La expresión “momento infinito” es, a golpe de vista, una contradicción, un oxímoron. ¿Por qué la habrá escogido Sabela de Tezanos como título para su reciente poemario? Ella lo explica: “Tal vez porque creo, sin demasiada originalidad, que hay instantes eternos y eternidades fugaces a lo largo de la vida, y que son parte de un mismo paisaje que se detiene y permanece en nosotros como la imagen de una foto, y es ese al que queremos atrapar para ‘corregir’ lo efímero y lo absurdo. ‘Porque escribir es corregir la vida’, una expresión que me fascinó, leída en una entrevista al escritor Enrique Vila Matas. O quizás el mayor y pretencioso propósito (no el logro) sea, como citaba mi admirada Marosa di Giorgio, ‘fijar lo errante / desatar lo fijo’”.
El predecesor de Momento infinito, Pliegues en el silencio, apareció en 2004 y fue Premio Nacional de Literatura. Sabela comenta ese “silencio editorial” de 14 años: “Es un poco un misterio eso del tiempo y las oportunidades, pero la poesía ha sido inevitable, y lo es, más allá de la publicación. Y estuvo la fuerza plena, irreverente, diría yo, de la vida –el amor, la crianza, la casa, los trabajos...–. Y la relación con la escritura propia en el mundo cotidiano se vuelve un detalle, y también está el medio, el mundo editorial local y sus complejidades. Yo tenía otro libro premiado y querido que nunca publiqué, y ese descuido con mi propio trabajo literario habla mucho de mis tiempos vitales, irrenunciablemente volcados a otras cosas, a otras dificultades y felicidades. La escritura, si bien da algo que no está en otro ‘sitio’, exige amor e interpela. Y es un tiempo muy hermoso el de lograr escribir, pero intenso. Pero está inmerso en todo ese otro tiempo que pasó, que se va de las manos y no nos damos cuenta cuándo, dónde. Así que el destino (¿o sentido?) de toda escritura, que al publicar se convierte en punto de partida en los ojos del otro o de la otra, no fue el que me ocupó principalmente en estos años. Nunca dejé de escribir y desde 2005 hasta ahora he venido publicando por invitación en antologías y blogs, casi continuamente, prosa poética y poemas, y he leído en público, aquí y en el exterior, con gusto y gratitud. Cada momento de esos es un desprendimiento, una entrega. Y también un hallazgo, porque el intercambio y la soltura te llevan a volver sobre los textos”.
Los 14 años que separan a los libros no fueron, sin embargo, de inactividad; la licenciada en Filosofía y docente de la Facultad de Psicología (Udelar) dicta talleres (“Fugar con juego”, en marcha actualmente, continúa una idea de su poemario de 1995), gestionó el Primer Encuentro de Literatura Uruguaya de Mujeres y el café literario del Centro Cultural de España, y organizó ciclos en el Museo de Arte Precolombino e Indígena (MAPI) entre otras actividades.
28 poemas componen Momento infinito. El primero abre así: “En primera persona / atípica / atravesé otro muro / de la noche”. A lo largo de los versos, lo “atípico” parece funcionar en ambos sentidos: hacia un “yo” que no está permanentemente hablando de sí y que en muchos tramos busca objetivar su discurso, y también trabaja hacia un relato que no está organizado en forma lineal. “La voz de quien enuncia no es unívoca, y esta ‘primera persona’ revela, aunque con fascinación, una rebeldía en eso de la identidad que se desdobla, para escribir que en la noche atraviesa muros no dispuestos, que obligan a recorridos no lineales, y que a la vez no es ella sino ese ‘quien’ que ‘la dice’. La libertad de la voz requiere de otra voz distante, a la que se reconoce, y no, en su ‘hibridez’, en su ajenidad. La instancia precaria o pasajera que habilita la enunciación es inquietante y a la vez una oportunidad para ir hacia adelante y volver sobre los propios pasos y detenerme en una pregunta deslumbrante que me acompaña desde hace mucho tiempo, de Henri Michaux: ‘¿Quién no es mejor que su vida?’”.
Los prologuistas de Momento infinito, Alicia Migdal y Álvaro Ojeda, coinciden en señalar que en el libro hay un viaje temporal y un relato sobre sucesos de la infancia, familiares. La composición del texto, de esos 28 poemas que se van hilando, debe haber sido un trabajo aparte: “Ambos entrañables escritores han sido sumamente generosos con su lectura y palabras para este poemario, que Alicia Migdal considera también un ‘cancionero’. Y en una conversación ella recordaba que Eduardo Darnauchans decía que sacar un disco implicaba que ya se estaba en otro. El texto va y viene y se revuelve y debate con el pasado, sí, y tal vez con mis libros anteriores, por aquello de que siempre se trata del mismo libro y de que una nunca ‘los termina sino que los abandona’, como dijo alguna vez Jaime Roos. La infancia que se pierde y se queda, el ‘paraíso-cielo’ de Idea Vilariño es aquí refugio inestable: calor, lengua, balanceo, llanto, balbuceo; el reino del juego y de la prueba, de la dulzura amarga, del reclamo. El espejo, el proyecto, y también el inicio de la pérdida y el duro aprendizaje de convivir con ella, con lo que se nos transmite, con lo que se nos oculta como ‘niños’. Me resultaba impensable renunciar a la presencia de los textos sobre las figuras de mis padres, a las calles y casas habitadas, a la felicidad buscada y compartida y al dolor de los objetos abandonados, al reencuentro sorprendente y extraordinario con lo mejor de esos padres a través de la música y de los hijos propios. Pero también es un misterio de equilibrio inestable lo que hace la memoria y la relación entre la escritura y la autobiografía, ¿no? Porque aquí no importa que nada sea verdad y a la vez todo lo sea; en cierto plano lo es, pero es otra cosa. Yo creo que hay algo así como lo que voy a describir ahora: cuando el escenario de la vida se abre al arte, de las palabras, en este caso, es porque tal vez se descubre de nuevo que ‘uno infinitamente deja de ser niño’, como decía un querido profesor, por aquello de la necesidad de pertenencia a una tierra de sueños, formulaciones y ficciones, y de recobrar o legitimar la capacidad de asombro. Estos poemas se mueven entre la nostalgia y la esperanza de ‘atravesar el muro de la noche’ y, a su pesar, ver el fluir de los caminos a un costado, o ‘el brillo de las piedras oscuras’, y los textos renuevan tal vez inútilmente la interrogante de cuánto quedará ante la inmensidad, el bullicio y el tumulto, o cuánto irá más allá, en la medida en que haya disposición a dar y a dar lo más posible cuando enfrentamos individualmente una tarea cualquiera o una página en blanco”.
Momento infinito, editado por Civiles Iletrados, se presenta este jueves a las 19.00 en el Museo Nacional de Artes Visuales (Tomás Giribaldi esquina Julio Herrera y Obes). Además de la autora hablarán Migdal y Ojeda, y también tocará el guitarrista Roberto Más.