Que dos niñas hayan sido asesinadas en menos de diez días, en una combinación de violencia de género y de generaciones, es un dato que, además de indignar y espantar, exige reflexión e iniciativas. Lamentablemente, también moviliza una increíble cantidad de despropósitos.
Por un lado, entre quienes se han construido una enemiga a la que llaman “ideología de género”, y dedican sus mayores esfuerzos a combatir, hay gente capaz de descender al uso de episodios como estos para disparatear, como siempre, sobre conspiraciones “feminazis”. Por otro, reaparece el consabido reclamo de peores castigos, así como la descalificación de cualquier otro enfoque del asunto, con especial aversión por los que buscan educar.
Hay un tipo de actitud ante lo que pasó que resulta menos chocante pero no más útil: la de quienes sólo ven acciones de “psicópatas” o “degenerados”. Lo que se ignora de este modo es que ni siquiera los trastornos psíquicos se desarrollan con independencia del contexto social.
Cada uno delira con lo que tiene a mano: la típica “locura de creerse Napoleón” se manifestaba en determinada área cultural vinculada con Europa y a comienzos del siglo XIX; durante los años de la dictadura uruguaya, eran frecuentes en el Vilardebó los pacientes que relataban historias vinculadas con tupamaros y militares. Remitir los crímenes de estos días al ámbito de la anormalidad implica exculpar a lo normal y cerrar los ojos ante una obviedad: altos niveles de violencia machista entre los “cuerdos” aumentan la probabilidad de violencia machista entre los “locos”, porque, aunque nos cueste aceptarlo, a todos nos moldea la misma sociedad.
No ayudan mucho, por cierto, algunos artículos en medios de comunicación, hechos a las apuradas con lo que algún periodista entendió de lo que dijo algún psicólogo (cuya formación profesional no significa necesariamente que sea un especialista en este tipo de casos ni que valore en forma adecuada la dimensión social del asunto).
En la edición de ayer informamos que, según un comunicado del Sistema Integral de Protección de la Infancia y la Adolescencia contra la Violencia, del INAU, el año pasado se atendieron 2.647 casos de “maltrato y abuso sexual perpetrados por personas adultas”. Esto “evidencia que se trata de un problema social que tiene sus raíces en la propia cultura y en la historia del país” y “no se explica solamente por circunstancias excepcionales”. También recordamos que, de enero a setiembre de este año, el Instituto Nacional de las Mujeres, por medio del Departamento de Sistema de Respuesta en Violencia Basada en Género, atendió a 2.109 mujeres y 220 varones, y que el Ministerio del Interior registró 31.854 denuncias policiales por esa causa. ¿Tenemos, entonces, derecho a pensar que se trata de una suma de aberraciones aisladas?
Hoy es el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, y con ese motivo se realizará, entre otras actividades, una marcha en Montevideo desde la explanada de la Universidad hasta la Intendencia, convocada por el 14º Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe. Habrá quienes digan que marchar sirve de poco. Puede ser, pero no marchar sirve de menos.