A mitad del camino de mi vida, en una selva oscura me encontraba.1 Igual que Dante, digamos, aunque lo mío seguramente era algo mucho más mundano. El caso es que empecé una terapia. Necesitaba encontrarme a mí mismo o encontrar otra cosa que no fuera yo. Dicho de otro modo: salir de esa selva oscura o perderme definitivamente en ella.

Creo que la terapia me está funcionando. Intento lentamente modificar o mover algunas estructuras internalizadas que no me dejan andar libremente y también busco afirmar las cosas que mejor me hacen y que más me gusta ser y hacer, por decirlo de algún modo.

Paralelamente, y de casualidad, comencé a tomar clases de manejo. A mis 40 años sólo había intentado aprender una vez y me había ido muy mal, así que a esta altura estaba convencido de que ya no iba a aprender. Pero ahora en mi familia hay un auto y la verdad es que sería de gran ayuda para todos que yo aprendiera a manejar.

También fue una buena decisión. Es que la raíz de mi inseguridad generalizada está, creo yo, en que ciertas habilidades nunca las aprendí o no las aprendí del todo bien. Pero ahora que estoy aprendiendo a manejar mis inseguridades en terapia y mi auto en las clases, siento que poco a poco empiezo a pisar en terreno firme.

En estos momentos, mi psicólogo y mi instructor de manejo son dos figuras fundamentales en mi vida. Dos gurús a los que escucho con avidez, tratando de exprimir hasta la última gota de sus enseñanzas. De hecho, mantengo conversaciones imaginarias con ellos cuando estoy solo en mi casa. Debe ser por eso que en algún momento escuché, o soñé haber escuchado, estos sabios consejos que me dio uno de ellos, o el otro, o los dos, vaya uno a saber.

–Lo primero es acomodar bien los espejos retrovisores. Es importante poder ver para atrás. Movelos hasta que aparezcan tus padres. Si ves que aparecen tus abuelos es que te pasaste un poquito. Correlos un cachito más para acá. Ahí va. Ahora encendé el motor.

–Muchas veces en la vida intentamos arrancar con el freno de mano puesto. Es algo muy común en estos tiempos que vivimos. Pero ese mismo freno de mano que nos sirvió en su momento para detenernos por completo y dejar de hacer papelones, hoy lo tenemos que sacar para volver a andar. ¿Me explico?

–Las luces de posición te indican que estás aquí y ahora. Nada de lo que pasó lo vas a poder resolver y lo que se viene no lo podés adivinar. Obviamente que en algunos casos necesitás prender las luces largas. Pero ojo, tratá de no encandilar a los demás porque los podés confundir. Y tratá de que no te encandilen porque podés descarrilar. Y disculpame que te diga, pero vos sos muy proclive a descarrilar por cualquier cosa.

–Te planteo lo siguiente: si llegás a una esquina que no está señalizada y por la izquierda se te aparecen el orden, el deber y el trabajo, y por la derecha se asoman la fiesta, el descontrol y la bohemia, ¿a quién le tenés que ceder el paso?

–No podés hacerte cargo de lo que hacen los demás. Los otros se tiran, doblan mal, no prenden el señalero o se cambian de carril, pero vos tenés que tratar de seguir por tu carril, a la velocidad que te indica la referencia, y todo va a estar bien.

–Mi abuelo tenía un Freud del 25, onda cachilo, y ahí salíamos todos los nietos con él. Le agarramos el gustito. Después papá andaba en un Fromm del 60, que lo usó toda la vida. Yo arranqué con un Lacan del 80. O sea, el punto de partida siempre es diferente.

–Bien, por hoy terminamos, vamos cerrando y la dejamos por acá. En la próxima sesión veremos el antibloqueo de frenos, la dirección asistida, asistencia de las frenadas de emergencia y control de estabilidad. ¡Nos vemos la próxima!


  1. Disculpá si arranqué flojo con la cita.