Calle Libertad, viejo barrio de Pocitos. de junio. Camino de la mano con mi pareja, es una fría mañana de junio. Una familia judía pasa al lado de nosotros rumbo a su centro de liturgia a la vuelta de casa. Plaza Independencia, siete de la tarde, mi pareja pasa por mí a la salida del trabajo. Lo saludo con un beso. 8 de octubre y Garibaldi, vamos con prisa: A las 7.30 me despido con un beso, yo estoy por entrar a dar clases y mi pareja tiene un seminario jurídico en la misma institución. Una amiga musulmana, Meryem, vino desde Turquía hace un par de semanas por su trabajo a Uruguay y se alojó con su hija y otra amiga en mi hogar, el hogar de una familia compuesta por dos hombres.
Somos libres, vivimos en una sociedad que reconoce nuestro derecho a la diversidad y hacemos uso pleno de esos derechos. Somos conscientes de que no todo el mundo piensa igual, de que aún tenemos mucho camino por recorrer en la aventura de vivir plenamente nuestra orientación sexual, pero sabemos que ha sido la sociedad la que sin pausa, y también sin prisa, ha ido habilitando espacios que hace tiempo queríamos ocupar.
No caminamos solos en este transitar. Sabemos que lo hacemos de la mano de una sociedad que poco a poco va configurando y dando paso a las nuevas realidades familiares. Pero aún hay gente que prefiere no vernos, que prefiere dar vuelta la mirada o pasar por otro lado para no convivir junto a nosotros. Este jueves, un diputado del Partido Nacional, Álvaro Dastugue, se encargó de recordarnos que aún falta mucho camino por recorrer. Para él, no somos más que una desviación ante los ojos de un ser superior.
Frente a ese mandato divino, otro más terrenal ha decidido habilitar una serie de derechos que hoy, unos años después, son integrados a nuestros valores cívicos, a nuestra cultura política. Señor diputado, la modificación de disposiciones referidas a la adopción, la ley de Derecho a la Identidad de Género (2009) y, por último y la más relevante, la que a usted más le duele, la Ley de Matrimonio Igualitario (2013), son la voluntad del soberano, quien tiene aquí en la tierra la última palabra.
“Son cosas raras... Está todo tan raro”, señala el diputado (Búsqueda, 22 de junio de 2017). Estimado legislador del Partido Nacional: ¿qué es lo raro? Raro me parece a mí que una iglesia no tenga la capacidad de justificar sus ingresos monetarios o los aportes que hace a la actividad política.
Señor legislador, qué suerte que pudo vivir con uno de nosotros durante tres años en el mismo cuarto, como señaló en la entrevista referida. Ahora haga un esfuerzo más. Si se va a sentar en el Palacio Legislativo, recuerde, cuando esté en su banca, levantar la mirada y leer aquel mandato del mejor de nosotros: Mi autoridad emana de vosotros y cesa ante vuestra presencia soberana. El pueblo, los uruguayos y uruguayas, hemos decidido dar un paso muy importante en materia de integración y de igualdad. Sus intenciones personales cesan ante la voluntad popular que lo colocó a usted ahí.
Haga un esfuerzo en respetar las leyes y no propague el odio hacia personas comunes y corrientes, que como cualquier cristiano o no, han elegido este país para desarrollar su proyecto de vida. Veo sólo dos alternativas, señor diputado. Por un lado, puedo encontrarme con usted en la calle Libertad y que respete, al igual que mis vecinos judíos, mi amiga musulmana, mis compañeros de trabajo y mis estudiantes, mi orientación sexual, y que convivamos pacíficamente, respetando la diversidad. En otro escenario, puedo encontrarme con usted en la misma calle Libertad y que decida no entender el derecho que yo y cualquier persona, del género que sea, tiene de amar a quien quiera. Si esa fuese la situación, seguramente iré de auriculares, escuchando muy fuerte la canción que dice: “A la gilada ni cabida, ahora decido yo”.