En un tiempo, la sociedad argentina sentirá consternación al observar que muchos de sus ciudadanos apoyaron, disimularon y votaron a un gobierno como el de Javier Milei. Es una hipótesis. El lapso que llevará asimilar este dato de la historia podrá llevar meses, años o décadas. Otra hipótesis, un tanto inespecífica.
El bochorno de este presente al que llegó la política argentina no se limita a un presidente que hace bandera de la crueldad en cada una de sus acciones, como ninguno de sus antecesores democráticos de la amplia familia de la centroderecha y la derecha. No casualmente, además de lo que significa el apoyo recibido en las urnas, hay formas de Milei que hacen al fondo de las relaciones sociales y encuentran eco en quienes se presentan como adversarios o enemigos. La estridencia, lo soez y la violencia que el ultraderechista llevó a la jefatura de Estado aparecen como ráfagas cotidianas en emergentes opositores y en pantallas televisivas y de streaming –al menos en los papeles– antimilieístas.
Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Mauricio Macri –muy distintos en sus condiciones de liderazgo personal, representatividad, construcción política y éxito en sus propios términos– tocaron partituras liberales-conservadoras y apelaron, en un tópico de los promotores del libre mercado, a un “último sacrificio” que sería redentor, antes de poner a Argentina en la senda de los “países exitosos”. Ninguno actuó con el grado de desprecio y odio que enarbola el economista de La Libertad Avanza hacia sus adversarios y hacia los millones que padecen sus medidas.
Martín Vicente, investigador sobre las derechas en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y docente de la Universidad Nacional de Mar del Plata, traza un puente entre la narrativa de Milei y el “cambio de mentalidad” que se proponía un emblema de la no democracia, José Alfredo Martínez de Hoz, algo perceptible en la coincidencia terminológica de ambos economistas.
El topo
El gobierno ultraderechista expone otra característica esencial, que pesa tanto en su identidad como su ideología: la torpeza como ejercicio de gobierno. El reconocimiento por parte de Milei de que se propone destruir al Estado “desde adentro”, “como un topo”, lleva a pensar que el conjunto de arribistas y hombres y mujeres de negocios de los que se rodeó no son producto de alguna limitación social o psicológica de los hermanos gobernantes, sino que fueron seleccionados para un objetivo premeditado.
Las partidas sociales que no se ejecutan, las obras públicas próximas a concluirse que se abandonan, los recursos humanos valiosos a los que se expulsa, los alimentos que se vencen en depósitos, los obscenos negocios que se habilitan, las muertes por medicamentos que no se entregan y los programas científicos que se atascan en mails que quedan sin responder no obedecen sólo a que hay una tarotista que se toma su tiempo para entender de qué se trata o un abogado de un estudio privado con intenciones aviesas.
Mucho más que eso, hay una decisión política de desmantelar “el colectivismo” que representa la mera existencia del Estado, más allá de la función básica de seguridad y tribunales para arbitrar conflictos. No cabe elucubrar teorías conspirativas. Hay que escuchar a Milei. Este capítulo de individualismo enseñoreado, en el que el goce con el sufrimiento ajeno parece un componente indisociable, excede con creces a las figuras de los hermanos Milei.
Aquel violento y auspiciado panelista que atravesaba la pantalla televisiva tuvo capacidad para navegar y atizar una era. Cuando Milei gritaba en los estudios de América y sus videos volaban a la pantalla de los celulares, Agustín Laje y Nicolás Márquez emprendían una “batalla cultural” con bestsellers y concurridas conferencias, el periodismo tóxico calentaba el ambiente con pseudoinvestigaciones y canilla libre para la vulgaridad, y millones de familias sentían que “el Estado presente”, “la década ganada” o “no vas a perder nada de lo que ya tenés” se habían transformado en consignas cristalizadas.
Los referentes políticos conocidos, aun con sus idas y vueltas y con la dosis de desconfianza que podían haber inspirado incluso entre sus votantes, no sólo se mostraban incapaces de concretar sus promesas, sino que parecían haber dejado de hablarle a un porcentaje importante de la población.
La vía de La Libertad Avanza
La “batalla cultural” hizo blanco en ejes narrativos y prioridades de actores políticos preponderantes en las últimas décadas. Martín Vicente sitúa a La Libertad Avanza en la vía que nació con el fusionismo de las derechas en la década del 60 y buscó consolidar un mínimo común denominador que agrupara a todas las vertientes: liberales, conservadoras, religiosas, nacionalistas, cosmopolitas, reaccionarias, etcétera. El factor de cohesión sería el derecho del individuo como medida universal, en oposición al colectivismo.
Inspirado en Murray Rothbard, el autor que le “cambió la vida”, Milei extendió la lucha contra todo colectivismo y puso en el blanco al feminismo, a las minorías culturales, al indigenismo y al movimiento de derechos humanos. Esas batallas son parte de la guerra contra el Estado y el “totalitarismo progresista”, indica Vicente.
“Una disputa por los sentidos y un desafío a la convivencia social”, “contra lo políticamente correcto que se rompió”, grafica Shila Vilker, directora de la consultora Trespuntozero y docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Vilker se detiene en la vigencia de la “batalla cultural” de Milei. El desafío oficial a los derechos de las minorías LGBQT, el aborto, parte de las luchas feministas y la alusión a los 30.000 desaparecidos; el señalamiento a instituciones como el Inadi (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo) y “el nido de ratas” del Congreso encuentran “un terreno fértil” en un sector de la sociedad. Ello no quiere decir que sean disputas saldadas ni mucho menos, ni que ese consenso relativo, en algún punto mayoritario, se extienda a un negacionismo puro y duro sobre los crímenes de lesa humanidad, al aval a conductas discriminatorias o a un desentendimiento estatal de la violencia de género, especifica la analista.
“El mandato de Milei, y él ha dicho que lo tiene claro, no es terminar con los derechos de las minorías, sino cuestiones económicas y de seguridad, y el resto de la batalla cultural es subsidiaria de esos desafíos principales”, dice Vilker.
Márgenes de la motosierra
La prédica de Milei contra “la casta”, “los chorros de los políticos” y “los empobrecedores de siempre” encabeza el ajuste llevado a cabo durante su primer semestre en la Casa Rosada, basado en la reducción de las jubilaciones, el congelamiento de la obra pública y la asfixia a las provincias.
La recesión disparada con motosierra y un sinfín de anclajes terraplanistas sobre el porcentaje de la inflación, la pobreza, el déficit y la deuda –otro factor constitutivo que habla del presidente ultra y de la sociedad que le dio el liderazgo– no parecen haber encontrado un final. El consenso de los economistas indica que, aun si se hubiera tocado un piso, la recuperación para una de las caídas más aceleradas que se registren será lenta. ¿En qué medida el deterioro de las condiciones materiales de la clase media y los más humildes, que votaron en un porcentaje muy significativo a Milei, podría marcar un pronto declive irreversible para el proyecto ultraderechista?
“La premisa ‘no hay plata’ y la idea del ajuste es hipertransversal, incluso en un contexto en que las condiciones materiales ya se desmoronaron”, describe Vilker. Magíster en Comunicación y Cultura, la consultora agrega que el liderazgo mesiánico y el miedo a las consecuencias de que no salga bien juegan un papel relevante a la hora del “aguante” al presidente.
Vicente, que además es doctor en Ciencias Sociales por la UBA, entiende que se está “empezando a ver un desgajamiento en la popularidad de Milei” en segmentos que fueron cruciales para sostener su candidatura cuando parecía acechada.
Los hombres jóvenes, pilar en el voto libertario, ven más degradado el mercado laboral y sus ámbitos de pertenencia. El otro factor al que prestar atención –para este coautor de Está entre nosotros: ¿de dónde sale y hasta dónde puede llegar la extrema derecha que no vimos venir? (Siglo XXI, 2023)– es el del ingreso de las familias. Cuanto mayor espalda económica haya en el hogar para mitigar los efectos de la motosierra, mayores son las posibilidades de prolongar la adhesión ideológica y los diferentes capítulos de la “batalla cultural”.
En un contexto de privaciones aceleradas, Marcelo Leiras, director del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de San Andrés, todavía ve margen para que el gobierno de los Milei “utilice el Estado para hacer blanco en sectores progresistas como modo de confirmar los prejuicios de mucha gente”, aunque también ubica la existencia de frenos ya consolidados que difícilmente serán amenazados, como la apertura social a la exhibición de los cuerpos y las relaciones entre personas del mismo sexo. “La derecha radicalizada está montada en una insuficiencia real de los últimos gobiernos y ello la habilita para plantear soluciones inexistentes y a apuntar disparatadamente contra el socialismo y el keynesianismo”, explica.
Leiras cita el antecedente de Menem entre 1989 y 1991, antes de que acertara un plan antiinflacionario como la convertibilidad. En ese lapso, el mandatario se desdijo por completo de sus promesas electorales, tuvo tres ministros de Economía, recayó en varias espirales al alza de precios, despidió a miles de empleados públicos, puso a funcionarios oscuros a privatizar empresas, indultó a los represores y dio rienda suelta a la corrupción a gran escala que lo acompañaría en sus dos mandatos.
Con ese trasfondo, el ayudamemoria recurrente sobre la debacle final de Raúl Alfonsín le alcanzó para dominar el centro político y mantener niveles de popularidad aceptables.
Una oposición que actúe como oposición
En la mirada del investigador de San Andrés, el predominio de Milei o de alguien de su sector podría mantenerse hasta tanto sus mayores adversarios “no demuestren que una política progresista puede resolver el problema de crecimiento que tiene la Argentina hace años, y asuman el compromiso con el orden de las cuentas públicas y la imposibilidad de vivir sin crédito y sin moneda”. La voz de Leiras encierra una crítica al sector peronista progresista del que es cercano.
“El juicio sobre los responsables del 210% de inflación con el que terminó el gobierno del Frente de Todos ya está dado, no hay nada que esperar de ahí”.
“Si la novedad que tiene para ofrecer el peronismo son personajes como Guillermo Moreno, con lo que representa por su paso en el Indec [Instituto Nacional de Estadística y Censos] y el retorno de la inflación tras los primeros años de Néstor Kirchner, evidencia una amnesia absoluta que lo lesiona como alternativa”, agrega este sociólogo de la UBA y doctor por Notre Dame (Estados Unidos).
En su mirada, sin la asunción de demandas que marcaron la histórica derrota de 2023 y “una estrategia muy amplia, a lo Lula [Da Silva] o lo [Joseph] Biden”, la reversión de la hegemonía ultra se presenta improbable.
La amplitud, para Leiras, no es sinónimo de vaguedad o seguidismo de la agenda de los hermanos Milei, sino que debe hacer eje en “un argumento contraindividualista y no dejar de consignar que estamos ante un presidente que no sabe nada de economía y que hace y dice locuras”.
Vilker coincide en cuanto a la amplitud
El Lula que venció a Jair Bolsonaro por un margen ínfimo “fue un opositor duro, pero portó traje, dio señales de previsibilidad y no se recluyó en el primer PT”, pese a que había salido de la cárcel y el arco político del centro a la derecha lo había dejado solo. “Milei es un líder global de la alt-right y genera estímulos permanentemente. El estímulo, cuando se repite, comienza a anestesiar”, dice Vilker.
“Un error crucial en política es creer que cualquier escena se puede eternizar”, concluye.
La versión original de esta nota fue publicada por eldiarioar.com.