Venezuela se encamina hacia las elecciones del domingo 28 con diez candidatos a la presidencia. Pero la verdadera disputa se dará entre el actual gobernante, Nicolás Maduro, que busca un tercer mandato después de 25 años de gobiernos chavistas, y Edmundo González Urrutia, que se presenta como el candidato de unidad de buena parte de la oposición, la Plataforma Unitaria.

La primera opción de esta alianza era postular a la dirigente María Corina Machado, pero se encuentra inhabilitada para aspirar a cargo públicos. Como consecuencia, González se convirtió en el primer candidato que postulan los grandes partidos opositores desde 2013. En la siguiente elección, la de 2018, llamaron a boicotear las presidenciales después de sufrir varios condicionamientos para competir.

El gobierno informó que las elecciones del 28 contarán con más de 600 observadores, entre ellos los del Centro Carter, y que un panel de expertos de la Organización de las Naciones Unidas también verificará el proceso, al que se llegó después de negociaciones entre el oficialismo y la oposición.

Sobre los resultados hay un margen de incertidumbre, con varias encuestas que marcan una clara ventaja para González y algunas que colocan en primer lugar a Maduro, que se postula por la alianza Gran Polo Patriótico Simón Bolívar.

Sin embargo, la mayor incertidumbre en el proceso venezolano se encuentra en el día siguiente a las elecciones, en la actitud que adoptará el bando derrotado, señala el sociólogo venezolano Ociel Alí López, profesor del departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Central de Venezuela.

En su último libro, Elecciones en Venezuela 2024: ¿qué pasará? Escenarios probables y sus causas, López analiza el camino hacia la votación del domingo 28 y lo que pueden dejar sus resultados. En diálogo telefónico con la diaria, señaló que, por diferentes motivos, “de antemano pareciera que al perdedor le costará mucho respetarlos”. En el caso de María Corina Machado, “nunca ha respetado un resultado electoral, aunque fueran resultados muy holgados” a favor del entonces presidente Hugo Chávez. “Por otro lado, para el presidente Maduro, respetar un resultado estando en una lista de sancionados, de búsqueda y captura [de Estados Unidos], también es demasiado difícil”.

López, además, repasa cambios económicos que atravesó su país, donde el Estado se retrajo, los perfiles de los nuevos liderazgos que emergieron –el de Machado, a quien identifica con las nuevas extremas derechas de América Latina, y el de González, de derecha tradicional– y los posibles efectos electorales de la emigración masiva de los últimos años.

Si bien tu libro apunta a las elecciones del domingo 28, también pone al día otros procesos que no son tan conocidos fuera de Venezuela.

Trata de explicar la situación a la gente que se preocupó mucho por Venezuela en los últimos años, pero que en los últimos meses se le ha olvidado un poco, la ha dejado de lado. Me parece que Venezuela sigue siendo un espacio para pensar, para diagnosticar y para trazar estrategias que la izquierda en América Latina debe conocer bien.

En los últimos meses, o quizás un par de años, Venezuela salió por completo de los portales de información y noticias. Ha estado totalmente excluida de la agenda setting y es algo que no pasaba hace tres o cuatro años, cuando, apenas había una situación de conflicto, éramos noticia mundial.

Llamo la atención al respecto porque justo ahorita, porque hay elecciones, hay un proceso de estabilidad que no sabemos cuánto durará. En este proceso, la oposición tuvo lo que siempre dijo que no iba a poder tener, que es un candidato, escogido por consenso por todos ellos. En estas elecciones presidenciales todos los sectores políticos están en pugna, han participado, y eso es algo que no sucedía desde 2013, hace ya 11 años.

Eso tiene que ver con un proceso de regularización general que ha habido en todos los escenarios, que incluye el diálogo con la oposición, con Estados Unidos, en un momento en el que ya Washington deja de utilizar la mano derecha para intentar intervenir en Venezuela.

Decías que en estas elecciones por primera vez la oposición presenta un candidato común. Pero a la vez ha tenido que enfrentar la inhabilitación de algunos partidos o de candidaturas, como la de María Corina Machado. ¿Hasta qué punto esto incide en estas elecciones?

Esto incide, claro. Lo que hay que establecer es que en el caso de las últimas presidenciales, las de 2018, la oposición lanzó su estrategia abstencionista para desconocer a Maduro y para preparar lo que vendría en 2019, que fue el llamado gobierno interino de Juan Guaidó. En todo caso, fue algo entre rocambolesco, un poco extravagante, pero con unos resultados que sólo tuvieron incidencia en la mediática internacional. Después de varios procesos de este tipo, el gobierno ha reaccionado inhabilitando candidatos, partidos, y no sólo de la oposición, sino incluso también del chavismo, como es el caso del Partido Comunista. Así como [los opositores] le jugaron duro al gobierno, el gobierno también jugó duro.

En medio de esa pelea cruda, agónica, estamos los ciudadanos que en cierta forma no queremos más pelea. Y el hándicap de la candidatura de Edmundo González es que no habrá un proceso nuevamente de choque, de radicalización, que lleve a un proceso de violencia. El gobierno jugó duro, pero lo que yo resalto es que dejó que hubiera una candidatura de la oposición, y hoy esa candidatura podría ganar las elecciones. Estamos hablando de un proceso claro en el que hay una competencia.

En cuanto a que hay excesos, quizás uno de los más fuertes es que el candidato del gobierno está directamente sancionado desde el Departamento del Tesoro en Washington, desde el Departamento de Estado. Ya por ahí se ve que hay algo así como inhabilitaciones de ambos lados. Hay un forcejeo institucional muy duro, que ha estado en el límite de la democracia.

Pero ahora lo que resalta es que viene un evento electoral que va a legitimar un resultado de alguna de las partes. Esperemos que sea así. Lo que más preocupa, más que el 28, es el 29. Qué va a suceder una vez que se dé el resultado.

Con respecto a la candidatura de María Corina, el principal problema que tiene es que el endoso de sus votos y de su movilización a un candidato que es muy desconocido sea realmente efectivo, es decir, que los votos del malestar social puedan verterse hacia la candidatura de Edmundo González. Ese trasvase no es automático. Entonces las dudas están puestas en ello, en si hay capacidad de la oposición de arrimar todo el voto que ha acumulado.

Acerca del día después de las elecciones y las dudas sobre el respeto a los resultados por parte del perdedor, ¿se puede decir que estas elecciones van a ser limpias? ¿Van a reflejar el voto popular?

En cuanto a si el resultado va a ser respetable, ya de antemano pareciera que al perdedor le costará mucho respetarlo. Ciertamente. Por todo lo que se pierde. Hay algunos actores, como el caso de María Corina, que ella nunca ha respetado un resultado electoral, aunque fueran resultados muy holgados a favor de Chávez. Así que más o menos sabemos la tónica. Por otro lado, para el presidente Maduro, respetar un resultado estando en una lista de sancionados, de búsqueda y captura, también es demasiado difícil.

Por eso, más que si son limpias las elecciones, la duda es si llegarán hasta el final con el esquema actual, que es que haya candidatos de todos los sectores y que todos los sectores estén participando. En la medida en que se acerca el día, pareciera que el escenario es que lleguemos a las elecciones como estamos ahora, sin nuevas inhabilitaciones, ni a tarjetas [los símbolos de los partidos que el votante puede elegir en la urna electrónica] ni a candidatos, y que ese día el perdedor respete y respalde al ganador. Ahora, si eso va a pasar o no, nadie tiene ahorita la respuesta.

¿Qué faltaría para garantizar el respeto a los resultados, después de los pactos que hicieron oficialismo y oposición?

En líneas generales, siento que el paso decisivo está en Washington, y creo que muchos actores, incluso algunos muy antichavistas, de derecha más o menos radical, están hablando desde hace algunos días de la importancia de la cohabitación y de que haya un cambio de política con respecto a las sanciones. Porque ciertamente, con el esquema sancionatorio, que es tan acentuado y que apunta contra dirigentes en el poder, es muy difícil que se abra un proceso de cambio de gobierno. Para que haya una fluidez del proceso electoral, es necesario que Washington mueva fichas en cuanto a las sanciones.

En tu libro definís a María Corina Machado como de extrema derecha. ¿Qué características la ubican en esa categoría?

Cuando ponemos ese concepto de extrema derecha o derecha radical nos estamos refiriendo a la misma ola de derecha radical de otros países de América Latina. Ella no es de los sectores conservadores tradicionales, sino que tiene un discurso bastante rupturista. Ya desde el golpe de Estado [contra Hugo Chávez] de 2002 ella fue una de los firmantes de [el llamado Decreto Carmona, apoyado por unas 400 figuras públicas, por el que se instaló un gobierno de facto que se mantuvo por dos días]. Ella ha promovido escenarios de violencia.

Por eso se diferencia de la derecha moderada, que puede incluso desconocer el gobierno de Maduro, pero que quiere alguna salida más pacífica, que no implique los llamados a la intervención extranjera que ella ha hecho de manera abierta. Ha firmado cartas pidiéndole al gobierno de Israel que intervenga en Venezuela.

Hay una cantidad de elementos que la sitúan en una derecha que no es institucional y clásica, sino radical. Y en la economía ella se acerca a los postulados de Jair Bolsonaro, a los postulados de Javier Milei. Creo que pertenece a esa oleada, a esa derecha.

Ociel López. Foto: gentileza del entrevistado.

Ociel López. Foto: gentileza del entrevistado.

¿Una derecha que apunta a las privatizaciones, como la de PDVSA en este caso, o a la eliminación de regulaciones en la economía?

En su máxima expresión. María Corina Machado proviene de una de las familias más ricas de Venezuela. Eso es algo que no ha sucedido en los últimos 100 años, porque las oligarquías en Venezuela no se han metido en la política o han sido expulsadas de la política, a diferencia de lo que ocurre en Colombia, por ejemplo, donde la mayoría de los presidentes vienen de sectores oligárquicos. En Venezuela eso no ocurrió así. Por primera vez, en estos años, con la oposición antichavista, es que los sectores de élite han comenzado a participar en la política, y María Corina es su máxima representante en estos momentos. Y ha representado siempre un perfil bastante duro, bastante radical. No estamos hablando de un discurso de derecha racionalizado en el contexto latinoamericano, sino que se aleja de un conservadurismo típico latinoamericano. Comienza a ser más radical e incluso más populista.

¿Y Edmundo González?

Se supondría que Edmundo González viene de una derecha más clásica, de los partidos políticos, que es una derecha mucho más racional, mucho más pragmática y moderada, y que entendió bien en los últimos años qué significa el chavismo como movimiento social. Esto es básico para entenderse. Porque María Corina es de los sectores que han venido criminalizando de manera rotunda el chavismo desde sus comienzos, con un proceso muy abierto de elitización del discurso, y ese elemento enrarece más su comunicación.

En el caso de Edmundo, se supone que él viene de esa otra derecha de los partidos, pero realmente la líder que está en las calles moviendo a las masas es María Corina, y por lo tanto él depende mucho de ella para el resultado electoral y para que el endoso de sus votos sea efectivo. Porque el problema que tiene su candidatura es que tiene que traerse los votos del malestar social existente que María Corina ha ido capitalizando, y por supuesto, se va acercando [a sus posturas políticas].

En el caso del oficialismo, ¿cómo lo caracterizaría ideológicamente?

Creo que hay un proceso muy diferente al de cuando gobernaba Chávez, ciertamente. Este es un proceso mucho más pragmático. Ya el tema ideológico no es tan intenso, la retórica no es tan intensa, sino que hay nuevos discursos que están permeando a ese chavismo en el gobierno. El principal hándicap que tiene es el nacimiento de una nueva clase política, que también es económica y que ahorita se va a evaluar si ese nuevo sistema puede ser respaldado por el chavismo o si el chavismo mismo tiene críticas tan fuertes como para abandonar el discurso actual en una coyuntura electoral.

Es una de las cosas que se va a evaluar, porque ciertamente los cambios económicos han traído una Venezuela premium, una clase social en ascenso, y eso, en un proceso que se denominaba revolucionario, tendrá seguramente algún impacto en sus bases.

¿Dirías que es un gobierno de centro, de izquierda, populista? ¿Cómo lo caracterizarías?

Básicamente lo categorizaría como pragmático. El tema es que el choque tan frontal con Washington hace que automáticamente sea percibido como progresista, de izquierda, etcétera, y se ubique en ese sistema de alianzas. En términos económicos realmente aquí ha habido un repliegue muy importante del Estado. Podríamos llamarlo como un gobierno que, si hubiera decidido él ciertos procesos, sería un gobierno muy neoliberal. El tema es que no fue una decisión del gobierno, fue ocurriendo de facto. Hubo una dolarización de facto, hubo una liberalización porque hubo un momento en que los controles no se podían sostener, y hubo un deslave del Estado de bienestar que no fue decidido por nadie, sino que ocurrió cuando la renta petrolera se vino abajo, y el Estado tampoco supo mantener algunas banderas clave que tenía, como la de la educación y la salud, que también se le fueron de las manos. Entonces, en términos de resultados es un gobierno muy neoliberal, aunque mantenga una ideología de izquierda, antiimperialista. Pero básicamente lo que yo consideraría es que es pragmático.

En el libro mencionabas que desde 2017 se ha experimentado una mejora económica en el país. ¿En qué consistió ese proceso y en qué lugar ha quedado la industria petrolera?

El tema económico es clave para entender la transformación en Venezuela y para observar pensando en los experimentos alternativos o progresistas en América Latina. Hubo primero un proceso que tiene que ver con la crisis interna en el país, que es incluso anterior a las sanciones, y también con las sanciones como tales. Luego se dio un relajamiento en las sanciones que ha permitido oxigenar un poco la industria petrolera. Pero antes de que eso ocurriera ya los números eran positivos. Para 2023 Venezuela era de los países que más crecían en la región.

Eso se debió a múltiples factores, tanto a las remesas, que eran algo que antes no existía en este país, como a los diferentes negocios que se abrieron, todo eso enmarcado en una liberalización de la economía bastante radical para lo que era el proceso revolucionario que existía.

Hubo un montón de situaciones que oxigenaron la economía. Cuando más o menos se regularizó el precio del barril del petróleo y Venezuela comenzó a producir y a poder vender sus productos al precio internacional, cosa que antes no podía hacer por las sanciones, hubo una mejoría económica que permitió una estabilidad de la moneda. Permitió abatir la hiperinflación. La inflación todavía es alta, pero no es estratosférica como era antes, y hay nuevos ingresos para el país, que en algún momento fue incluso pospetrolero. Ahora no sabemos si estamos en una situación prepetrolera nuevamente o si estamos más bien ya estructurando una economía que no marca al petróleo como un elemento de primer orden, o de único orden como era anteriormente, es decir, del que se tenía una dependencia exacerbada.

¿Cuáles son esos negocios que se abrieron?

Hay algunos análisis, que son ciertos, que dan cuenta de una bodeguización del país. Lo llaman así, es decir, de los grandes bodegones, de los grandes importadores de productos que se animan a entrar al área comercial. Hubo un proceso en el que la llegada de productos impulsó la competencia, y se comenzó a usar el dólar, que paradójicamente fue un mecanismo para oxigenar la economía. Es interesante analizar estos procesos como laboratorio, porque dan cuenta del balance entre los modelos económicos clásicos, uno muy pro-Estado y otro muy promercado. Y aquí ha habido un proceso heterodoxo.

En el libro también hablabas de otro proceso por el cual las demandas de los sectores populares, antes mucho más identificados con el oficialismo, ahora fueron tomadas por la oposición. ¿Cómo se fue dando esa transformación?

Sí, hubo un proceso de burocratización del chavismo, que es algo que les ocurre a todos los movimientos que están cuatro u ocho años en el poder. Este ya tiene casi 25. En cierta forma la movilización de la oposición está permeando en bases sociales en las que el chavismo era hegemónico. Este 28 de julio se va a probar cuán efectivos han sido una cantidad de procesos tanto del chavismo como de la oposición buscando el terreno electoral. Si el chavismo sacara la misma cantidad de votos que en sus buenos tiempos, ganaría nuevamente las elecciones. El problema es que se ha ido horadando su base de apoyo y ahora no tenemos claridad realmente de cuál es su tamaño. Todo eso lo sabremos el 28 de julio.

Otro fenómeno que aparece en tu libro es el de la migración masiva y sus efectos. Mencionabas que podría tener un efecto electoral, quizás favoreciendo al oficialismo, en la medida en que la gente que optó por quedarse puede ser la que esté en mejor situación o más conforme con el gobierno.

Sí, es muy interesante porque otra de las cosas que se va a probar este 28 de julio es cuál es el padrón electoral realmente existente, porque después de la migración no ha habido censo, y todos los datos que tenemos ya son obsoletos. Se estima que se fueron cerca de siete millones de personas, de un total de 30 millones, pero realmente no está claro cómo ese número pudo afectar al padrón electoral: si es gente de mayor edad, de menor edad, de distintas regiones, de diferentes tendencias políticas. Nada de eso se sabe con certeza.

Sin embargo, el hecho de que no vote la gente que está en el exterior es una clara ventaja para el gobierno. El gobierno no permitió que esa gente votara, en su mayoría. Además hay muchos lugares en los que no podría hacerlo porque no hay consulado, porque no se ha reconocido todavía al gobierno de Venezuela, como en Estados Unidos.

Además, la emigración puede afectar muchísimo porque todo el aparato ideológico, comunicacional y partidario de la oposición está en el extranjero, entonces le cuesta mucho operar y entender lo que está pasando acá. Y la batalla es palmo a palmo. Entonces toda la tensión se centra en ese chavismo descontento que es el que puede definir la elección.

¿Desde el exterior puede haber elementos que incidan en las elecciones o en lo que suceda después? Mencionás, por ejemplo, la perspectiva de un triunfo electoral de Donald Trump. ¿Qué impactos pueden llegar desde afuera?

Me remito sobre todo al de Estados Unidos, que es el más importante. Porque si hubiera una estabilización del mercado petrolero, aquí ganara la derecha, además de eso se impusiera la derecha más extrema, y además de eso ganara Donald Trump en Estados Unidos, cosa que cada vez parece más probable, estamos hablando de un cortocircuito a punto de producirse.

Eso cambia tremendamente el escenario, porque no sabemos cuáles serían las reacciones, hasta qué punto habría lugar en esa situación para el revanchismo, para la violencia. Acá estamos hablando de un proceso en el que las Fuerzas Armadas apoyan al gobierno, no estamos hablando de un gobierno débil, como son muchas experiencias de América Latina –pongamos el ejemplo de Pedro Castillo en Perú–. Aquí estamos hablando de un gobierno muy fuerte y que, por lo tanto, cualquier cambio abrupto, radical, que se salga de los cauces políticos, podría traer hasta una guerra civil. Eso es un escenario que, por supuesto, esperamos que no ocurra, que cada vez se ve incluso menos probable, pero se acerca el 28, que es una chispa. Esperemos que active un desencadenamiento democrático en el que el perdedor acepte el resultado y se asuma como oposición.

El año que viene habrá unas elecciones muy importantes, unas megaelecciones en las que se elige desde el Parlamento hasta los alcaldes, los gobernadores y básicamente todas las instituciones. Entonces el perdedor tiene mucho que ganar en los próximos años de la política.