Las sagas con un mismo personaje son paradigmáticas de las novelas policiales. Sin embargo, para que haya varias entregas o aventuras de un mismo protagonista es necesario que estén dadas las condiciones de un mercado. Si no hay donde publicar esas diferentes historias, es muy poco probable que directamente se escriban. Quizá por esto, entre otras posibles razones, es que la novela negra en Uruguay no mostraba entre sus pocos antecedentes demasiados personajes continuados.
Por lo tanto, las mejores y más memorables novelas negras del pasado siglo –El vigilante, de Henry Trujillo, o Trampa para ángeles de barro, de Renzo Rossello, por mencionar tan sólo dos– eran, lógicamente, autoconclusivas.
Hace diez años, la aparición de la colección Cosecha roja de Estuario Editora, a cargo de Marcela Saborido, significó un cambio en las condiciones de publicación, que no sólo ha propiciado la aparición de novelas negras, sino también la creación de personajes que reiteran protagonismo y crecen aventura a aventura.
Tal es el caso del periodista Agustín Flores, creado por Pedro Peña a lo largo de cuatro novelas (por el momento), de la ¿criminal? Úrsula López, de Mercedes Rosende (tres novelas, dos de ellas en Cosecha Roja) o el detective privado Obdulio Barreras, del inagotable Rossello, quien lleva ya tres entregas (sin contar que ya había aparecido en unos lejanos cuentos) y una cuarta confirmada para el año próximo.
Es este contexto actual mucho más amable con este tipo de creación el que le permite a Gabriel Sosa (Montevideo, 1966) traer de regreso a su alter ego Gustavo Larrobla en una nueva novela: Las mujeres de la Nueva Troya.
Pueblo chico, infierno grande
Larrobla, quien ya había protagonizado Las niñas de Santa Clara (por el momento sólo publicada en Argentina por la prestigiosa colección Negro absoluto), es un periodista venido a menos –supo ser un referente del reportaje de investigación durante los 90 y ahora sobrevive escribiendo sobre “tendencias” en una revista de variedades–, pero muy cada tanto tiene la suerte y la desgracia de recibir un encargo que lo pone ante una investigación en serio.
Suerte, porque puede volver a practicar el periodismo tal y como lo concibe y ama, y desgracia porque normalmente esos informes –que suelen implicar un viaje al interior– lo ponen en peligrosas situaciones que lo desbordan.
Aquí la excusa es una estadística oficial que dice que en Nueva Troya –una pequeña ciudad potenciada por el uso de su propio puerto– la desocupación es de 0%. Tal dato destaca por curioso e improbable, y la redacción consigue informes de primera mano que lo desmienten.
Así, Larrobla llega a Nueva Troya para recoger testimonios sobre la falsedad de las cifras de desocupación en la localidad, pero una vez allí surge una segunda investigación: ya son tres las mujeres asesinadas de la misma manera y nadie ha hecho nada al respecto. ¿Acaso opera un asesino en serie en el lugar?
La narración tiene ritmo periodístico –lógicamente: Sosa ejerce el oficio hace ya más de 30 años– y la peculiaridad, muy novedosa incluso dentro del género, de que su protagonista es absolutamente imprevisible.
Allí donde los héroes de la novela negra son recios, seguros y decididos por regla general, Larrobla está fuera de forma, evita con todo gusto cualquier clase de conflicto y está más preocupado por encontrar una parrillada decente que en andar impartiendo justicia. Sin embargo, y esta es su característica principal y la que genera mayor identificación con el personaje, es un tipo decente. Por eso, no puede quedarse cruzado de brazos ante lo que percibe como un crimen horrible sobre el que puede, al menos, averiguar algo.
Esta particularidad del personaje, el tono pausado y realista de la narración y el desencanto que Sosa va imprimiendo de a poco a toda la situación realzan la novela y la ubican a la altura de aquella primera entrega que tanto dio que hablar por haber rescatado en forma de ficción asuntos reales que habían llegado a la primera plana de los diarios, pero luego permanecieron impunes.
En Las mujeres de la Nueva Troya Sosa nuevamente rescata temas candentes de la actualidad y los vuelve novela policial, ahora hermanada con la mejor crónica periodística.
Las mujeres de la Nueva Troya, de Gabriel Sosa. Estuario, $ 450.