En los últimos meses se han escrito y escuchado interpretaciones, teorías, alegatos y valoraciones de muy diversa índole sobre la situación política de Venezuela.

Esta sobreabundancia de material escrito, de operaciones políticas y de libelos acusatorios contrasta con la menor preocupación dedicada a otros procesos en nuestra región, tan complejos, dramáticos y relevantes como el venezolano. Aunque en sí mismo este es un aspecto interesante, no viene al caso abordarlo ahora.

En cambio, si nos miramos frente al espejo de todo eso que se ha dicho desde aquí sobre Venezuela, nos encontraremos tal vez con un reflejo que no se condice con esa imagen, un tanto autocomplaciente, que tenemos en Uruguay acerca de nuestro civismo, cultura política y solidez democrática.

Si a ello se le agrega una preocupación por las diversas perspectivas que desde la izquierda han abordado el tema Venezuela, la imagen puede resultar aun más contrastante. En primer lugar, porque nos hemos salteado olímpicamente la cautela y el rigor analítico a la hora de valorar situaciones enormemente complejas, que tienen facetas determinadas por procesos históricos y culturales tan ricos y diversos como los de cualquier contexto político que nos propongamos abordar. En segundo lugar, porque hemos demostrado un aire soberbio al calificar y valorar un contexto que no es el nuestro, y que agrego: no es mejor, pero tampoco peor que el nuestro. Es, simplemente, diferente.

Ni lo primero ni lo segundo. La poca cautela o la petulancia no deberían ser marca en el orillo en los posicionamientos que asume la izquierda uruguaya; históricamente hemos reclamado –y militado en consecuencia– por mantener humildad y ojos abiertos a las circunstancias específicas en el momento de las construcciones políticas. Y volcar esto en los análisis que elaboramos.

Ahora que la situación política parece haber ingresado en una nueva fase, encaminada a rever estrategias de confrontación violenta como forma de dominación política, han comenzado a emerger detalles –presentes desde antes, pero más visibles ahora– que dejan en falsa escuadra ciertas interpretaciones hechas a las apuradas.

Por ejemplo, que la oposición venezolana no es homogénea ni tiene credenciales democráticas para mostrar en varias de sus vertientes; que la lógica de enfrentamiento directo con el gobierno y el oficialismo fue producto de la conducción específica de algunos de estos sectores sobre el conjunto de la oposición. Que incluso algunos vectores de desestabilización violenta provinieron de fuera de la política y de los actores políticos de la oposición, con nexos mucho más flexibles y dinámicos que los usualmente incorporados en partidos u organizaciones políticas. Que la influencia externa sobre la situación interna venezolana tendió a radicalizar las posiciones de los actores políticos venezolanos, lo que agravó el grado de polarización y falta de confianza entre oposición y gobierno.

Después de las elecciones regionales, empezaron a circular materiales que, desde el arco opositor al gobierno, reflejan estas y otras dimensiones relativamente poco analizadas.

El oficialismo ha planteado que las condicionantes que impone la guerra económica son el desabastecimiento, la carestía de productos y el encarecimiento de la vida diaria. Pero las respuestas gubernamentales sólo están pudiendo cubrir algunos aspectos de esa crisis; en paralelo, la maquinaria política del chavismo demuestra potencia para derrotar electoralmente a los sectores de la oposición, pero tiene menos capacidades para resolver ese contexto económico. Y no aparece todavía un debate de fondo sobre la activación del “motor minero” del Arco Estratégico del Orinoco, más allá de la lógica que impone la necesidad de generar divisas de forma urgente.

A nadie puede escapar que las grandes potencias están jugando sus intereses sobre las riquezas energéticas de Venezuela. En definitiva, en esa parte del territorio sudamericano también se dirimen estrategias de China, Rusia y Estados Unidos. En el plano externo, no sólo resulta imperioso hacer el seguimiento de las sanciones de la administración de Donald Trump contra Venezuela, particularmente la de prohibir la circulación de remesas de Citgo (propiedad del Estado venezolano), sino también la cancelación, por parte de PDVSA, de una deuda de 3.000 millones de dólares antes de fin de año. Esto se suma a la imposibilidad de tomar nuevos préstamos en los mercados de deuda, y en ese marco las propuestas de las empresas Rosneft, de Rusia, y CNPC, de China, de obtener mayor participación en empresas mixtas y campos petroleros venezolanos. En lo político, el resultado de las elecciones presidenciales de Colombia, en mayo de 2018, será tan importante para Venezuela como el de las que acaban de suceder en su propio territorio.

Sin hacer emerger toda esta complejidad y diversidad de factores de poder en pugna, analizando en su interrelación la delicada situación venezolana, poco se agrega y menos se aporta a una agenda ya de por sí saturada.

Finalmente, hay una tercera cuestión, relativa a la solidaridad. Los uruguayos usualmente llamamos “región” sólo a aquello que nos golpea más directamente, es decir, las situaciones que se viven en Argentina y Brasil; en ese sentido, los sectores de nuestra izquierda tendríamos que aportar cualitativamente más al debate sobre Venezuela de lo que hemos hecho hasta ahora. Para empezar, considerando a Venezuela como un pueblo hermano, sin más. A ellos les gustarán el ron, las arepas y el béisbol, y a nosotros el fútbol, las tortas fritas y la grapa. Claro que hay diferencias, pero eso no nos otorga el derecho de adjetivar su democracia como “caribeña”, y menos aun sin reflexionar antes sobre las características de nuestra particular democracia “rioplatense”. O sin recordar siquiera que Venezuela fue un país extremadamente solidario con los uruguayos que buscaron refugio en sus tierras en décadas pasadas.

Cuando el Frente Amplio accedió al gobierno, esa solidaridad se acrecentó, y aún hoy Venezuela requiere alimentos de calidad que nuestro país produce y debería buscar la manera de abastecer. En definitiva, tendríamos que buscar la manera de retribuir esa solidaridad hoy, cuando muchos venezolanos vienen a nuestro país en busca de oportunidades, pero también al momento de valorar las peculiares condiciones que tiene cada pueblo a la hora de escribir su propia historia. Incluido el venezolano.