Omar Rincón es director del Centro de Estudios en Periodismo y de la Maestría en Periodismo de la Universidad de los Andes en Bogotá, Colombia. De seguro esta descripción de sí mismo le aburriría tremendamente a este teórico de la comunicación colombiano adicto a las clasificaciones alocadas, cultor de las referencias polémicas, siempre dispuesto a desafiar la seriedad académica y los formatos establecidos. En esta ocasión, Rincón acompaña el aniversario de la diaria reflexionando sobre el presente y el futuro de los periodismos.
- Leé los artículos de la edición especial de los 15 años de la diaria
En tu libro Narrativas mediáticas decís que los periodistas se han convertido en una especie de “escribanos oficiales del poder”. El libro es de 2006. ¿Seguís creyendo que desempeñan esa función?
Ese libro salió en 2006, el mismo año en que nació la diaria, y ha sobrevivido decentemente. Lo que tú decís lo sigo creyendo, pero expandido. Yo hice una clasificación perruna del periodismo, y te la digo porque me parece divertida. ¿Te acuerdas que decían que el periodismo era un perro bravo que defendía la democracia? Pues ese perro se volvió el perro mascota. La mayoría del periodismo que hacemos en América Latina y en el mundo es periodismo mascota: el amo te dice “acá va una galleta”, y allá va una noticia. No jodemos para nada, es un periodismo totalmente adorador de las fuentes y de los poderes. Pero también hay un periodismo “oenegero”, el perro “oenegero”, que solamente muerde en medioambiente pero no muerde en política ni en feminismos, y quiere informar “buena onda”, como divulgador de la agenda de medioambiente, pero no hace periodismo, porque no confronta las fuentes. Y además ese periodismo está manejado por ONG que nunca han hecho periodismo, pero que se imaginan que el periodismo debe ser como ellos dicen. Quieren educar a todo el mundo, es un periodismo obstinado con educar y funciona para eso. Está también el periodismo “perro callejero”, que vive buscando la basura, la sangre, y que da mucho rating, muchos clics. Y uno quisiera volver al perro rottweiler, el que quiere morder. Yo no entiendo un periodismo que no quiera morder, que no quiera joder a alguien. A diferencia de lo que piensa [el periodista polaco Ryszard] Kapuściński, los periodistas no somos buenas personas, siempre queremos joder a alguien. Si fuéramos buenas personas no haríamos periodismo, porque toda nota nuestra tiene la intención de ofender a alguien. No estamos para complacer, para eso están las relaciones públicas. Por eso los periodismos independientes se van a morder a otro lado, porque las empresas periodísticas grandes se volvieron medios oficiales.
Además, dejamos de narrar, dejamos de tener agendas periodísticas que le hicieran sentido a la gente, dejamos de conectarnos con las audiencias y nos construimos en un gueto alejado del mundo de la vida.
Pero también tenemos nuevos periodismos que han surgido y que están buscando una figura que se adapte mucho más al ciudadano del siglo XXI, a las tecnologías del siglo XXI. Estos periodismos que han surgido son de múltiples agendas. Los medios clásicos siguen insistiendo en que hay una cosa que se llama “política” que pasa entre políticos que gobiernan, en que hay una cosa que se llama “economía” que pasa por los empresarios. Eso ya no hace ningún sentido para el ciudadano. Para los ciudadanos, los feminismos son un lugar para hablar de política, de economía, de deportes, de cultura. El medioambiente lo mismo. La educación lo mismo. La salud. Creo que esa transformación de agendas la están haciendo muy bien los periodismos, por ejemplo la diaria en Uruguay, Anfibia en Argentina, El Mostrador en Chile, Ojo Público en Perú, La silla vacía en Colombia, El Faro en El Salvador, Animal Político en México. Dicen: “Ante todo, transparencia”. Nosotros somos un medio que queremos pensar el mundo desde el feminismo, desde los derechos humanos. De frente. No dicen “estamos contando la realidad”. Es una transformación. Y con esa transformación viene una transformación que es vital, y es que cada medio de estos intenta narrar de una forma que se parezca a su territorio. Ya no tenemos que narrar como los gringos. Y aparece la explosión de narrativas: ningún medio narra igual. Eso va pegado a otro modelo de conexión con las audiencias que los medios clásicos desprecian, porque creen que la audiencia es un clic. En cambio, estos nuevos periodismos creen que las audiencias son “parceros”, “panas” decimos aquí, como amigos, como que estamos en la lucha juntos. El lector de la diaria siente que es un proyecto en el que él también está metido. Yo soy la comunidad a la que pertenezco.
Vivimos en una época en la que las verdades y los hechos se ponen cada vez más en cuestión, y en ese contexto el periodismo se ubicó en el lugar de defender los hechos y combatir la desinformación y la mentira. ¿Cómo ves ese nuevo rol que se autoasignó el periodismo?
A mí me parece interesante lo del fact-checking como género periodístico. Aunque me aburre profundamente. Lo primero que creo es que el checking trata de elevar el periodismo a una forma de construcción de la verdad como un método científico, pero el método científico acepta que no hay verdad, sino que la verdad se va construyendo experimento a experimento, paper a paper. Entonces, ¿cómo vamos a ser tan osados los periodistas de pretender que llegamos a la verdad? Segundo: la sociedad nunca ha valorado muy bien la verdad. A los humanos nos gustan las verdades que se parecen a nosotros. Tercero, la corrupción y la verdad son dos actos eróticos del periodismo y de las ONG. Ven un acto de corrupción y se erotizan. Y el cuarto punto por el que me disgusta es porque está comprobado que tú puedes demostrar que algo es mentira pero no cambias la opinión de la gente. Entonces, yo creo que tenemos que volver al periodismo básico. Si tú ves una nota que no te parece que es verdadera, pues no la emitas. Pero el periodista coge el tuit de Trump y lo emite, y después dice que era mentira. ¿Quién falló ahí? Tú como intermediario. Déjenlos que vivan felices en las redes y ese tuit desaparecerá pronto. Pero si tú tomas el tuit y lo vuelves noticia, se vuelve noticia. Son los medios de comunicación los que vuelven noticia eso. Hay un pacto ético-comunicativo. Cuando yo le escribo una nota al lector, el lector tiene que saber que el pacto es que yo le estoy comunicando la verdad máxima que yo alcancé a encontrar, tengo que asumir eso. Si no, estamos jodidos.
Tenemos que practicar un periodismo mutante, en el sentido de que los periodistas son una mente narrativa y no le imponen una forma a la realidad. Preocupémonos por la narración, porque ahí es donde vamos a encantar a la ciudadanía, ahí es donde nos vamos a encontrar, donde vamos a maravillar.
Todo es malo. La única zona positiva es la farándula. El resto, qué depresión. La política es mala, el virus es malo, el gobernante es malo, los empresarios son malos, los pobres son malos. En la ficción por lo menos hay happy end. En el periodismo nunca hay happy end. Y no tiene que haberlo necesariamente, pero puede haber otras formas de terminar. Tenemos que hacer periodismo sabroso. Vayamos a hablar con artistas, con músicos, con científicos, para hacer periodismo.
En un momento hubo cierta resistencia, sobre todo en los ámbitos académicos, a los formatos híbridos, que juntan entretenimiento e información, como si las dos cosas no pudieran conciliarse. ¿Esas resistencias y ese menosprecio al entretenimiento ya pasaron de moda o te parece que permanecen?
Yo diría que sí están pasado de moda, pero es mentira. Yo siempre molesto a mis colegas profesores porque, por ejemplo, se la pasan en una cursada de cuatro meses, tres meses criticando la forma de hacer la noticia, y el examen final es: hagan un noticiero como el que estuvieron criticando durante tres meses. Algo no está bien en eso. Hoy, o jugamos el partido del periodismo y de la información en lo que yo llamo la coolture o fracasamos. Cuando yo hablo de la coolture es de una sociedad en la que ya no nos gusta la profundidad sino la navegación: yo arranco por el artículo de la diaria pero después paso a un video, y del video a la canción. Están pidiendo un poquitico de mundo alegre, ¿es tan grave? Es ser capaces de jugar el partido donde hay que jugarlo. No podemos seguir diciendo que hay que jugarlo en el mundo moderno, ilustrado, clásico. Yo creo que hay tres tipos de opinión pública. Una muy grande que vive en Facebook y Whatsapp, son los mayores de 45 años y son como 4.800 millones de personas en el mundo. La segunda opinión pública son los zombis, que son los que viven en la pantallita del celular, en Instagram, en Youtube, en Tiktok, y son como 3.000 millones de personas en el mundo. Y esta gente la pasa muy divertido, no quieren problemas, pero son muy politizados por causas: si yo apuesto por el feminismo, me hago matar; si yo apuesto por los animales, me hago matar; pero no los podés ganar para la política grande, porque la política grande los aburre y está hecha por jurásicos. Y en la mitad estamos los de Twitter –yo no tengo redes sociales, pero es para explicar esto–, que son 300 millones en el mundo. Y ahí viven los periodistas, los intelectuales y los políticos, y creen que el mundo vive ahí. Entonces imagínate la desconexión que estamos teniendo del mundo. Mientras, el mundo anda en dos tendencias, y ambas muy bravas, y ambas con ganas de romper todo, con ganas de que venga otro Trump o venga alguno de estos y haga alguna vaina. Entonces, estamos perdiendo el partido nosotros, no les echemos la culpa a los zombis, no les echemos la culpa a los jurásicos, echémonos la culpa a nosotros, porque algo estamos haciendo mal. Y parte de lo que estamos haciendo mal –y esto no es entretenimiento– es que leer un periódico es deprimente. Todo es malo. La única zona positiva es la farándula. El resto, qué depresión. La política es mala, el virus es malo, el gobernante es malo, los empresarios son malos, los pobres son malos. En la ficción por lo menos hay happy end. En el periodismo nunca hay happy end. Y no tiene que haberlo necesariamente, pero puede haber otras formas de terminar. Tenemos que hacer periodismo sabroso. Vayamos a hablar con artistas, con músicos, con científicos, para hacer periodismo.
Estas manifestaciones contra la prensa que ha habido en Chile y Estados Unidos, quemando cámaras y atacando a periodistas, ¿es también una forma de expresar que el periodismo forma parte del poder y que al atacarlo, ataco al poder establecido? ¿O cómo debería interpretarse?
Yo creo que los medios de comunicación eran el establishment. El New York Times nunca había sido tan cuestionado como con Trump, porque de pronto todo el mundo se dio cuenta de que Trump tenía razón: era el establishment. Era como una familia bien: yo te critico, yo denuncio un desperfecto del sistema, pero el sistema sigue funcionando. En América Latina sobre todo, pero en Estados Unidos también, los medios de comunicación clásicos y el poder eran como un matrimonio feliz: tenían sus peleítas, pero estaban ahí, se manejaban con pautas, con negocios. Lo que está grave es que hoy los empresarios compraron los medios y compraron la política. Hasta el siglo XX los empresarios decían: “Tenemos a los políticos para que nos gestionen nuestros negocios en el campo del Estado, y tenemos al periodismo para jugar para un lado crítico”. Hoy no. Hoy los empresarios ya hacen la política, toman el gobierno y compran los medios para que sean su manera de actuación política. Entonces a los medios ya no les importa la información, les importa el negocio. Por eso, cuando hay marchas los escrachan, porque es la cara visible de ese estado de cosas. Es lamentable. Porque quedaron como la cara donde se expone el poder. Y además hacen cosas terribles, como lo de Chile, lo de Colombia, lo de Perú, que en las calles pasa una cosa, en las redes pasa una cosa, y cuando vas al noticiero dicen otra cosa. Eso es tratarnos de ignorantes, cuando hay una forma de visibilizarlo. Antes podían decir que en la marcha no había nadie y que estaba tomada por vándalos. Pero hoy, si dicen que los que agredieron fueron los ciudadanos y la que agredió fue la Policía, aquí está el video. Tranqui. Ya cálmense. Cada vez se desprestigian más.
¿Cómo ves la interacción de los medios con sus públicos?
Yo creo que sirve para saber si se está llegando al público al que se quiere llegar. Si yo recibo comentarios siempre de gente progre, hípster, chévere, es fascinante. Pero la pregunta que tengo que hacerme es: “¿Me quedo con esto?”. O, como ustedes hicieron en la diaria, decimos: “Nos leen muchos médicos pero no tantos, pero vemos que hay interés y les ofrecemos algo y los ganamos para nuestra comunidad”. Y de pronto los maestros no tienen nada, entonces les hablamos a ellos y los logramos meter. Y uno va ampliando, y la gente dice: “Por fin tengo un medio del que me puedo sentir parte”. La comunicación es la lógica del reconocimiento: yo consumo los medios en los que me reconozco. Y mucha gente no tiene reconocimiento. Y uno tiene que crear pequeñas propuestas para que ellos se reconozcan y amplíen su criterio. Porque una vez que entran los médicos, ellos entran emocionados a ver lo de los médicos, pero también van a ver al ladito las discusiones feministas y de ambiente, y van aumentando el menú. Tenemos que tener un consumo más sostenible y diverso de lo simbólico.