hicieron?
–Para hacer mucho más dinero que el que ya tienen.
–¡¿Y para qué van a querer dinero en medio del Apocalipsis?! ¡¡El banco central explotó porque decenas de zombis se metieron en la caldera de la calefacción!! ¡¿No te das cuenta de que es ridículo lo que estás diciendo?!
–No, un momento. Si vas a empezar con las agresiones no discuto más.
–¿Sabés una cosa? Me tenés podrido. Yo me voy a la base militar. Si querés quedate acá.
–Chau, ovejita. Seguí al rebaño si eso te hace sentir más tranquilo.