El año termina con un nuevo conflicto interno del oficialismo, debido esta vez a que el diputado Darío Pérez rechaza el proyecto de tributación transitoria a las jubilaciones militares más altas. En declaraciones realizadas ayer a Radio Uruguay, el legislador fundamentó su posición en forma confusa, y ante todo ejemplificó una manera de ubicarse en la política: a partir de su propio pensamiento y de los méritos que él mismo se adjudica, negocia con el resto del Frente Amplio (FA), reservándose el derecho de decidir en qué medida y hasta qué punto respeta las decisiones colectivas.

Este año hubo escándalos por la violación de normas, como en los casos del frenteamplista Raúl Sendic, el blanco Agustín Bascou y el colorado Francisco Sanabria. También fuertes controversias sobre las normas vigentes y la conveniencia de cambiarlas, en relación con temáticas tan diversas como las cuestiones de género, la inclusión financiera, el trato a los trabajadores rurales, la aplicación del nuevo Código del Proceso Penal, los beneficios para UPM, el tratamiento de las personas privadas de libertad y de las que presentan trastornos psíquicos, el etiquetado de transgénicos y los derechos de los jugadores de fútbol, sin olvidar el recurrente asunto del terrorismo de Estado.

Profundos cambios materiales y subjetivos, en nuestra sociedad y en el mundo, determinan tensiones en muchas áreas. La legitimidad del viejo orden establecido está en tela de juicio, y hay fuertes pujas por la definición de un orden nuevo. En ese contexto, adquieren especial relevancia los legisladores, su relación con los partidos, y las garantías que ofrezcan unos y otros de representar, mediante programas claros y conductas previsibles, a una ciudadanía atravesada por conflictos de interés.

Volvamos, entonces, a Pérez. También están en crisis –y esto no empezó, por supuesto, con el diputado– las normas de convivencia dentro de los partidos. Esto tiene una importancia singular en el caso del FA, nacido con la promesa de un orden interno distinto, en el que la diversidad no debilitara la unidad programática ni la acción política coherente. Esa fue una razón principal de que tantos confiaran en los frenteamplistas.

Cuando el modelo de acumulación del FA estaba cerca de su objetivo pero no lo alcanzaba, proliferó, en muy diversas corrientes, la tendencia a flexibilizar o directamente relajar las normas de pertenencia. “A todo se puede renunciar menos a la victoria”, llegó a decir Eleuterio Fernández Huidobro en un congreso frenteamplista de 2003, y quizá no imaginaba hasta qué punto se impondría esa consigna. Pero lo bueno para un partido no es necesariamente bueno para el país, aunque sea difícil verlo desde adentro.

La ética no se mide sólo por el uso de los dineros públicos: cada parlamentario que se siente con derecho a proceder como le parezca le quita legitimidad a su partido y a los demás; al Parlamento y a la democracia representativa. Es obvio lo que dijo Pérez: la disciplina partidaria “tiene sus límites”. También es obvio que los límites sirven para distinguir quién está dentro y quién afuera, o no sirven para nada.