En el campo oficialista ecuatoriano, agrupado en torno del actual presidente Daniel Noboa y su partido Acción Democrática Nacional (ADN), los resultados de las elecciones del domingo se parecieron a una derrota. Los militantes y adherentes de esa organización soñaban con la posibilidad de ganar las elecciones presidenciales en primera vuelta y ahora deben lanzarse a un incierto balotaje, con la oposición fortalecida.

Contra los pronósticos de diversas encuestas, el actual presidente –hijo del magnate bananero Álvaro Noboa– obtuvo 44,17% de los votos (4.403.520 en total) y consiguió apenas 22.000 votos más que la candidata de Revolución Ciudadana, Luisa González, quien obtuvo 43,94% de los votos válidos. Ella será la contrincante de Noboa el 13 de abril en la segunda vuelta, que enfrentará al correísmo y al anticorreísmo.

A diferencia de lo que sucedió en elecciones anteriores, los recientes comicios estuvieron fuertemente polarizados. No solamente los binomios de ADN y Revolución Ciudadana acumularon casi 90% de los votos válidos entre un total de 16 postulantes a la Presidencia, sino que también se eligió un nuevo Parlamento en el que estos dos partidos concentrarán los escaños, pero en el que ninguno contará con la mayoría de 76 bancas. ADN se quedó con 66 escaños, mientras que Revolución Ciudadana obtuvo 67.

El candidato del partido indígena Pachakutik y líder de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), Leonidas Iza, obtuvo 5,30% de los votos, y el resto de las candidaturas quedó por debajo de ese porcentaje. A pesar de que la lista nacional de Pachakutik no fue admitida por fallas formales, gracias a las listas regionales puede contar con nueve escaños en el nuevo Parlamento; conforma así el tercer bloque legislativo en tamaño y representa una opción política que se define como “antiextractivista” y “plurinacional”. En el campo de la derecha, los otrora importantes Partido Social Cristiano, Creo –del expresidente Guillermo Lasso– y Construye, quedaron relegados a la irrelevancia.

A diferencia de las elecciones del pasado, en las que el anticorreísmo estaba fragmentado, Daniel Noboa logró agrupar ese espacio y posicionarse como la opción política hegemónica del campo liberal-conservador y anticorreísta. Pero su primer lugar –estrictamente, casi un empate– tuvo para él un gusto amargo. La vocación de Noboa era ganar en primera vuelta y la frustración por no conseguirlo quedó clara en su decisión de no aparecer públicamente frente a sus simpatizantes la noche de las elecciones y limitarse a publicar un breve mensaje en redes sociales.

Lo cierto es que Ecuador vive una crisis sin precedentes históricos en múltiples frentes –seguridad, economía, energía y social– y es difícil identificar ejemplos de gestión exitosos y concretos durante los escasos 14 meses de gobierno de Noboa para enfrentar estos desafíos. Además, el candidato, una persona con poco carisma y con ciertas dificultades para hablar en público, centró su campaña en las redes sociales y se negó a cumplir con las normas legales que lo obligaban a renunciar a la Presidencia, permaneciendo en su cargo como presidente-candidato. Más allá del buen marketing político, su agenda y sus planes concretos de gobierno fueron difusos.

No obstante, hay razones que permiten comprender el éxito electoral de Noboa y la consolidación de su proyecto político. Elegido en 2023 tras la salida anticipada del banquero conservador Lasso, el joven outsider, con poca experiencia política previa y autoproclamado “antinada”, supo aprovechar su papel como tercera opción en las elecciones más violentas de la historia democrática y trascendió el clivaje fundamental de la política ecuatoriana entre correísmo y anticorreísmo. Se lo elegía para completar el mandato de Lasso, por lo que desde el comienzo estuvo presente el desafío de su reelección en 2025.

En el marco del severo aumento de la inseguridad y la violencia en el país –que pasó de ser la “isla de paz” de la región andina a ser uno de los más violentos e inseguros de América Latina y el hub principal de exportación de drogas hacia Europa–, Noboa les declaró la guerra a los grupos de la delincuencia organizada. Aunque los éxitos de la militarización en la lucha contra el crimen organizado se diluyeron pronto y las acusaciones de violaciones de derechos humanos por parte de las Fuerzas Armadas y la Policía fueron en aumento, el presidente logró posicionarse en la opinión pública a partir de la cuestión de la seguridad, el principal tema de interés para los votantes.

El joven mandatario se mostró como el hombre que, mediante la “mano dura”, lograría poner a raya la delincuencia y el crimen. Un daño colateral pero no menor de este giro hacia la militarización es el resurgimiento de un creciente poder de las Fuerzas Armadas, hoy muy entrelazadas con el gobierno, y una creciente lógica autoritaria y bélica en la disputa política, en la que los competidores fácilmente se convierten en enemigos internos y terroristas, y se deslegitima toda manifestación de oposición y de protesta social.

A diferencia de su predecesor Lasso, Noboa selló en los inicios de su mandato un pacto legislativo con sus opositores de Revolución Ciudadana y el Partido Social Cristiano de Jaime Nebot para obtener la mayoría en el Parlamento y así generar la gobernabilidad necesaria para aprobar leyes económicas urgentes, principalmente para asegurar una continuación de los flujos de crédito por parte del Fondo Monetario Internacional. Este pacto pareció ser el inicio del fin del clivaje dominante en la política ecuatoriana de los últimos 15 años, entre el correísmo y el anticorreísmo, y fue duramente criticado por las élites económicas y los medios de comunicación. Pero pronto, sin éxitos claros de gestión y apresurado por maximizar sus chances electorales, Noboa abandonó el pacto táctico para volcarse hacia el anticorreísmo abierto.

Con el asalto a la embajada de México, en violación de leyes internacionales fundamentales, para detener al exvicepresidente Jorge Glas –el símbolo del correísmo puro, previamente condenado por corrupción–, el gobierno se ganó el apoyo de los medios hegemónicos, se reacomodó con la potente Fiscalía General y se perfiló como la principal opción del campo anticorreísta.

La hegemonía política de Noboa en la derecha ecuatoriana, expresada de forma nítida en el reciente resultado electoral, se consolidó gracias a la inhabilitación de Jan Topić, un empresario y exmercenario que quedó en cuarto lugar en las elecciones anticipadas de 2023 y que amenazaba el proyecto de Noboa con sus posicionamientos radicales en temas de seguridad.

Noboa, que ha conseguido hegemonizar el campo anticorreísta, se ha sostenido sobre una creciente concentración de poderes –económicos, políticos y mediáticos–. Apoyado por el poder militar y judicial, el presidente actúa a veces sobrepasando los límites constitucionales del Poder Ejecutivo, lo que constituye una amenaza real a la institucionalidad republicana del país y al desarrollo de la democracia. Habrá que ver si, en la búsqueda de conquistar al millón de ciudadanos que votaron nulo o blanco, opta por especificar y aclarar sus propuestas para enfrentar los desafíos del país, o si, por el contrario, se dedica, en una actitud autoritaria, a deslegitimar a su contrincante y se desvía de las reglas de una competencia libre y democrática. Al menos hasta ahora, no hay señales visibles de que, de ganar en segunda vuelta, Noboa vaya a gestionar de una manera más consensuada y menos errática para enfrentar los múltiples desafíos del país.

El oficialismo tiene razones para preocuparse. A diferencia de las elecciones de 2021 y 2023, en las que el correísmo no pudo ganar en segunda vuelta a pesar de haber triunfado en la primera, este año las probabilidades de victoria de Revolución Ciudadana en segunda vuelta son mayores. Con los votos alcanzados en la primera vuelta, el correísmo no solamente rompió el techo de 35% que había obtenido en las primeras vueltas de 2021 y 2023, sino que también mejoró significativamente sus resultados fuera de sus bastiones electorales, ubicados en las provincias de la costa. Lo sorprendente es que logró este resultado sin modificar mucho su propuesta en comparación con los años 2021 y 2023.

Con la misma candidata que en 2023, casi el mismo discurso desarrollista y un poco menos de presencia del expresidente Correa en la campaña, el correísmo logró buenos resultados sin depender de alianzas con otras fuerzas del centro y la izquierda. Aprovechó el descontento generalizado con la situación del país y el creciente autoritarismo gubernamental, así como las debilidades de los demás partidos y su sólida organización partidaria. El reto de Revolución Ciudadana es similar al que tuvo en 2021 y 2023: desarrollar una oferta creíble para atraer a los votantes de otros partidos, específicamente indígenas de la sierra, distanciados de Revolución Ciudadana. Sólo que, en comparación con 2021 y 2023, el punto de partida ahora es diferente.

Dado que González y Noboa capitalizaron casi 90% de los votos válidos, el margen para crecer en votos es escaso para ambos. Además, tomando en cuenta que el candidato del movimiento indígena Iza alcanzó un respetable tercer lugar con un poco más de medio millón de votos y que los bastiones de votos de Pachakutik se encuentran justamente en la sierra, donde González necesita mejorar su resultado electoral en la segunda vuelta, las posibilidades de la candidata de llegar al Palacio de Carondelet son reales.

Para ello, debe reducir aún más la potencia del anticorreísmo y apelar a los votantes con un proyecto nuevo que no constituya una suerte de regreso a un “pasado dorado” que la mayoría de los votantes no comparte o no ha vivido. La candidata correísta tiene el desafío de plantear una campaña basada en la convocatoria a un nuevo proyecto popular, nacional e inclusivo.

Constantin Groll es representante de la Fundación Friedrich Ebert en Ecuador. Este artículo fue publicado originalmente en Nueva Sociedad.