Todos los grandes íconos pop del siglo XX apoyaron buena parte de su popularidad en lo visual. Pensemos qué sería de Gardel o de Elvis Presley si no hubieran cultivado una estética propia y si no hubieran protagonizado varios films que retroalimentaban su presencia mediática. Y nadie llevó la fórmula música + moda + pantallas tan lejos como The Beatles. Merecedores de dos películas promocionales (A Hard Day’s Night y Help!), pioneros en la utilización del videoclip, autores de su propio proyecto televisivo (Magical Mystery Tour), convertidos en dibujitos animados, por un lado, y por otro, referentes para el corte de pelo y elección de vestimenta masculina durante casi una década, además de galanes en sus propios términos, The Beatles fue un fenómeno juvenil que basó mucha de su seducción en la innovación visual.

Así que, después de centenas de biografías, libros de fotos, estudios musicológicos, no es extraño que aparezca un libro en el que se intenta ordenar gráficamente toda la información extraíble de la larga pero acotada carrera de la banda. Porque hay que agregar que, además de su decisiva influencia en la cultura joven planetaria, los Beatles tuvieron un impacto específico en la tradición pop, uno de cuyos efectos es que aún hoy la idea de una “banda” los tiene como referencia más o menos explícita, y que todo lo que ellos hicieron como tal –sus grabaciones, sus giras– fue registrado aun en los más mínimos detalles.

Los que acometen la tarea de dar forma infográfica a todos esos datos son John Pring y Rob Thomas, dos diseñadores e investigadores británicos que debutan en libro con Beatles ¡a la vista! (Ediciones B - Penguin Random House, 960 pesos). A grandes rasgos, su obra está ordenada en torno a los discos que editó la banda en Reino Unido, es decir, son esas ediciones las que dividen los “capítulos” en los que se estructura la obra. Para poner un ejemplo de cómo trabajaron Pring y Thomas, cada uno de esos capítulos muestra qué tipo de ropa usaban John, Paul, George y Ringo en la época en que salió el disco, y la resalta dentro de un esquema continuo que une los elegantes trajes Mao grises de 1963 con las despreocupados atuendos hippie chic de 1970.

Ahora bien, dada la sostenida presencia de los Beatles en la cultura global, ¿a quién está dirigido el libro? ¿A las tribus fanáticas, simpatizantes, curiosas? Hay que decir que lo que hacen los autores es conectar información que es de fácil acceso y que las personas interesadas en la banda seguramente ya conocen, y que, si tienen alguna tendencia a la neurosis obsesiva, ya “visualizaron” de alguna manera en sus cabezas. En cambio, a quien se está acercando a los Beatles sí puede resultarle una ayuda simpática, aunque quizás sea un poco excesivo hacerle tomarse el trabajo de ir capítulo a capítulo para, finalmente, entender cosas como que la banda pasó de hacer discos con muchos temas ajenos a terminar encarnado la idea de rockeros autores de sus propias canciones. Lo obvio, lo irrelevante y lo inconexo se turnan para amenazar este proyecto, que sin embargo mantiene su talante simpático y respetuoso, y que consigue contar de un modo original la “historia beatle”.

Los mapas, fichas y esquemas consiguen generalmente su propósito a mitad de camino entre el relato lineal y las ramificaciones puntuales, en las que quizá está lo más jugoso (por ejemplo, cuando se despliega la gran broma que organizó la banda en torno a la supuesta muerte de Paul McCartney). Pero aunque hay líneas de tiempo que contextualizan el momento de la banda con lo que ocurría en el resto del mundo (o del hemisferio norte), la falta de comparaciones con lo que hacían otros artistas rockeros es uno de los grandes puntos débiles del libro, porque para comprender la singularidad de los Beatles es imprescindible referirse a lo que hacían sus predecesores inmediatos y sus contemporáneos.

Uno sospecha que lo musical no es el fuerte de Pring y Thomas cuando contempla la forma en que dispusieron la información sobre la tonalidad en que fueron compuestos los temas de cada disco: los ubican en un círculo en cuyo exterior están los nombres de las canciones, y no las notas musicales, lo que impide visualizar rápidamente si hubo concentraciones o dispersiones notables en torno a ciertos acordes (y además, desaprovecha la continuidad de la escala cromática, que sí se presta a ser representada como círculo). Parece (y es) lateral, pero la “amplitud tonal” ha sido objeto de estudio para varios musicólogos dedicados a The Beatles, y aún hoy es un factor que ciertos artistas tienen en cuenta a la hora de concebir sus álbumes.

Más allá de estos tecnicismos, el libro tiene el mérito de plasmar una idea obvia –lo afirman los propios autores– pero que hasta ahora nadie había concretado.