–¿Es normal ese ruido?

–Sí, no se preocupe.

–Se mueve bastante el avión.

–Debe ser una turbulencia. No se ponga nervioso. ¿Sabía que hay más chances de morir en un accidente de auto que en un accidente aéreo?

–Mire usted. Es interesante. El tema es que ahora no vamos en auto, vamos en avión.

–Además, le voy a dar otro dato interesante. La tasa de siniestralidad de los aviones es menor con cada año que pasa. Eso es porque se invierte cada vez más en el desarrollo de los modelos, por lo cual son cada vez más modernos y seguros, algo que aumenta la rentabilidad y permite una mayor inversión. Es un sistema que funciona muy bien.

–Lo que no estoy seguro de que funcione muy bien es ese motor. Está saliendo como un humito. Puta madre, no tendría que haberme subido a un Boeing 737-Max.

–No les haga caso a los alarmistas de siempre. Este avión es mucho más seguro que los que se hacían hace 30 años.

–Pero no estamos en 1994. Estamos en 2024. Y ahora está saliendo una columna de humo del motor. Puta madre, esta gente se puso a ahorrar en seguridad para satisfacer la codicia de los accionistas y ahora esta porquería se va a caer.

–Ese razonamiento es demasiado simplista. Es cierto que Boeing tuvo algunos problemitas de seguridad, pero ese afán de lucro de los accionistas que a usted tanto le molesta es el que permite que los aviones sean cada vez más seguros. O sea que la ecuación costo-beneficio es netamente positiva. ¿Hay accidentes? Sí. ¿Son menos, gracias al afán de lucro? También.

–¿Pero los otros fabricantes de aviones no ganan plata también? ¿Por qué ellos no tienen tantos problemas de seguridad? ¿Por qué ellos no fabrican las porquerías en las que estamos volando?

–Bueno, bueno, tampoco exageremos. Seguimos en el aire, ¿no?

–¡Se prendió fuego el motor! ¡Nos vamos a morir por culpa de los hijos de puta que hicieron este avión de mierda!

–Es imposible que con 100.000 vuelos diarios no haya algún accidente. A alguien le tiene que tocar.

–¡Nos estamos cayendo!

–Agárrese fuerte y confíe en el sistema.

–¡No me quiero morir!

–Nadie quiere. Pero eso no le da derecho a desear que se muera otra gente.

–¿Y de dónde sacó que yo quiero que se muera otra gente?

–Amigo, se lo expliqué varias veces. Si los fabricantes de aviones gastan demasiado en seguridad el negocio es menos rentable, hay menos inversión, menos seguridad y los accidentes no disminuyen con el paso del tiempo. ¿Me está escuchando?

–Sí, perdón. Es que pasó volando una azafata. Ojo, yo entiendo la teoría. Pero tengo una duda. ¿De dónde la sacó?

–De los ejecutivos de Boeing.

–¡¿Los ejecutivos de Boeing?! ¡Pero a esa gente sólo le interesa ganar plata!

–Efectivamente. Lo cual, y se lo repito por enésima vez, genera un círculo virtuoso.

–¿Y no podría funcionar mejor aún?

–No.

–¿Quién dice?

–Un instituto.

–¿Qué instituto?

–El Instituto de Investigaciones en Seguridad Aeronáutica de Boeing.

–¡A esos les pagan los ejecutivos!

–Perdón, ¿usted tiene algo en contra de la gente que gana dinero?

–Tengo algo en contra de la gente que gana dinero ahorrando en seguridad.

–¿Cómo dijo? Entre el griterío de la gente y los carros de comida que se golpean contra el techo no escucho nada.

–¡Qué tengo algo en contra de la gente que gana dinero ahorrando en seguridad!

–A mí me parece que usted, en el fondo, envidia a la gente que gana dinero.

–¡Envidio a la gente que no se está por morir!

–¿Esa gente que es cada vez más gracias a las inversiones récord en la fabricación de aviones? Usted es un egoísta. Me cansé de discutir.

–¿Qué hace, anormal? ¡No se pare!

–Es que tengo que sacar algo de ahí arriba.

–Pero... ¿Para qué se pone la mochila? ¿No ve que nos vamos a estrellar contra el suelo a una velocidad tal que todo el equipaje va a quedar pulverizado?

–No es una mochila. Es un paracaídas.

–¿¡Usted tiene un paracaídas!?

–Y claro. ¿Le parece que me voy a subir a un Boeing 737-Max sin paracaídas?

–Ah, genial. Cuánta confianza en el sistema.

–¡No, no! ¿Qué hacen? ¡Socorro, me quieren robar el paracaídas! ¡Salgan de ahí, facinerosos! ¡Ayúdeme, amigo! ¡Hágalo por el debate que tuvimos juntos!

–Disculpe, pero no quiero pasar mis últimos segundos en este mundo peleando con una turba.

–¡Manga de atorrantes, rompieron el paracaídas! ¡Ahora todos vamos a morir!

–Es lo que yo venía tratando de explicarle.

–Creo que al final el modelo no era tan bueno. A lo mejor habría que haber invertido más en seguridad.

–O cambiar el modelo.

–¿De avión?

–De desarrollo.

–¿De desarrollo de aviones?

–Sí. O no. Vaya uno a saber.

–¿No se anima a decir lo que realmente piensa ni siquiera en un momento como este?

–Es que quiero aprovechar para problematizar las cosas una última vez antes de morir.

–Me siento arrepentido. Y un poco culpable.

–Porque se va a morir. Seguro que si en una de esas nos salvamos va a volver a defender su teoría.

–Juro que no.

–Seguro que sí. O sea, si usted quiere cambiar el funcionamiento de algo porque está a punto de morirse, si se salva va a volver a defender esa forma de funcionamiento, hasta que se esté por morir de nuevo, y ahí se va a arrepentir y va a querer cambiar, y así ad eternum.

–No me hable de la eternidad en estos momentos, por favor. No estoy para cuestionarme cosas. Deben faltar unos pocos kilómetros para estrellarnos.

–Bueno, si quiere, no le hablo más de la eternidad. Pero sigo sosteniendo que a lo mejor el modelo es lo que falla.

–Perdón, ¿seguimos hablando de aviones?

–No sé bien. Me cuesta pensar por la fuerza de gravedad que tiene este avión cayéndose a 200 kilómetros por hora. Pero creo que estamos viajando en una metáfora de la acumulación capitalista.

–Bueno, amigo, muy interesante la charla, pero yo me voy a ir despidiendo porque ya estoy viendo el suelo. Un gusto hablar con usted. No hay nada como un debate serio y respetuoso para transformar en un sentido positivo el mundo en que vivimos.