El 29 de junio se celebraron elecciones primarias en Chile, y con ello se inauguró el proceso que culminará con la elección de un nuevo gobierno a fines de 2025. Por primera vez desde que se instauró el sistema de primarias, la derecha tradicional decidió no participar en esta instancia –para lo cual debía establecer un acuerdo entre sus diferentes fracciones– y sólo el progresismo se volcó a las urnas.

Con una modalidad de voto voluntario que sólo excluía a los militantes formales de los partidos que no participaron, el pacto Unidad por Chile inscribió cuatro candidaturas: Jeannette Jara (Partido Comunista y Acción Humanista), Gonzalo Winter (Frente Amplio), Carolina Tohá (Partido por la Democracia, Partido Socialista, Partido Liberal y Partido Radical) y Jaime Mulet (Federación Regionalista Verde Social).

Apenas se inscribieron las candidaturas, la exministra del Interior Carolina Tohá partió doblando a sus contendientes en intención de voto, con un nivel de conocimiento ciudadano cercano a 80%, según las principales encuestas.

La abanderada de la coalición Socialismo Democrático inició su carrera política en las protestas contra Augusto Pinochet en la Universidad de Chile y fue una de las fundadoras del Partido por la Democracia (PPD). Trabajó como subsecretaria en el gobierno de Ricardo Lagos y en los años siguientes se desempeñó como diputada, ministra y alcaldesa de la comuna de Santiago.

Hija de José Tohá, ministro del Interior de Salvador Allende, creció exiliada en México tras el asesinato de su padre y 50 años después ocuparía su mismo cargo: su larga experiencia en el servicio público fue requerida por el gobierno de Gabriel Boric para reestructurar su gabinete en medio de una crisis de seguridad sin precedentes y con los niveles de temor “más altos del mundo”. Si bien la gestión de Tohá logró revertir el alza en la tasa de homicidios y aprobar más de 60 leyes –incluida la de la creación del Ministerio de Seguridad Pública–, su candidatura no consiguió despegarse de los problemas en esta área.

La campaña de Tohá intentó distanciarse de la gestión del gobierno del que formó parte hasta hace pocas semanas, convocando a cuadros técnicos de los años de la Concertación (la coalición de centroizquierda de socialistas y democratacristianos que lideró la transición posdictadura) e intentando explotar sus atributos de liderazgo firme. Sin embargo, su apuesta de diferenciación del Frente Amplio y del Partido Comunista se tradujo en discusiones poco relevantes para la mayoría de los electores. Eso contrastó con la campaña de Jara, quien cultivó un estilo empático y evadió cualquier tipo de polémica con sus competidores.

Otra campaña

Para ganar, Jeannette Jara asumió que sólo 34% de la población la conocía al iniciar la campaña y puso todas sus fichas en el objetivo de darse a conocer. Oriunda de la población El Cortijo (Conchalí), en la periferia de Santiago, la candidata creció en la mediagua (como se conoce a las viviendas de emergencia en Chile) de su abuela, mientras asistía a la escuela pública. Cuando los debates televisados y la opinión pública pusieron la atención en su militancia comunista, Jara consiguió despegarse parcialmente de su adscripción partidaria, explicitando las diferencias con la dirección de su partido de forma cortés y desacomplejada, mientras centraba su estrategia digital en segmentos de su biografía destinados a públicos jóvenes.

En Chile, como señala una investigación de Nicolás Angelcos, en lugar de la díada izquierda-derecha, los sectores populares tienden a evaluar a sus representantes según un criterio de proximidad, y los políticos son especialmente castigados cuando viven en comunas privilegiadas y parecen defender sus propios intereses. En un contexto de bajo entusiasmo ciudadano por las primarias, Jara entendió que su crecimiento se jugaba en eludir las enrevesadas interpelaciones que le hicieran Winter y Tohá, mientras su origen popular contrastaría naturalmente con el de sus rivales internos. Fue así como se ganó el apoyo del independiente Matías Toledo, alcalde de Puente Alto, una de las comunas más populosas de Santiago.

Pero las formas que le permitieron a Jara consolidar el apoyo mayoritario del progresismo sólo funcionaron por sus logros como ministra del Trabajo y Previsión Social. Mandatada por Boric, y pieza inamovible de su Comité Político en el gobierno, Jara logró aprobar la reducción de la jornada laboral a 40 horas semanales, el alza del salario mínimo (hoy el más alto de América Latina) y la reforma previsional más grande en 43 años (luego de que tres gobiernos seguidos lo intentaran sin éxito). Esto último retrata su capacidad para la negociación política, ya que la reforma fue apoyada por una parte de la derecha tradicional en el Parlamento, mientras era fuertemente criticada por el último precandidato comunista en las presidenciales, Daniel Jadue –derrotado por Boric en 2021–, que la consideró demasiado modesta.

Las diferencias con el otrora rival de Boric e incluso con el presidente del Partido Comunista, Lautaro Carmona, fueron constantes durante toda la campaña. Hacia el final, Carmona negó las violaciones de derechos humanos en Venezuela mencionadas por la propia Jara, dijo que Cuba es una “democracia avanzada” y habló de un tercer proceso constituyente, que la candidata tuvo que desmentir inmediatamente (después de dos textos constitucionales rechazados en referéndum, pocos en Chile quieren oír hablar de una nueva convención constitucional).

“El triunfo de Jara en las primarias es el triunfo de un notable liderazgo personal y es también el triunfo de las nuevas generaciones comunistas a las que abrió camino Guillermo Teillier dentro del Partido Comunista, las que han madurado políticamente, adquiriendo a la vez capacidades de gestión estatal y cultura de coalición en los gobiernos de [Michelle] Bachelet y de Boric”, explicó el historiador de la Universidad Católica Alfredo Riquelme, autor del libro Rojo atardecer: el comunismo chileno entre dictadura y democracia (2009), al diario La Tercera.

En suma, Jara –que trató de dejar de lado la simbología del Partido Comunista en la campaña– fue capaz de no enredarse en discusiones internas con sus contrincantes de centroizquierda y, al mismo tiempo, sortear los intentos de la dirección de su partido de imponer su línea ideológica. De esa forma, logró centrarse en lo importante: consolidar tras de sí a la mayor parte de la base de apoyo del gobierno de Boric. Con ello, logró arrinconar al propio postulante del Frente Amplio –la fuerza política del presidente, unificada en un solo partido a fines de 2024–: Winter quedó relegado con sólo 9% de los votos.

Estrecho colaborador de Boric antes de que este llegara a La Moneda, durante su mandato como diputado Winter aprovechó su destreza discursiva para asumir el rol de espadachín en los principales medios de comunicación y especialmente en las redes sociales. Pero esta vez, en lugar de “defender los puntos” del gobierno, su campaña optó por evitar ser el candidato de la continuidad para conectar con las frustraciones de la propia base. En esa línea, la campaña del Frente Amplio reabrió una discusión sobre el ciclo de gobiernos de la Concertación, de la que Tohá fue una figura relevante. Pero mientras se intensificaba el intercambio entre Tohá y Winter por la interpretación de un período que culminó hace 16 años, Jara ya había plantado con fuerza su bandera. Su arrolladora victoria con más de 60% de los votos sólo es comparable con el triunfo de Michelle Bachelet en la primaria presidencial de 2013, en la que obtuvo 73% de las preferencias.

Hacia noviembre

El dato más importante de una elección primaria para predecir las generales es la participación. Aunque la concurrencia de 1.420.435 electores fue menor que la registrada en la primaria que enfrentó a Boric y Jadue en 2021, superó ampliamente la convocatoria de la derecha en sus primarias de 2013 y 2021. Y la votación personal de Jara estuvo a sólo 2.000 votos de alcanzar la votación de Sebastián Piñera en la primaria de Chile Vamos en 2017, tras la cual fue elegido presidente de la República.

En cualquier caso, la comparación con la participación en primarias anteriores debe ponderar el hecho de que tanto la primera como la segunda vuelta presidencial se celebrarán con el sistema de voto obligatorio, que ha incorporado más de 3.000.000 de votantes que antes no acudían a las urnas. En otras palabras, Jara deberá triplicar su votación para acceder a la segunda vuelta presidencial, lo que impone fuertes desafíos de negociación en el campo progresista, y enfrentar lo que será una fuerte campaña anticomunista en su contra.

En estas primarias, la derecha no fue el único actor que se autoexcluyó de los comicios. A pesar de haber participado en el pacto electoral progresista en las últimas elecciones locales, el Partido Demócrata Cristiano decidió apartarse ante la posibilidad de tener que apoyar a una postulante comunista. El partido no es parte de la alianza de gobierno, pero ha sido un apoyo fundamental de Boric en el Congreso. Si bien la votación democratacristiana ha caído notablemente en las últimas décadas, el largo trecho que deberá recorrer Unidad por Chile para llegar a la segunda vuelta debe incluir un entendimiento con los sectores moderados reticentes. Jara ya anticipó que tratará de seducir a la Democracia Cristiana.

Desde hace 20 años, Chile vive una situación que hoy es más común en la región: casi ningún gobierno democrático puede pasarle la banda presidencial a otro del mismo signo político. Desde ese punto de vista, la derecha –que encabeza las encuestas– está mejor posicionada para las elecciones del 16 de noviembre.

La oficialización de Jara como candidata del progresismo chileno puede tener efectos dispares en el campo de las derechas. Por un lado, José Antonio Kast (Partido Republicano) y Johannes Kaiser (Partido Nacional Libertario) –que busca repetir el fenómeno de Javier Milei en Argentina– podrían radicalizar su discurso contra la izquierda, cargándoles la herencia del comunismo en el mundo a todos los sectores democráticos. Por otro lado, Evelyn Matthei podría tratar de ocupar el centro político. Favorita en los últimos meses, la candidata de la Unión Demócrata Independiente (UDI) debió enfrentar problemas en su campaña y el desgaste de encabezar las encuestas durante largo tiempo, y hoy se bate contra la amenaza persistente de Kast, que ha llegado a superarla en las encuestas.

El desafío de Jara es pasar a la segunda vuelta y, en ese caso, tratar de reducir la ventaja de la derecha. Si bien la meta máxima del progresismo es repetir el gobierno, el objetivo de mínima es que la derecha no obtenga cuatro séptimos de las bancas parlamentarias, lo que le permitiría reformar la Constitución. Para eso, el triunfo de Jara en las primarias deja algunas lecciones útiles.

Tomás Leighton es magíster en Comunicación Global por la Universidad de Erfurt y director ejecutivo de la Fundación Rumbo Colectivo de Chile. Este artículo fue publicado originalmente en Nueva Sociedad.