En los años fundacionales del Mercosur un uruguayo que cruzara a Brasil podía encontrarse con una situación inesperada. Mientras en nuestro país quienes rechazaban la creación del bloque regional, con el argumento de que la producción uruguaya se vería gravemente afectada, en condiciones de libre comercio, por la competencia de la gigantesca economía brasileña, en Rio Grande do Sul se podía escuchar a empresarios, militantes sociales y simples ciudadanos que planteaban una oposición semejante a la iniciativa… por temor a la competencia de los productos uruguayos, en Brasil, con los de ese estado fronterizo. La problemática regional es intrincada, y a cada argumento simplista y totalizador se le pueden oponer datos que lo desmienten.

En la coyuntura actual, cuando el Ministerio de Agricultura brasileño enfila sus acciones hacia el establecimiento de cupos para limitar la importación de productos lácteos de nuestro país, los adversarios uruguayos de la integración regional que abogan por una “apertura al mundo” tienen una buena oportunidad para considerar que, ante la caída de las ventas en ese rubro a Venezuela y Brasil (que, antes de este empuje, ya venía comprándonos cada vez menos), nos queda como cliente de peso México, y las opciones en otros continentes tienen el obvio inconveniente de que, con mayores costos de traslado, el margen de ganancia posible disminuye.

A su vez, quienes piensan que la destitución de Dilma Rousseff trajo consigo el avance lineal, en todos los terrenos, del “neoliberalismo” en el país vecino, podrían reflexionar sobre el hecho de que, en este caso, el proteccionismo hacia el que se inclina el gobierno de Michel Temer poco tiene que ver con las recetas del “consenso de Washington” acerca del libre comercio (y, ya que están, registrar también que, en la mismísima Washington, las orientaciones de Trump para el comercio internacional horrorizarían a popes neoliberales como Friedrich von Hayek y Milton Friedman).

Que el Mercosur afrontó desde el comienzo graves obstáculos no es novedad, y tampoco lo es que desde hace tiempo, en vez de avanzar hacia la integración de cadenas productivas y la coordinación de políticas macroeconómicas, ha retrocedido con respecto a las metas mínimas de un área de libre comercio. En cada país, por lógica, quienes toman decisiones políticas están muy atentos a la defensa de intereses internos, muy especialmente cuando atraviesan períodos difíciles como el actual. Fue ilusorio pensar que eso se desvanecería por completo debido a las afinidades ideológicas, cuando se alinearon en la región los astros progresistas, pero a nadie se le puede ocurrir que será más fácil para Uruguay negociar soluciones a los conflictos con sus vecinos ahora, en ausencia de afinidades ideológicas.

De todos modos, lo que corresponde es lo que ha hecho nuestro Poder Ejecutivo: plantarse firme en las relaciones diplomáticas y dejar abierta la posibilidad de recurrir a instancias como la Organización Mundial de Comercio. Todo ello sin renunciar a la paciente construcción de la integración regional, ya que, sin posibilidades de trasladarnos a otra parte del planeta, ella es para nosotros, a la vez, esperanza y destino.