El resultado de las elecciones le dio al gobierno una segunda oportunidad, que Alberto Fernández aprovechó anunciando el envío al Congreso de un proyecto de plan económico que contempla el acuerdo con el FMI. Aunque el diálogo con la oposición no parece imposible, el contexto de inflación, pobreza y riesgo de devaluación amenaza la estabilidad. Alberto no es Raúl Alfonsín, pero el clima es alfonsiniano.
El resultado de las elecciones marcó una derrota del gobierno, nítida en el agregado nacional pero menor a la prevista en la provincia de Buenos Aires, y en esa brecha módica entre expectativas y votos se cifra la esperanza oficial de un renacimiento. Un desenlace opaco, beige, ahogado en el juego múltiple de vetos cruzados: mayoría oficialista en Diputados, pérdida del quórum en el Senado, norte peronista, Pampa macrista y una provincia de Buenos Aires tan pareja que la vicegobernadora deberá desempatar en la cámara alta provincial. Esta Argentina de las hegemonías débiles1 revela una vez más la esterilidad del modelo de polarización que comenzó a construirse en la crisis de 2001 y terminó de consolidarse durante el conflicto del campo, el modelo de un pasito pa’ delante y un pasito pa’ atrás que, como decía Sendra, actúa como los perros: parece que se mueve cuando en realidad se está rascando.
Es un problema, porque, en contraste con países políticamente más templados, Argentina sólo se deja reformar desde una posición francamente hegemónica: Raúl Alfonsín en sus primeros años de gobierno, hasta que la fatiga del modelo estadocéntrico lo terminó empujando al abismo de la inflación y el dólar; Carlos Menem durante una década dura que incluyó el uno a uno, el final a sangre y fuego de la amenaza militar y una reforma constitucional consensuada con el principal partido opositor; y el kirchnerismo durante 12 años, incluso si sobre el final hubo que estirar como un chicle las reservas y los parches para llegar justito a 2015.
Frente a este paisaje recurrente, el domingo Alberto Fernández reaccionó rápido y, a diferencia de lo que ocurrió después de las PASO, cuando la certeza previa de un triunfo que nunca llegó lo había dejado grogui, emitió un discurso grabado en el que anunció el envío al Congreso de un proyecto de ley que establece un plan económico plurianual y explicita los acuerdos alcanzados en la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI), la pared que debe saltar la economía si quiere mantener el ritmo de crecimiento registrado este año. En su discurso, Alberto aclaró que la iniciativa cuenta con el apoyo de toda la coalición –es decir, de Cristina– y al hacerlo termina de imponer, frente a los sectores kirchneristas minoritarios que reclamaban una ruptura, la certeza de que el acuerdo es inevitable. La idea no es mala: atar a todos al compromiso y evitar, por ejemplo, que el kirchnerismo apoye el entendimiento con el FMI pero objete las políticas necesarias para hacerlo cumplir.
La aritmética legislativa y la sensatez política sugieren explorar también algún tipo de consenso con la oposición, aunque probablemente no sea sencillo: ¿por qué Juntos por el Cambio debería comprometerse con un gobierno que no es el suyo? Un cálculo frío sugeriría esperar a que la crisis se profundice, un juego delicado entre esquivar el abrazo del oso y contribuir a la gobernabilidad. Pero, salvo por la conveniencia táctica, el consenso no debería ser tan difícil. ¿Hay tanta diferencia en cuanto a “lo que hay que hacer”? La larga entrevista al ministro de Economía, Martín Guzmán, publicada hace dos semanas en Perfil2 es un decálogo de sensatez. Por supuesto que entre el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, y Ricardo López Murphy hay una grieta honda, pero ¿cuántos kilómetros de ideología separan a Guzmán de Hernán Lacunza, exministro de Hacienda de Mauricio Macri, al ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, de las opiniones del historiador económico Pablo Gerchunoff?
En contraste con países políticamente más templados, Argentina sólo se deja reformar desde una posición francamente hegemónica.
Y sin embargo, a pesar de estos indicios positivos, el contexto sigue siendo complicadísimo. Alberto Fernández no es Alfonsín, pero el clima es alfonsiniano: pobreza, inflación alta e inercial, reservas bajo presión, dólar apenas contenido y la devaluación a la vuelta de la esquina. Argentina como caso testigo de los organismos internacionales. Como en los 80, el gobierno viene de perder una elección, con mayorías legislativas amenazadas y cruzado por conflictos internos en un contexto de polarización política, con una oposición unida y expectante.
El problema central son los límites que impone la economía: no le sucedió a Néstor Kirchner, que heredó de Eduardo Duhalde un país devastado pero en plena recuperación, ni a Cristina, que recibió el gobierno en una situación de prosperidad que le permitió superar rápidamente el crack financiero global del 2008-2009 y que sobre el final, cuando el combustible ya se agotaba, alcanzó para desplegar una serie de medidas que permitieron evitar la crisis (lo que Kulfas llamó el “Plan Aguantar”). En su momento, antes del triunfo del Frente de Todos, nos preguntábamos cómo se desenvolvería el “peronismo de la escasez”. La respuesta era obvia: con enormes dificultades. Y entonces descubrimos que la dichosa primacía de la política era posible mientras funcionaba la economía: el kirchnerismo se podía dar el lujo de designar a Carlos Fernández ministro de Economía o atomizar la conducción económica en varias cabezas… siempre y cuando las variables se encontraran más o menos ordenadas.
Concluyamos
Diario de una temporada en el quinto piso,3 las memorias de Juan Carlos Torre sobre su paso por el Ministerio de Economía durante la gestión de Eduardo Sourrouille, son en esencia el relato de las dificultades de la política por entender la economía y la crónica de cómo, en un contexto hostil, la segunda se termina imponiendo sobre la primera. Como Alfonsín, Alberto es un presidente de vocación progresista obligado a gobernar bajo fuertes restricciones financieras. Tiene por delante la tarea difícil de encontrar un camino finito, que estamos acostumbrados a pensar como un todo pero que podría descansar en equilibrios que superen la trampa del empate: por ejemplo, combinando medidas “por derecha” (segmentar y aumentar tarifas) con otras “por izquierda” (algún tipo de ingreso universal). Si las elecciones del domingo le dieron una inesperada segunda vida, de su capacidad para encontrar una síntesis depende que el módico alivio electoral no se desvanezca en el aire.
Este artículo fue publicado originalmente por Le Monde Diplomatique, edición Cono Sur.
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Fernando Rosso, “La época de las hegemonías débiles”, Le Monde Diplomatique, edición Cono Sur, noviembre de 2021. Disponible en https://bit.ly/3qGBXKG ↩
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Jorge Fontevecchia, “Martín Guzmán: ‘Queremos lograr un acuerdo con el FMI antes de marzo’”, Perfil, 5/11/2021. Disponible en https://bit.ly/3wSDBtI ↩
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Juan Carlos Torre, Diario de una temporada en el quinto piso. Episodios de política económica en los años de Alfonsín, Edhasa, Buenos Aires, 2021. ↩