María Teresa Ronderos es una periodista de Colombia, pero su conocimiento sobre la situación del periodismo y los medios trasciende ampliamente lo que sucede en su país. Es directora de CLIP (Centro Latinoamericano de Investigación Periodística), integra el Consejo Rector de la Fundación Gabo y es la autora del libro Guerras recicladas, una investigación sobre el fenómeno paramilitar colombiano. Se define como una persona “antinostalgia” y esa seña de identidad aparece reflejada en todos sus razonamientos: “No me gusta la idea de que antes se escribía mejor o de que antes se hacía mejor periodismo. Antes había gente que escribía divinamente y había un montón de gente que escribía pésimo, igual que como sucede ahora”.
- Leé los artículos de la edición especial de los 15 años de la diaria
¿Existe el periodismo latinoamericano?
Creo que sí, existe. Tal vez si me preguntabas hace 15 años la respuesta era negativa. En esa época había periodistas en América Latina que se conocían y había medios que se conocían, por ejemplo los que formaron Grupo de Diarios América. Pero lo que identifico como algo nuevo es un tipo de periodismo más audaz y aguerrido, que tiene en común cómo se adaptó rápido a las nuevas tecnologías y que asume naturalmente la cooperación entre medios. Son medios de reacción rápida, quizás más de improvisación si lo comparamos con el periodismo europeo o estadounidense. Y también comparten una enorme pasión por la profesión. Estos periodistas latinoamericanos de los que hablo, cuando se encuentran, sólo hablan de periodismo, de las historias que quieren contar. Son obsesivos del periodismo, no se juntan para hablar de cualquier otra cosa. Hay mucha fuerza y mucha reflexión. Se generó una especie de ecosistema en el que nos encontramos muchos que compartimos estas pasiones y siempre nos estamos cruzando. Con diferencias, claro, porque en estos espacios conviven periodistas que pueden trabajar para monstruos mediáticos, como O Globo de Brasil, con medios más nuevos, como la diaria, y medios que nacieron más acá en el tiempo y que son nativos digitales. Tenemos en común el interés por las buenas investigaciones, las historias bien contadas y la independencia. Todo eso combinado con mucha pasión y amor por la profesión.
Por tu responsabilidad en CLIP estás actualizada sobre los medios emergentes y más jóvenes. ¿Cuáles destacarías del panorama latinoamericano?
Es difícil, porque hay cosas muy diferentes en diferentes sitios, y no siempre una puede estar atenta a las últimas cosas que aparecen. Quizá no sea tan reciente, pero creo que El Surti en Paraguay hace cosas muy buenas, que no se habían hecho antes en su país. En Colombia hay un medio nuevo, muy interesante, que se llama Vorágine, que apuesta más al periodismo de largo aliento y que me hizo acordar a la revista Lento, que editan ustedes. En su caso son todo ilustraciones, de hecho nace como una alianza entre ilustradores y periodistas. Después hay un montón de proyectos nuevos en Centroamérica, por ejemplo No-Ficción, que es un medio liderado por un guatemalteco y una española. Es admirable el trabajo concienzudo y serio que hacen. En El Salvador, que es un territorio complejo, entró a jugar el proyecto de la revista Gato Encerrado y también hay muchas iniciativas interesantes en los estados de México, como Lado B, de Guadalajara, Chiapas Paralelo, La Verdad, de Ciudad Juárez. Hay muchos proyectos interesantes en el área del podcast, o gente que larga proyectos pensados ya directamente para Instagram o Tik Tok. Y me refiero a periodistas, no a influencers o a opinadores. Creo que ahí vamos a empezar a ver cosas interesantes en estos años.
¿Qué pasa con el modelo de negocios para estos nuevos proyectos? Una de las cosas que mostró la pandemia es la fragilidad de los modelos demasiado basados en la publicidad.
La pandemia dejó claro que los medios, los pequeños, los medianos y también los más grandes, estaban apenas sobreviviendo. Los medios tradicionales, que venían transitando una especie de lento morir, se enfrentaron de repente al golpe final: saltar al digital o morir.
El salto al digital tiene un riesgo importante, porque uno puede equivocarse y creer que sólo se trata de cambiar de plataforma, cuando en realidad se trata de un cambio de mentalidad profundo, que no siempre los medios tradicionales llegan a asimilar. Muchos creyeron que saltar al digital implicaba apenas contratar a unos tipos expertos en algoritmos y en fidelización de audiencias; quedaron muy focalizados en la cuestión meramente tecnológica y eso fue un error. El salto al digital necesariamente tiene que ir de la mano de un cambio de mentalidad, que está vinculado al modelo de negocios. La crisis de identidad del periodismo y de los medios no es una crisis de modelo de negocios, como se ha querido plantear. En mi opinión, la crisis económica de los medios es producto de la crisis de identidad, de no saber qué hacemos, qué tenemos que hacer, para qué estamos. Nuestro papel de intermediadores se acabó. Me refiero a aquella noción del intermediador privilegiado y único, de los privilegiados que accedíamos a determinada información. Eso ya no es así, hoy hay millones de intermediarios. Entonces el periodismo entró en una crisis de identidad que todavía está buscando salidas. Creo que en esa búsqueda vamos a encontrar cuáles son los mejores modelos de negocios. Los medios que han logrado construir periodismo desde las necesidades de las audiencias y en alianza con la comunidad de lectores son un ejemplo interesante. En muchos lugares del mundo vemos cómo sobreviven aquellos medios que han entendido cuáles son las salidas creativas a la crisis.
Las experiencias exitosas de The Washington Post o The New York Times nos muestran también cómo es posible aprovechar determinadas coyunturas políticas, porque ellos se consolidaron en digital durante el trumpismo. En esos años mucha gente entendió que podía apoyar a esos medios con una suscripción digital, pero lo hacían en definitiva por razones ideológicas, por sus convicciones liberales. Pero también diría que son parte del cambio hacia un modelo editorial nuevo, más horizontal y participativo. Los que están haciendo eso están encontrando la manera de recomponer su economía, que lentamente empieza a crecer. No creo que haya una sola respuesta en cuanto a modelos de negocios, hay múltiples respuestas. Hace un tiempo había armado un listado que tenía algo así como 18 vías para generar ingresos en medios de comunicación. Es bueno ensayar múltiples maneras de hacer plata para sustentar nuestros medios, pero hay que tener en cuenta que tienen que estar en línea con la misión, con lo que queremos hacer como medios. No pueden estar desalineadas del objetivo editorial.
Hablabas recién de experiencias exitosas con la suscripción digital, como The Washington Post o The New York Times en Estados Unidos. ¿Es posible que algún medio latinoamericano pueda jugar ese partido a nivel continental?
Es difícil. En nuestra experiencia en CLIP, que tiene esa perspectiva latinoamericana pero tiene como socios a medios nacionales, hemos visto que las audiencias siempre terminan siendo locales. Los medios españoles están intentando hacerlo con sus versiones para América Latina. Si estás suscripto a El País de Madrid, terminas leyendo un diario latinoamericano, porque te incluye lo que pasó en México, en Brasil, en Colombia, en Argentina, tanto en política como en sociedad y en cultura. Están haciendo un trabajo muy bueno. Sospecho que detrás de El País van a venir otros medios españoles a hacer lo mismo; América Latina es un mercado más que interesante para los periódicos españoles.
¿Y por qué no surgen alternativas desde América Latina?
Vuelvo a lo que hemos visto desde nuestra experiencia en CLIP. Nosotros tenemos una perspectiva latinoamericana, pero las historias las termina publicando cada medio con el que estamos asociados con la perspectiva local, dirigida a su audiencia. Nosotros somos profundamente locales, a la gente de Uruguay primero que nada le importa lo que sucede en Uruguay; puede ser que le interese un poco más lo que sucede en Argentina que lo que pasa en Colombia, pero en general la mayor atención la tiene en su región. Lo mismo pasa en Colombia, México o Brasil: lo primero que nos interesa es saber qué pasa con nuestras realidades, que bastante convulsionadas son. Son países que antes que nada se miran a sí mismos, es muy difícil que estén mirando la realidad internacional. Quizá los periodistas y los académicos sí, pero me refiero a las grandes mayorías de la población. Por eso veo muy difícil que pueda surgir algo como lo que decís. En la década del 70 se editó una revista que se llamaba Visión y que tenía esa aspiración latinoamericanista, pero no lo logró. ¿Quién es el público para América Latina? Es muy difícil. Los únicos que lo han logrado son los medios de negocios, como América Economía, y eso tiene que ver con la propia realidad del mundo de los negocios transfonterizos: un tipo que maneja un negocio petrolero en Venezuela quiere saber qué pasa en Colombia o en otros países con el petróleo, y lo mismo les sucede a los sojeros y a los banqueros. Pero la gente corriente puede leer algo sobre lo que pasó en otro país, pero no le interesa mucho porque antes que eso le duele y le importa su realidad.
Sin embargo, hoy un lector de Austin y otro de San Francisco terminan pagando una suscripción a diarios nacionales de Washington o Nueva York. Y en diferentes países europeos crecen los suscriptores de The Guardian, a pesar de que viven realidades diferentes.
Lo que decía sobre los diarios españoles, como El País de Madrid, sería un ejemplo más parecido. Es claro que Infobae también quiere ir para ese lado: tiene una presencia muy fuerte en toda América Latina. Es el principal de Argentina y está entre los principales de México y Colombia. No sé en el resto de los países, pero está claro que lo viene haciendo muy bien y saca mucha información de todas partes. Creo igual que en Colombia funciona más con las noticias de Colombia y para colombianos, lo mismo en México y ni que hablar en Argentina. Y tampoco está vendiendo suscripciones generales para un lector latinoamericano promedio.
Hace pocos días el fundador de Infobae, Daniel Hadad, dijo que tenían listo el sistema de paywall para implementar, aunque por ahora seguían apostando a los ingresos por publicidad programática.
Es indudable que ellos son muy buenos en el trabajo de SEO [Search Engine Optimization]. Están muy bien posicionados en los buscadores, siempre las noticias de ellos te aparecen ahí arriba. De pronto sí, se están cocinando las aguas para algo como lo que planteas. Y de pronto alguien que nos mira de afuera, como esto de los españoles, nos termina ayudando a ver que sí existe esa posibilidad. Pienso que si logramos que experimentos y ejercicios transfonterizos como los de CLIP se afiancen y crezcan, se empieza a constituir algo parecido a ese público. Para mí sería un sueño que una persona en Uruguay se dé cuenta de que su destino y su calidad de vida también depende de lo que pasa en Brasil, en Colombia o en México. Porque al final todo está conectado, es algo que demuestran algunos fenómenos, como el crimen organizado, que ya trascendió antes las fronteras, o la situación de los migrantes. Hacer eso más evidente sería una forma de empezar a consolidar esa mirada latinoamericana que necesita el periodismo.
Uno de los primeros fenómenos transfronterizos que eligió CLIP fue la migración. ¿Qué otras temas se podrían abordar desde esa perspectiva?
A medida que los problemas se vuelven más globales y regionales nos empezamos a dar cuenta de cuánto tenemos en común. El cambio climático es un ejemplo, y hoy vemos cómo afecta a toda América Central y al Caribe de manera dramática. En todos los fenómenos ambientales sucede lo mismo, la devastación del Amazonas afecta a todo el planeta, no sólo a la región. Otro ejemplo: si analizamos la seguridad social de nuestros países encontraremos que las empresas privadas que manejan las pensiones son las mismas. O las que prestan servicios de salud. Esos son ejemplos de que los problemas que tenemos son comunes y que no alcanza con saber qué pasa en mi país. Esto con la compra de las vacunas quedó clarísimo. Y hay otros: las multinacionales de la minería, que son las mismas empresas en los diferentes países, o las empresas chinas que se están instalando en toda América Latina. En CLIP hemos venido incursionando en investigaciones temáticas y encontramos un camino. Hemos visto que con el tema migraciones llegas a determinado tipo de público latinoamericano, con el tema religioso llegas a otro segmento, y todo así. Pero son segmentos transfonterizos, es algo interesante.
¿Cuáles son los planes de CLIP para este año?
CLIP está creciendo, a pesar de que es nuevito, nació hace un año y medio. Le ha ido bien, ha estado dando golpes, alguno con mayor impacto que otros. Este año estamos haciendo tres investigaciones transfonterizas: una ya bastante avanzada, otra que está recién empezando y otra que va a arrancar un poco más tarde. Vamos a hacer algunas más pequeñas, porque queremos ser también una especie de centro de servicios, que pueda apoyar a periodistas de investigación en diferentes sitios. Nos ha pasado que periodistas acceden a leaks gigantes y no saben cómo procesarlos; nosotros los ayudamos porque tenemos gente especializada en esa tarea. O tienen una historia pero están trancados por falta de recursos; también ahí podemos ayudar. Lo mismo con asesoramiento editorial, la elaboración de guías. Ese nivel de servicios permanente lo estamos haciendo desde CLIP. En paralelo, dedicamos mucha energía al desarrollo tecnológico, a generar plataformas que puedan servir para estas investigaciones mediante un uso más eficiente de los acervos ya existentes. También estamos preparando un podcast, la edición de un libro, entre otras cosas. O sea que el proyecto viene creciendo muy bien.
Una discusión vigente en el periodismo es la disputa entre el activismo y el ejercicio más profesional de la profesión. ¿Cómo te parás en esa discusión?
Hay una disputa, que tiene que ver con una convergencia en todo el mundo entre el activismo y el periodismo. Incluso en los diarios más serios del mundo y los más ejemplares en términos de verificación se pueden ver desde afuera determinados sesgos, muy definidos. Los diarios liberales de Europa y de Estados Unidos han visto que fenómenos como el trumpismo son una amenaza muy complicada, y eso terminó alterando los mecanismos que tenían incorporados para ejercer la reportería y hasta en la manera de escribir empezó a verse ese sesgo. Mi opinión es que no es posible ser neutral y menos en estos tiempos. Ni siquiera es sano ser neutral, porque la neutralidad es una falsedad. Y más falso todavía es vender neutralidad. En lo que sí creo es en la transparencia. Tengo la convicción de que el periodismo es algo diferente del activismo. El activista busca que la realidad se ajuste a lo que él quiere denunciar, escoge los pedazos de la realidad que le sirven para su denuncia, porque eso es funcional a su activismo. Por ejemplo, pensemos en un activista ambiental: si dos kilómetros del río están impecables, limpiecitos, pero un kilómetro está todo contaminado, probablemente el activista no va a tener interés en contar que hay dos kilómetros limpios, sino que va a concentrarse en denunciar lo que sucede con el kilómetro contaminado. Un periodista no puede hacer eso, tiene la obligación de contar que hay dos kilómetros limpios y uno contaminado. O sea, aferrarse a los hechos.
Y cuando un medio o un periodista tiene su propio sesgo y su corazoncito, lo tiene que decir de manera transparente. No está mal decirlo. Apegarse a la evidencia, verificar y ser justos en el sentido de equilibrio, balance. Hay una palabra muy linda en inglés que es fairness, como el fair play. Creo que el juego limpio y la transparencia son los pilares de la ética contemporánea en el periodismo, más que la neutralidad. Si nos hubiera tocado ser periodistas en la época de la Alemania nazi, ¿qué hubiéramos terminado haciendo? Finalmente los hechos siempre te llevan a tomar partido y a denunciar las cosas que estén pasando que sean graves, y en eso no importa cuál es tu ideología.
Otra discusión de la transformación a digital tiene que ver con el equilibrio entre los espacios de opinión y las notas informativas. ¿Cuál es tu opinión sobre eso?
Creo que hoy la información de calidad es un bien escaso y por eso la gente lo demanda tanto. Hay un exceso de opinión en las redes sociales, y los periodistas no somos ajenos. Como las redes sociales son todo opinión, algunos tomadores de decisión en los medios apuntaron a contratar más cantidad de opinadores para también tener mayor presencia. Pero la realidad indicó que había que hacer todo lo contrario. El bien escaso es la información verificada, información cierta, verificada, con estándares éticos, tener la capacidad de reportear los hechos más allá de nuestras ideologías o prejuicios. No sólo publicar lo que se nos ocurre, sino ir y mirar qué está pasando. Cuando la gente empieza a descubrir que puede confiar en medios con esas características y que además lo dejan participar y opinar, empieza a necesitar esa información como si fuera algo vital. La gente necesita información para vivir, para tomar decisiones, para vestirse, para entretenerse, para decidir dónde y cómo educar a sus hijos, para saber qué negocio puede montar, saber si compra o vende, si cambia de banco o de auto. Imagínate el rol de los periodistas de Ecuador cuando vino la debacle de los bancos, que nadie vio venir. O los periodistas de Wall Street, que se les vino la debacle en 2008 y tampoco la vieron, porque también estaban metidos en esa danza de los millones. El periodismo es producto de sus circunstancias, y muchas veces es difícil desligarse de sus circunstancias y ver las cosas con cierta distancia, pero es un ejercicio necesario. Los errores que cometemos los periodistas muchas veces tienen que ver con que no logramos separarnos de nuestras propias circunstancias. Quizás si esos periodistas no hubieran estado tan felices en la fiesta, disfrutando, podrían haber visto lo que estaba pasando y haber vaticinado la debacle que se vino después.
Otro riesgo permanente, y menos circunstancial, es la tentación de pensar que el lector promedio se parece a nuestros círculos más cercanos.
Sí, ese periodismo que está engolosinado con su propia producción, que siempre es tan divina y perfecta. Claro, es genial producir materiales lindos y escribir maravilloso, pero tiene que tener algún propósito. La pregunta clave siempre es para quién hacemos esto, a quién le está llegando y para qué sirve. Eso tiene que ser algo permanente. ¿Será que esto le sirve a la gente, será lo que necesita? Muchos periodistas responden que ese no es su problema, que lo único que les interesa es publicarlo y listo. Eso no es así. El problema es publicar y ver cómo la recibe la gente, para qué le sirve y si eso era lo que necesitaba. No sólo a nivel de popularidad o de clics, sino cuánto ayuda a mejorar nuestra calidad de vida y nuestra vida en sociedad, que es lo que al final queremos.
En el periodismo latinoamericano, ¿no pasó en los últimos años que de repente todos queríamos hacer periodismo narrativo?
Sí, pasó algo. La Fundación Gabo lo hizo y lo promovió, quizá en otro momento. De todas maneras, sigo pensando que la calidad del lenguaje sigue siendo importante para comunicar. No tenemos otra cosa que las palabras, y si las usamos mal, a las patadas, no comunicamos con la fuerza que deberíamos. Creo que está bien que la fundación y muchos otros actores hagan énfasis en escribir bien y contar cuentos bien contados si uno va a contar. Pero eso no quiere decir dejar de preocuparse por quien está escuchando.
Por otro lado, también entiendo que el periodismo de investigación es tan complejo... Si encima de preocuparme por identificar la historia, encontrar los datos, desnudar el problema y contarlo bien, después tengo que saber si la gente lo leyó, lo compartió, si lo compartió, dónde. Tal vez es como demasiado, y es lógico que algunos colegas sientan que son demasiadas las tareas que les estamos poniendo a los periodistas. Pero creo que por eso es importante pensar en equipos periodísticos, que se complementen: gente que investiga con gente que se encarga de las audiencias, de medir las métricas. Porque es necesario, además de investigar bien, que la gente te lea. ¿Para qué queremos la investigación del año si la gente no se entera de que la sacaste o no la entiende?
Hay una idea del periodista que anda solo, buscando historias y contando lo que ve en ese viaje por lugares del mundo. Parecería que eso hoy cambió, y el periodista ya no anda tan solo.
El periodismo es un trabajo colectivo. No es sólo entre periodistas, sino con otras profesiones. Ya no existe el periodismo sin ingeniería, sin desarrollo web, sin especialistas. El periodismo necesita integrarse a esos equipos. La competencia por la atención de las audiencias es cada vez más grande y en muchos casos el periodismo ha ido quedándose atrás, contando las cosas que ya sabemos. Uno lee la misma noticia, sin descubrir cosas nuevas. Y se gasta mucha energía, mucho esfuerzo, millones de bytes repitiendo lo mismo, cuando se puede buscar otros ángulos, otras ideas, contar cosas que son más relevantes.
¿El periodista tiene que saber de mediciones de audiencia?
Un poco, yo creo que un poco. Como te decía, ya hacer periodismo bien es algo muy difícil, si encima tenés que hacer 40 cosas más terminas haciéndolo todo mal. Pero sí por lo menos entender cómo funcionan ciertas cosas, saber leer e interpretar cómo se leen sus historias, en qué plataformas, cuáles son los temas que están en la conversación. Y cómo utilizar para bien las reacciones que generan las cosas que hacemos. Es como reconocer errores, siempre es útil constatar que no somos escritores encerrados en una Torre de Marfil, como se concebía antes. Los grandes sabelotodo ahora tienen que estar al nivel de piso, y no hay nada malo en eso.